Diez años tuvieron que pasar para que Magdalena Vásquez volviera a ver un médico. Y fue tan larga la espera, que la sensación de bienestar causada por el calmante suministrado por el Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, para el dolor de sus dedos retorcidos le pareció corta, pese a que los tuvo tiesos y anestesiados por más de 30 minutos.
Se sintió feliz, entonces se sentó a doblarse los meñiques en el parque principal de El Dorado, junto a la imagen de la Virgen descabezada por un balonazo una tarde de lunes, cuando los jóvenes de este corregimiento del Sur de Bolívar mataban el tedio que les dejaba —y les deja— el paso de las horas sin ocuparse de nada.
Dice Margarita que los médicos no se ven por esas tierras incrustadas en la Serranía de San Lucas, donde las carreteras se tragan los carros a medias y los dejan enterrados por días, mientras el lodazal se vuelve seco cuando "jaramillo" —como le dicen al sol— le da por asomar su cara. "La última vez que se vio personal de la salud por acá fue hace 10 años, cuando el río se creció y se llevó unas viviendas, dejando una familia muerta", recuerda Margarita.
Ante la ausencia de pastillas y durante todo este tiempo, Margarita palió sus dolores con remedios caseros. Poco le sirvieron el agua de malva y la marihuana remojada en alcohol. "Solo me sirvió la atención que me brindó el médico que trajo el CICR quien me dijo que debo ir a un especialista para recibir un tratamiento más especial".
LLEGÓ LA ESPERANZA
La poca intervención estatal en salud y la urgencia humanitaria producida por un bloqueo del Eln que dejó a las comunidades del Sur de Bolívar por cuatro meses sin alimentos, motivó a que el CICR llegara a la zona para brindar atención humanitaria a por lo menos 10 veredas y cerca de 1.700 personas afectadas.
Durante este tiempo, nadie podía transportar víveres hacia las comunidades bloqueadas "porque el que hiciera eso se ganaba un problema con la guerrilla", cuentan en El Dorado y Mina Seis.
Para cumplir la misión, Gerardo Moloesnik Paniagua, delegado del CICR para el Sur de Bolívar, se internó con todo su equipo en ese territorio hostil, donde el calor es un vaho que se respira en la piel y se pega en la ropa, el terreno cede con cada gota de lluvia que cae sobre el lodo y los vehículos, a veces, deben sacarse enganchados el uno del otro, pues la tierra parece amarrarlos en cada centímetro recorrido entre sus montañas.
Fue un día de camino para llevar la esperanza hasta El Dorado un día en el que se sortearon los ríos que amenazan con meterse a los vehículos cuando el agua borra las vías, como tratando de confundir a los viajeros.
"Hemos estado trabajando desde marzo y hay una carencia en los servicios de salud en la zona rural. Nosotros entramos a Montecristo por un bloqueo que se llevó a cabo por los grupos armados. Al hacer nuestra evaluación encontramos carencias y una epidemia de paludismo y malaria. Parte de nuestro mandato y servicio es apoyar a las comunidades afectadas por el conflicto, por eso decidimos hacer un acompañamiento a la brigada médica", explica Moloesnik.
Esta atención en salud fue precedida por la entrega de la ayuda humanitaria durante el bloqueo cuando donaron a la población alimentos y elementos de aseo para sobrellevar la crisis generada por el impedimento del Eln de llegar a estas comunidades con productos de primera necesidad.
"Entramos con camiones cargados de víveres hasta Norosí, porque la carretera estaba en mal estado y había llovido mucho. Desde allá, los trajimos en tractores y a las comunidades los llevamos en las bestias que ellas mismas prestaron para el transporte", cuenta Juan Carlos Ortiz, integrante del CICR Bucaramanga.
Por esta ayuda, los habitantes de las localidades del Sur de Bolívar abrieron sus puertas al CICR y dicen estar eternamente agradecidos. "Lo del de bloqueo fue muy duro, no se lo desearía a nadie. Lo sufrimos en carne propia y eso a una persona no se le debe hacer. Frente a ese flagelo le doy gracias en nombre de toda la comunidad al CICR que nos tendieron la mano y si no hubiese sido por ellos no se que habría sido de nosotros", dice un lugareño.
UN HOSPITAL EN UNA CANTINA
Las mesas donde los habitantes de El Dorado se toman "los traguitos" cada fin de semana, quedaron arrumadas en un rincón. En la barra no se sirvió ningún trago y nadie fue a pedir canciones de despecho o desamor. Por una semana, la cantina de El Dorado, único sitio de diversión en este poblado del Sur de Bolívar, fue el hospital improvisado para atender a las personas que llegaron de las diferentes veredas. No se escuchó música ni la algarabía de los borrachos al amanecer.
Las sillas sirvieron para acomodar a las personas llegadas de comunidades lejanas. En una esquina del salón de madera ubicaron al señor "sacamuelas" como decían los niños al odontólogo, y en el otro, una cortina verde hizo las veces de consultorio para el médico que en un día atendió a más de 100 personas.
En el salón del billar, se escuchaba el llanto de los niños cuando la aguja de la vacunas penetraba sus brazos y otros funcionarios registraban a las personas carentes de Sisbén.
El salón de entrega de medicinas quedó en una bodega y oficiales de campo del CICR y funcionarios de la alcaldía d Montecristo repartían la medicina recetada por el médico.
Hasta allí llegó Yuly Romeros. Su jornada comenzó a las 4:00 a.m. cuando emprendió el camino desde su comunidad, El Paraíso. Sintió el deseo de devolverse por el aguacero que la acompañó durante todo su viaje, pero la necesidad de un galeno le ganó al desespero de su ropa mojada. A las 8:00 a.m. Llegó al consultorio y fue atendida a las 9:00 a.m. tras un registro previo con el CICR.
"Esta es un oportunidad muy grande que nos dan y no se puede desaprovechar. Hace mucho tiempo los médicos no vienen por acá. Esta es la primera vez que veo una brigada de salud general", cuenta Yuly.
La visita de esta mujer al consultorio, que cada mañana se levanta a arañarle a la tierra el oro para ganarse el pan diario, fue como una ruleta. Estuvo en consulta general, pasó a odontología y terminó con una citología. "Me dicen que estoy bien pero tengo que esperar algunos resultados", dice mientras se seca su ropa mojada y retoma otras cuatro horas de camino hasta El Paraíso.
Los servicios de salud prestados por la brigada promovida por el CICR con personal del municipio de Montecristo, fueron enfocados a consulta médica, odontología, promoción y prevención, planificación familiar, control prenatal, control de niño sano, citología, vacunación y afiliación al Sisbén.
Nancy Aidé Guerrero Salazar, responsable regional de salud para la subdelegación CICR Medellín, comenta que el trabajo en la zona estuvo dirigido a en dos vías.
"Una de ellas es de apoyo, pero también de persuasión para que estas comunidades puedan acceder a estos servicios a los que tienen derechos", dice Nancy, y explica que en estas jornadas se detectaron casos de diarrea, infecciones respiratorias agudas, malnutrición, crisis hipertensivas y casos positivos de paludismo y malaria.
Además, se hicieron jornadas de vacunación felina y canina y los funcionarios de la alcaldía viajaron hasta lugares remotos a fumigar para evitar la propagación del paludismo y la malaria. En otras comunidades repartieron toldillos impregnados de repelente para los mosquitos transmisores de la enfermedad.
"Hicimos un énfasis especial en las piscinas que dejan los trabajos de minería donde se concentra el agua lluvia, sitio perfecto para la reproducción del mosquito transmisor", asevera Juan Carlos Ortiz, del CICR.
QUEDÓ UN COMPROMISO
Para evitar que las comunidades del Sur de Bolívar sigan en el olvido estatal, la alcaldía de Montecristo se comprometió a continuar con brigadas de salud más periódicas. Ese era uno de los objetivos, como lo explica Gerardo Moloesnik cuando afirma: "La idea es que las autoridades adquieran confianza y más adelantes hagan ellos las brigadas por sí mismos y solos".
El compromiso fue ratificado por Teresita Sequea, secretaria de Salud de Montecristo, quien asevera que además, crearán una red de microscopia y delegarán una enfermera para resolver la situación en salud de los corregimientos.
Ante las denuncias de la comunidad sobre la obligación de comprar ellos medicamentos y hasta jeringas cuando van a consultar a Montecristo, Sequea expresa que "cuando las personas nos lo solicitan con recursos propios lo asumimos, otras veces las personas tienen que comprar porque el municipio tienen un sistema financiero muy mínimo por muchas deudas de vigencias anteriores".
Pero como dice Carlos*, habitante de Toribio, la comunidad no entiende de vigencias. "Nosotros no entendemos de discursos, entendemos que necesitamos de médicos, centros de salud y atención de buena calidad".
Por eso no para de abrazar a los integrantes del CICR. Les agradece en cada palabra, con cada gesto de sus manos agrietadas por trabajar en las minas y en la montaña. Dice que gracias al CICR salieron de un olvido de por lo menos 20 años "y con eso, les abrimos las puertas, para siempre, de nuestro corazón".
*Nota de JAVIER ALEXÁNDER MACÍA.
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