El 18 de febrero del año 2000, 450 hombres de bloques paramilitares de los Montes de María irrumpieron en el casco urbano de El Salado, Bolívar, truncando la vida de sus habitantes, a unos los asesinaron y a otros los dejaron sin sus seres queridos y sin su tierra.
Las víctimas sobrevivientes de la masacre iniciaron un éxodo que todavía no ha terminado. En la actualidad, de los siete mil salaeros que habitaban este territorio en tiempos de paz, solo ha regresado un 35% de la población, representado según datos de la Unidad de Víctimas de Bolívar, en 290 familias del casco urbano y unas 120 en las veredas.
El equipo de Q’hubo se trasladó a El Salado para escuchar de sus habitantes cómo han sido estos quince años de diáspora y todo lo que falta para que este corregimiento vuelva a ser el pueblo próspero y alegre que fue en la década de los noventa (Lea también: Muchos salaeros viven en condiciones de pobreza).
PARA NO OLVIDAR
Las Autodefensas Unidas de Colombia iniciaron el recorrido de matanzas y torturas por la zona rural y urbana de El Salado, el 16 de febrero; la Ruta de la Muerte, como es hoy nombrada, no terminó sino hasta el 21.
Según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica fueron 62 víctimas fatales, aunque los líderes salaeros hablan de aproximadamente cien personas masacradas. Los hechos registrados durante esos seis días: torturas, abusos, violaciones y esclavitud sexual, dejaron en los habitantes de El Salado, rabia, tristeza y miedo, que con el pasar de los años no han podido borrar del todo.
Según datos de la Personería Municipal, en El Carmen de Bolívar fueron registradas 300 personas como víctimas del desplazamiento producido por la masacre. Debido a la terrible situación de orden público que se vivía, muchos salaeros decidieron abandonar esta tierra y dirigirse a grandes ciudades, donde pasaron a engrosar la lista de familias en situación de vulnerabilidad.
CON LAS MANOS VACÍAS
Barranquilla, Sincelejo, Cartagena e incluso Bogotá fueron los focos principales para la llegada de estos desterrados, que en El Salado poseían riqueza agrícola y social, y que ahora intentarían sobrevivir en un ambiente hostil, carente de oportunidades para ellos.
Los salaeros debían vivir con el estigma de haber sido señalados como guerrilleros, así como con el drama de las poblaciones desplazadas: familias separadas, niños sin acceso a educación, padres sin trabajo y la indiferencia estatal frente a la restitución de sus derechos fundamentales.
Los últimos quince años han estado llenos de pugnas legales y confrontaciones con los victimarios y el Estado, pero también de superación y resistencia, con las que le demuestran a Colombia y a los actores del conflicto que a pesar de que destruyeron su tranquilidad y su orden social, ellos se levantan cada día para reconstruir sus vidas.
QUINCE AÑOS DE LUCHA
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2001
En noviembre un pequeño grupo decide retornar y encuentran un pueblo destruido.
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