Opinión


Recuerdos de noviembre

WILLY MARTÍNEZ

20 de octubre de 2021 12:00 AM

No existe mejor lugar para inspirarse que el embrujo del campo. Desde el radio colgado en la rama de un Marañón escuchaba la canción “La Reina de Cartagena” de Diomedes Díaz. El acordeón y la voz de Diomedes llenaban de frenesí los cielos de Barú y a mi memoria llegaron las fiestas de noviembre. Recordé cuando Susana Caldas, elegida reina de Colombia, fue acompañada por el alcalde Toño Pretelt desde el Teatro Cartagena hasta la tarima en la Plaza de la Aduana. La plaza a reventar aplaudía a Susana. Su elección produjo solidaridad y alegría, fue una reina querida durante una época de grata recordación. Las orquestas tenían que presentarse gratis en esa tarima a concursar.

Al ganador se premiaba con el trofeo “Grito de Independencia”. Triunfó ese año Tommy Olivencia cuando Franky Ruiz cantó “La Rueda”. Esa noche el puertorriqueño quedó admirado con el sonero cartagenero Hugo Alandete y le propuso ser cantante de su grupo. Hugo se negó, lo ataba el arroz con coco y el casabe del portal. Han pasado los años, la fiesta es otra cosa. El olor a buscapié desapareció, los capuchones quedaron colgados en los patios de las casas. Los patios también se fueron. La música de las orquestas prestigiosas de Venezuela y dominicana resultarían hoy obsoletas. Un nuevo y raro ritmo se impone.

Cuánto extraño la caseta “Matecaña” y su piso alfombrado con cascarilla de arroz. Parecía un estadio iluminado, repleto de banquillos, adornados de serpentinas, propagandas de cervezas, dibujos de instrumentos y bailarines. Bailar toda la noche y divertirse en una caseta era una fantasía. Así lo repetía Augusto de Pombo, quien en memorable noche acompañado del general panameño Ómar Torrijos sentó en la “Matecaña” a cuatro personajes de Cartagena que buscaban conquistar chicas liberadas. Ese tipo de mercancía abundaba en las fiestas.

Al momento apareció un grupo de mujeres con capuchón en actitud provocativa que tomaron asiento al lado de los invitados. Los caballeros las sacaron a bailar y empezaron a cortejarlas, exhibiendo un inédito ritmo extravagante y picotero. Las parejas asombradas se soltaron y en aflautada voz exclamaban: ¡qué bochorno! Torrijos aplaudía y brindaba “Tres Esquinas” para todos con extraordinaria complacencia. Avanzando la noche, los caballeros se descararon haciéndoles propuestas indecentes. La reacción de las damas fue inmediata, se retiraron con furia las capuchas de la cara y empezaron a darles puño limpio a sus fugitivos esposos. Te cogí, decía una; sinvergüenza, decía otra. De Pombo y Torrijos calmaron los ánimos. Las mujeres ya más reposadas y con sus caras peladas se amarraron los capuchones en la cintura y siguieron bailando como si nada con sus humildes maridos.

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