No hay reforma tributaria buena. De hecho, gran parte de las revoluciones en el pasado encendieron sus mechas ante la exacción de impuestos. En casi todos los puntos cardinales se ha tenido al Estado como ladrón. Cada peso que se incrementa con las nuevas tarifas tributarias, se percibe como una oportunidad más de los políticos y burócratas para incrementar el disponible para el robo y la trapisonda.
Como ya se dijo en otro momento, el tufillo anti impositivo está más que justificado: ¿de qué vale pagar más impuestos si en todo incremento va la sospecha de dilapidación del erario por cuenta de la corrupción política, clientelista y contractual?
Tras cada sonado caso de corrupción aumenta la sensación de que sería más justo que se profundizaran las gestiones de recaudo contra los evasores, así como cerrar el grifo de la corrupción, que aprovecha la ejecución presupuestal para pasarles los recursos a bolsillos sinvergüenzas. Si estas dos realidades se acabaran tal vez no habría necesidad de aumentar impuestos.
El Gobierno tiene a su favor que aún no se les pueden imputar hechos dolosos. Tiene un margen de espera para confirmar o no que manejará con pulcritud, en pro del pueblo, los bienes públicos.
Pero hay razones para estar preocupados. La primera, es que el nuevo gobierno no socializó con suficiencia y antelación a su presentación ante el Congreso, el proyecto de reforma tributaria, contrariando lo que ha sido una costumbre sana; esto es, la de llevar a senadores y representantes un documento previamente ambientado ante los distintos grupos de interés.
Lo segundo es que esa precipitud no dio el margen de tiempo para que se le presentaran argumentos de la inconveniencia de varias de sus normas, y del peso que tendrá entre los profesionales, trabajadores y la clase media una reforma que, sumados los distintos factores, puede quedarse con más del 50% de los ingresos de cada hogar de una gruesa masa de colombianos.
La tercera, y lo reiteramos, es la conveniencia de que, a la par que se discute el proyecto ante el Congreso, que por fortuna dará más tiempo del acostumbrado, pues las sesiones del parlamento apenas comienzan, se presente la propuesta de política anticorrupción del nuevo gobierno, con las reglas que evitarán que los asaltadores del erario se queden con una parte grande de la tajada de recursos que serán recaudados por cuenta de la reforma tributaria entre los ciudadanos.
La cuarta es que el ministro Ocampo no la tendrá fácil en el Congreso. A pesar de que las fuerzas políticas en su mayoría están con el Gobierno, convencer a liberales, conservadores, entre otros, de la aprobación completa y sin modificaciones del texto que recibieron este lunes, resulta quimérico. De hecho, lo extraordinario sería que la reforma pasara tal y como está.
Ojalá que la concertación se logre en audiencias participativas en el Congreso.
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