Por: Alejandra Bonilla
“No llores negra, ay mamá, deja de llorar, ay negra. Aquella tarde siniestra cuando todo sucedió, de la lomas el hombre malo bajó, traían un perro negro, venían llenos de rencor. No llores negra, ay mamá, deja de llorar, ay negra. Nos reunieron en la plaza, haciéndonos amenazas, nos decían: ‘guerrilleros’ los venimos a matar, no quedarán ni los perros ni nadie pa’ echar el cuento”*.
Es un lumbalú, un duelo colectivo, que logra su cometido: hacer que quien lo escuche recree lo que la comunidad de la vereda Las Brisas y de Mampuján en Bolívar vivió cuando un grupo del Bloque Héroes de los Montes de María de las Autodefensas llegó, asesinó a 12 personas y provocó el desplazamiento de 300 familias, en marzo del año 2000.
Colprensa fue testigo de dicho canto, realizado por 12 mujeres en el 2012 cuando se conmemoraron 12 años de la masacre en Mampuján viejo, que hoy es solo tierra y algunos muros levantados con murales que recuerdan la tragedia.
Esa es la masacre por la que fue condenado el exjefe de las Autodefensas Edwar Cobos Téllez, alias ‘Diego Vecino’, quien acaba de recuperar su libertad tras cumplir la pena de 8 años de prisión que impone el proceso de Justicia y Paz.
En ese marzo, cuando llegaron los ‘hombres malos, Keyla comía en la casa de su bisabuela arroz de fríjol. Se acuerda perfectamente porque “fue la última comida que comí aquí. Eso sí que hace daño, eso sí que duele”.
Tocó salir corriendo. Una de las niñas del coro, que para 2010 no alcanzaba la mayoría de edad, vio venir a esos hombres que producían miedo. Le avisó a su mamá y salieron corriendo para la casa de la abuela. “Allá querían sacar a las personas adultas, cuando iban a sacar a mamá nos pusimos a llorar y entonces mi abuela, ella decidió ir y que nuestra mamá se quedara”.
Las hoy adolescentes de las comunidades de Mampuján, las Brisas y San Cayetano se apropiaron de lo que sucedió a su pueblo y, en general, la comunidad. Si bien no todos saben leer o escribir, tiene completamente interiorizada la sentencia del Tribunal Superior de Bogotá, Sala de Justicia y Paz, del 29 de junio de 2010 y la sentencia en segunda instancia de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia en abril de 2011 que se convirtió en la primera condena contra paramilitares en el marco de la Ley de Justicia y Paz.
“Así como este pueblo está destruido físicamente, también nuestros corazones internamente han llevado ese peso. Tenemos una sentencia que en el papel es muy hermosa, pero si nosotros no la gestionamos no se hace realidad”, reitera Marta.
Para la comunidad de Las Brisas, el pueblo a donde pertenecían los 12 campesinos masacrados, el fallo judicial no contempló algo esencial para poder recuperar un poco su comunidad: una carretera. Y esto porque desde San Cayetano a Aguas Blancas hay carretera destapada y de la vereda de ‘Pelaelojo’ a Las Brisas hay apenas un camino “de herradura”, donde cabe una sola persona.
“Es que es muy rico estar bajo el aire acondicionado, tras un escritorio, mientras el campesino se desvanece bajo las inclemencias del sol, de la lluvia, de un camino polvoriento y con sus cargas en su hombros porque no tiene cómo hacerlo”, manifestó la representante de las víctimas.
“No llores negra, ay mamá, deja de llorar, ay negra. Mi mamá que estaba enferma, tocó sacarla en hamaca, perdimos los animales, los cerdos y las gallinas, toda la vida bonita. No llores negra, ay mama, deja de llorar, ay negra. Salimos a pasar hambre, después de tanta abundancia, ahora nos toca pagar servicios de luz y arriendo y quién nos reparará todo lo que nos hicieron”.
EN PRIMERA PERSONA: KEYLA
"Nosotros no estábamos acostumbrados a ver la violencia desde tan cerquita. Es el hecho de pensar que lo que al otro le pasó, a mi no me va pasar. Ver que ese muro se derrumba ante tanta maldad es traumático. Yo vivía al frente de la plaza con mis dos hermanas y mis papás.
Te dabas cuenta de todo cuando no tenías que comer. Porque antes si de pronto yo tenía, el vecino tenía. Y si el vecino tenía, yo tenía. Era el hecho de pensar que allá no tenía miedo a salir, era el hecho pensar que allá tenía a mis amigos y allá nada. El tejido social se rompió.
Pero, no todo fue malo. Esos hechos nos permiten ayudar a otras comunidades, a pensar en el futuro. Hay que sacar lo bueno de lo malo.
Nos fuimos a Marialabaja. Allá pasamos trabajo de toda índole puesto que no es lo mismo estar en lo que es de uno a vivir en un cuarto con tres, cuatro y hasta cinco familias.
La guerra sembró malicia en nosotros. Hoy somos desconfiados porque desde muy niños nos trabajaron el cerebro y nos metieron la violencia en la cabeza y el odio se fue apropiando de nosotros.
Yo creo que así como están las casas dejaron nuestras vidas, que con el paso del tiempo hemos ido reconstruyendo”.
*Reproducción parcial de una nota publicada el 13 de marzo de 2012.
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