Bolívar


Conozca la historia de“Los Payasos” de Marquetalia

UBALDO MANUEL DÍAZ

06 de octubre de 2013 12:02 AM

Les dicen “Los Payasos”, y no precisamente por pertenecer a un circo. Así les llaman, o mejor le apodan a los hombres que se hacen en el puerto Marquetalia de Magangué y compran la cosecha a los cultivadores de arroz que bajan de la Mojana bolivarense y sucreña (Achí, San Jacinto, Majagual, Guaranda y Montecristo). Dicen que detrás de estos hombres hay personas  con poderosos capitales.

Son exactamente las 7:30 de la mañana. Se desgaja una fría y tenue lluvia sobre Marquetalia, puerto sobre el río Magdalena, que data de más de 70 años. Sitio donde funcionó, en otra época, la Casa del gobierno Holandés; una construcción filantrópica construida para el beneficio de los pescadores y con una de las primeras fábricas de hielo en la región. Hoy apenas quedan los recuerdos.

En la plataforma de Marquetalia permanecen parqueados camiones que no superan los años 80. Algunos con sus chimeneas encendidas eructando el mortal CO2 esperan los bultos llenos de arroz que unos hombres sudorosos, de torso desnudo, en una procesión silenciosa, sacan de una inmensa canoa y a hombro los depositan en sus carrocerías.

Son las 8:30 de la mañana y sigue lloviendo. Una mujer corpulenta, de mirada triste y con aspecto campesino, está trepada en una de las canoas llena de bultos; desde allá, desde la enorme embarcación discute con un diminuto hombre al que apodan “el Perro”.

¿A cómo lo vas a pagar?, casi que sin mirarlo le pregunta al hombrecillo. El hombre de rasgos caninos, que permanece en tierra, le responde a grito por la distancia que los separa: -a 33 mil pesos el bulto y eso depende cómo esté el arroz- hay un silencio.

La mujer deja de hacer lo que estaba haciendo, alza la cabeza, lo escruta con la mirada de arriba abajo, baja nuevamente la vista, balbucea algunas palabras ininteligibles y termina vociferando. – !Esto es un atraco¡- Alza nuevamente la mirada !Págamelos a 40¡, le gritó. El hombre no dice nada, da un rodeo y desaparece en medio de la lluvia.

Un hombre silencioso y taciturno que está sentado guareciéndose de la lluvia debajo de un improvisado plástico miró con interés la conversación, sonríe maliciosamente y le hace una seña de espera a la fornida mujer, sin dejar de mirar a “el Perro”, que se pierde en la distancia.

Los bulteros ya han copado por completo unos de los camiones. Entre estos hombres existe un pacto, un código de respeto por el primero que elige a la potencial “víctima”. Se dice que el dinero que corre diariamente por este puerto pertenece a unas pocas personas.

La lluvia hace una pequeña tregua. La mujer sigue exaltada, refunfuña lamentándose por el precio y como queriendo buscar la aprobación de los presentes salta de la canoa y truena. “Traer un bulto de arroz acá cuesta, cuesta mucho”. Casi que frotándose los dedos de sus regordetas manos empieza a sacar cuentas de los gastos de producción de un bulto de arroz delante de todos los presentes: “combinada 5.000 mil pesos, embarque $1.500… Siguió enumerando un rosario de cifras que al final remató con un  -“estamos trabajando a pérdida y eso que no menciono lo que sucede en los truculentos laboratorios cuando toman la muestra del producto; las tramposas básculas, el alto precio de los insumos… -¡Los pequeños agricultores estamos en vía de extinción!

Ha dejado de llover por completo. Al cabo de un rato aparece “el Perro” y le dice de forma terminante: -“Te los pago a 35 mil y si no te parece te los puedes llevar”- ah y remata el hombre diciendo: “el pago es para dentro de un mes porque esto está duro”- La mujer sabe que su arroz lleva dos días cortado y empacado, solo le quedan 12 horas a su mercancía o de lo contrario le da “fiebre”, como le dicen ellos - se puede dañar-.

Vencida, la corpulenta mujer se deja caer en uno de los bultos, le hace señas a un grupo de hombres llamados los cuadrilleros, que en silencio habían seguido la conversación, quienes en un par de segundos y con unas relucientes ganzúas en sus manos cual corsarios, abordan la enorme canoa dando inicio a la operación de desembarco.

La anterior escena es una de las tantas que viven a diario los cultivadores de arroz de la Mojana cuando arriban al puerto de Marquetalia a comercializar su cosecha.

Para los años 70 existían en Magangué aproximadamente 22 molinos de secamiento y trillado. Hoy escasamente sobreviven 5. En esa época dorada como recuerda- Miguel Agámez - existía una entidad que se llamaba INA o Idema. Esta última recibía, almacenaba, secaba y le ayudaba a vender la cosecha a los campesinos. Pero poco a poco esta entidad fue desapareciendo por el apetito burocrático de los políticos corruptos- señala. No había esa cantidad de intermediarios o “payasos” como les dicen ahora.

“Era la época de oro” recuerda, Rufina Montiel, una octogenaria de cabellos plateados- otrora dueña de un molino- hoy quebrada.

Sentada en una poltrona en la sala de su casa llena de trofeos empolvados, sobre su regazo y con las arrugadas manos entrecruzadas muestra la fotografía de una joven de la época vestida de reina. “Magangué fue llamada capital arrocera de Colombia. Aquí se hizo el reinado nacional del arroz”. - La primera reina fue… se quedó un instante en silencio como hurgando en la memoria, no recordaba y llamó.- ¿Mijo como era que se llamaba la señorita esta que fue reina?- La voz susurrante y asmática de un anciano respondió detrás de un biombo- la señorita Marleni Peñaranda.

El 16 de julio, según Resolución No. 0216 del 2013, el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural expidió una circular donde daba apoyo a la producción de arroz por hectárea en la zona. Pero según algunos campesinos esto hasta el momento se ha quedado en el papel. Muchos de estos cultivadores exigen al Gobierno nivelar los precios de sustentación, bajar el alto costo de los insumos, y finalmente, subsidiar la agricultura en lo que se refiere al arroz.

Por la tarde vi a la corpulenta mujer vestida y ataviada de forma pintoresca recorriendo uno de los almacenes de cadena. En sus manos tenía una bolsa de arroz. Me miró y dijo: - en pocos años estaremos comiendo “esto”-. Me acerqué y vi que en la bolsa decía: Made in Tailandia.

*Sacerdote. Párroco de Achí - Bolívar. Ganador del concurso nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Miembro activo del colectivo de
escritores curto literario de Bucaramanga. Escribe crónicas y reportajes.

 




 

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