Bolívar


Un día en la vida de las clarisas de Magangué

UBALDO MANUEL DÍAZ

02 de abril de 2015 04:19 PM

Al llegar a la ciudad de Magangué, nombre derivado de la voz indígena Maganguey, lo primero que se encuentra a mano izquierda llegando desde Sincelejo es una inmensa construcción en obra negra estilo medieval: el convento de las monjas clarisas.

Magangué es una ciudad que se ha detenido en el espacio y el tiempo con construcciones vetustas y modernas, a finales del siglo pasado fue un importante puerto y paso obligado de los buques que se trasladaban del interior del país hacia la región Caribe.

La ciudad fue fundada a mediados de 1610 por un español errático llamado Antonio De la Torre. Colonizada en su mayoría por turcos y libaneses que huían de la persecución de Franco y las huestes hitlerianas.

Sus calles en forma de laberinto, que comunican de una casa a la otra, con arabescos en su parte frontal, propio de la arquitectura Árabe, nos dan la imagen de una de esas casas de las mil  y una noches.

En el puerto, bajo el calor intenso de las 2 de la tarde un buque cruza perezoso las aguas del Magdalena. El olor a pescado podrido es insoportable, los venteros ambulantes hacen su agosto, aquí  se consigue de todo, desde una lámpara de Aladino hasta el remedio para la impotencia.
Desde una descolorida esquina un 'Pedro Navaja' observa con ojos de felino la desierta calle acechando  a uno que otro incauto transeúnte.

Magangué es una ciudad llena de contrastes políticos y sociales, por ser la segunda ciudad de Bolívar después Cartagena, con un presupuesto anual  de 150 mil millones de pesos, debería ser una tacita de plata. Pero la realidad es otra.  En uno de sus parques un grupo de niños desarrapados juegan a policías y ladrones, un negro corpulento que lleva dos gallos de pelea debajo de sus brazos, cruza lentamente la calle. Cuatro compadres matan el tiempo debajo de un árbol jugando una partida de dominó. Todo esto es una parte de la ciudad donde están ubicadas las protagonistas de la historia de hoy: las monjas clarisas.

Se levantan a las 4:00 de la madrugada, enfundadas en un hábito café. Se aprestan a cumplir las responsabilidades de ese nuevo día. Detrás de una pequeña buhardilla se escuchan jaculatorias en latín y castellano, es la primera oración. En un costado lateral está la imagen de Santa Clara con una hostia en la mano; un crucifijo doliente, como el de la pintura de Goya, preside el altar. Abajo hay cosas más terrenales como una desnuda silla de madera y unas flores artificiales.

Pidiendo una oración

El teléfono repicó varias veces antes que la monjita lo descolgara. Del otro lado del auricular se escuchaba la voz de un  feligrés que llamaba a pedir oración por el agarrón y pelea entre los magistrados de las altas cortes.  De estos si se puede decir que son protagonistas del escándalo mediático que jamás se haya tenido noticia en la historia de la justicia Colombiana. La llamada anterior se da porque ellas no tienen radio, ni televisión, mucho menos internet. Aparentemente viven aisladas del mundo exterior.

El día que fui a visitarlas me atendió una de ellas, una mujer silenciosa que casi nunca habló sino se le pregunta algo, intuyo que esto se debe a la regla de oro de los contemplativos, inspirados en la regla en San Benito, padre del monaquismo en occidente,  de guardar silencio, mucho silencio, de la economía de las palabras, de hablar casi las 24 horas solo con Dios.

- ¿Madre, porque no tienen radio ni televisión?  Fue mi pregunta – su respuesta fue muy práctica: “porque casi nunca nos queda tiempo- y acto seguido empezó a enumerar un rosario de ocupaciones a aparte de rezar: tejer, bordar, hacer panes, ostias. y yo concluí: de caminar con una cesta bajo el brazo bajo el infernal sol de las 2 de la tarde de la ciudad de Maganguè, vendiendo rifas, ofreciendo escapularios,…...

-  – ¿si sabía que Maganguè tiene un presupuesto anual de 150 mil millones de pesos y que la ciudad sigue postrada hace más de 20 años?  -Seguí preguntándole-. Ella seguía en silencio. Yo esperaba encontrar algún gesto de reproche en su rostro o que su respuesta iba a  desembocar en: -“Con ese dinero ya se hubiesen hecho varios conventos como este”-.  Pero no;  no pronunció ni una sola palabra y con su mirada de indulgencia me invitó a que nos arrodilláramos y pidiéramos en silencio a Dios por todos esos hijos que se han equivocado de camino… Porque EL,(Jesús) según ella, es el único que los puede cambiar… puntualizó.
Que lección tan grande para mí, que por razones de este oficio hago, formulo muchas preguntas a las personas que entrevisto.

De la fundadora

En el año 1205 una jovencita italiana de familia noble decide dejar todo y tomar los hábitos siguiendo el ejemplo de otro joven que estaba dando de qué hablar llamado Francisco de Asís. Más tarde esa joven se convertiría en Santa Clara de Asís, fundadora de las monjas clarisas, dedicadas a la vida de clausura y contemplación.
Ellas entran al convento a la edad de 17 años, la formación la inician con una etapa llamada el aspirantado, acompañado de otro que es el postulantado. En dos años y medio realizan el noviciado, en esta etapa conocen a profundidad la vida de la fundadora, es la etapa más deseada por ellas porque se preparan para los votos simples o temporales.

María Teresa de la Santa Faz es el nombre que ha adoptado la madre superiora del convento de Magangué  aunque para el mundo o el siglo, como ellas le llaman, María Teresa sigue siendo Rut Mery Molina, este acontecimiento, o nuevo nacimiento sucede el día de la profesión perpetua que es  “per secula seculorum”  (por los siglos de los siglos).

A las 5:00 de la mañana se escuchan nuevamente los murmullos detrás de la Buhardilla, es la nueva oración llamada el oficio divino, acompañada de unos salmos cantados llamados laúdes. A las 7:00 am se asoman furtivamente por la buhardilla para escuchar la misa. Que un curita de Maganguè, el padre Octavio Díaz su capellán- viene a ofrecerle sagradamente todos los días.

Este día tiene una connotación especial, se alegran de sobremanera cuando el capellán les informa que el próximo año vendrá a Colombia el papa Francisco. El mismo Jorge Mario Bergolio, el mismo papa Francisco “El Hombre” llamado así por muchos por la revolución que ha causado en la iglesia Católica. En un desnudo y austero comedor desayunan en silencio, el olor exquisito a pan aliñado que sale del interior del comedor es embriagador.

Comenta una de ellas que el convento lo están levantando a punta de panes, rifas, bordando ornamentos litúrgicos. En fin, suspira esta mujer de ojos de bondad mirando en la lejanía: "es la divina providencia, es la divina providencia". El silencio es total. Desde afuera se observan los pórticos medievales del segundo piso donde algunas de ellas pasean con  camándula en  mano.

A las 9:00 de la mañana un órgano musical arranca unas bellas notas. Interrumpen sus quehaceres para rezar una oración llamada tercia, se le denomina así porque es la tercera hora litúrgica del día. Después del almuerzo tienen una hora de recreación, tuve curiosidad por preguntarles en qué la ocupaban y entre bromas y sonrisas una de ellas comentó: “a veces jugamos fútbol”. Nunca pierden el sentido del humor, se les ve feliz a todo momento. Faltando un cuarto para las 12:00 de la noche suena la campana para rezar la última oración llamada maitines, esta lleva una especial intención y es ofrecerla por todos los pecadores.

Desde el fondo del convento se escucha una tenue música gregoriana, son ellas que nuevamente se aprestan para la oración.  Son anónimas para el mundo, tal vez no opinen, ni sepan, ni les interese el despliegue mediático, publicitario que por estos días le hacen a la cantante “Beyonce”. En su gira, Tour 2015 por todo el globo terráqueo.

La felicidad para ellas en otra cosa, otro estado del alma, otra concepción de la vida; quizás superior a la que nosotros solemos llamar felicidad. El día va agonizando, la noche se avecina y en la vecindad sobre la misma vía que conduce a Magangué se encienden las luces de neón de un motel.  Pienso en  la dialéctica de los seres humanos: mientras allá se peca acá se reza.
 

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