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Es ciego, pero conoce a las mujeres bonitas por su olor

La discapacidad visual de Emiro Puello lo mantiene aislado de los colores. Sin embargo, aprendió a valerse por sí mismo a través de un bastón de madera.

JULIO CASTAÑO BELTRÁN

05 de septiembre de 2021 12:00 AM

En sus 42 años de vida, Emiro Arrieta Puello jamás ha visto la luz. Su discapacidad visual lo mantiene aislado de deleitarse con los colores de la naturaleza. Sin embargo, aprendió a valerse por sí mismo a través de un bastón de madera y así anda por las calles de Arjona, norte de Bolívar.

Este andariego, nacido el 30 de agosto de 1979 en el barrio Las Cabras de Arjona, es un ejemplo. Hace parte del hogar conformado por Julia Puello y Jairo Arrieta (sus padres). Este último falleció hace seis años. El grupo familiar lo completan Luis, Gustavo, José, Eliécer y Fanny, sus hermanos. La ceguera de Emiro, dice él, es congénita al igual que la de José, que solo ve por un ojo. Entre tanto, Gustavo, en un accidente casero, sufrió problemas en la retina al salpicarle leche caliente. Cree que por eso perdió la visión.

Emiro luce feliz –no usa tapabocas-. Lo encontré un domingo en medio de la pandemia, sentado en una banca después de la celebración de la misa, en la plaza principal de Arjona. Varias personas lo saludaron, entre ellos Johnny, Carlos y José. Por sus voces pudo reconocerlos. “Es que tengo bien desarrollado el oído y los distingo rápido”, me cuenta.

Luego, una joven se le acerca a ofrecerle un tinto. Él, con una sonrisa picaresca, me dice: ¿Te tomas uno? Le dije sí. ¿Esa muchacha es hermosa, verdad? Yo le dije que no. “Sí, lo es, no me discutas”, reprochó. Y le pregunté: ¿Emiro y tú cómo lo sabes, si no puedes verla? Y respondió: “Fresco, es que cuando la mujer es bonita la reconozco por su olor”.

La expresión me despertó las ganas de conocer la vida de este personaje, muy conocido en el municipio por su carisma y su deseo de salir adelante. Dice que hubiese querido ser un profesional y me relata parte de su historia. “Yo quise ser abogado, porque me duele que no tengamos apoyo del Estado y así podría exigir el cumplimiento de los deberes que tienen los gobernantes y que se respeten nuestros derechos”. (Le puede interesar: Su ceguera no ha impedido que emprendan: la historia de los Buelvas)

Otra de sus metas era ser cantante y me entonó un tema del Binomio de Oro llamado “Acéptame como soy”, del compositor Marcos Díaz.

“Ay acéptame como soy/ por ti más quiero la vida/ peco si te hablo mentiras/ arráncame el corazón”.

El tema se lo dedica a una novia que vive en Medellín, con la que se comunica por Facebook a través de un software auditivo que le permite escuchar los mensajes que recibe en su cuenta.

Emiro sabe que vivirá siempre entre la penumbra. “Los médicos me dijeron que no había algo que hacer, solo un milagro de Dios permitirá que yo pueda ver. Me he resignado a estar en medio de la oscuridad, pero ya no me preocupa eso. No tengo vista, pero con mi olfato percibo los aromas que me rodean. Con mi oído capto mejor la nitidez de las palabras y he aprendido a distinguir los timbres de voz de cada persona que me habla”. Pese a la discapacidad visual, este arjonero da muestras del esfuerzo y empeño para ganarse el sustento. Para él, el día y la noche son casi iguales: entre tinieblas. Vive en el barrio Santa Rosa de Lima. Se levanta de su cama, que tiene en la sala de la humilde vivienda, cuando cantan los gallos del vecindario, a las 3 y 30 de la madrugada. Se baña y se pone la ropa limpia que una vecina le lava, servicio que paga con los mandados que le hace.

A esa hora su hermano Eliécer también se levanta y prepara la olla de café que envasa en 12 termos que llevan José y Gustavo para venderlos en el turno de los buses intermunicipales, en el barrio La Cruz. (Lea aquí: Los que aman a ciegas)

A las cuatro y veinte de la mañana los tres hermanos salen de su casa y caminan con un solo ojo: el de José. El tiempo de la travesía es de 20 minutos hasta la calle Central Colombia, por las polvorientas y destapadas vías de Arjona. Y lo peor es que cuando llueve deben lidiar con los charcos y el barro. Es un trayecto que se saben de memoria. Emiro lleva siempre un bastón de coralillo, que le sirve de defensa contra perros callejeros y para evadir obstáculos.

Emiro hace parte de las más de 1.500 personas que tienen discapacidades en esa población del norte del departamento de Bolívar.

Él se regresa solo a su casa a las 7 de la noche, sus hermanos lo hacen utilizando mototaxis, puesto que queda más lejos la zona de venta del tinto.

Su sitio de trabajo

Emiro me dijo que quería contarme más de la historia de su vida. Por eso llegué el viernes siguiente a su “oficina”, a las 7 a. m. Ahí estaba, sentado en el pretil de una IPS en la calle Central Colombia, lugar donde cada día llega a hacer lo que a muchos no les gusta hacer: madrugar para obtener un turno en la fila en la que entregan citas médicas.

Había mucha gente en el lugar. “Emiro, mi turno, ya estoy aquí”, le dice uno de los presentes. Él le cumplió a las nueve personas que lo llamaron por teléfono el día anterior a pedirle que les apartara una ficha.

“Por este trabajo –explica- cada persona me paga mil pesos, algunas de buen corazón me aportan dos mil, en el día me puedo hacer hasta trece mil pesos. Dependiendo de cómo me va, le entregó a mi mamá entre cinco y ocho mil pesos. Lo que me queda es para la compra de los elementos de aseo personal”. (Le puede interesar: Julieth Meza, los ojos de su padre invidente)

Emiro aprendió a leer a través de una gestión que hizo el fallecido párroco Francisco Bisquet y la señora Judith de Barrera, ante el instituto Nacional de Ciegos (INCI) en Cartagena, en el que le enseñaron a escribir a través del sistema braille. Además, aprendió a manejar el bastón que usan personas con discapacidad visual, pero dice que no lo usa porque la flexibilidad de este le causa problemas de movilidad. Por eso utiliza uno de madera.

Gran luchador

Emiro ha sido vendedor de tintos y chances. Ha recibido capacitaciones y asistió a talleres ofrecidos por la Corporación Concebir, que trabaja con población con discapacidades. Allí aprendió a elaborar traperos. En la misma institución se desempeñó como portero y realizó varios servicios, pero debido a la pandemia la institución cerró sus puertas. Le pagaban 300 mil pesos mensuales por medio tiempo.

Me he resignado a estar en medio de la oscuridad, pero ya no me preocupa eso. No tengo vista, pero con mi olfato percibo los aromas que me rodean”

Emiro Puello

A Emiro le preocupa que no tiene un ventilador en su casa. El techo de zinc no está en buenas condiciones y tiene más de 30 agujeros, por lo que sufre mucho en tiempos de lluvias, principalmente cuando las goteras caen de noche justo en su cama. El pasado 2 de agosto, en la madrugada, su vivienda fue una de las 80 afectadas por un vendaval. A la fecha no ha recibido ayuda por parte de la Alcaldía, ni como discapacitado ni como damnificado por el fenómeno atmosférico.

Me dice que no se ha vacunado contra el COVID-19 por temor a las agujas, y que no recuerda haberse enfermado. Tras comentarle sobre los beneficios de la vacuna, accedió en ponérsela. Ahora está a la espera que de lleguen los biológicos a la Secretaria de Salud de Arjona.

¿Condición genética?

Para la médica Karina Morán el hecho de que tres miembros de una familia tengan el mismo problema de visión no es una coincidencia. “Estaríamos hablando de una causa genética, lo que puede señalarse como una anomalía entre los genes del padre y de la madre, y al momento de unirse, ocurre una malformación. En ese caso es probable que el 50% de los hijos pueda tener afectaciones en la vista u otros órganos”.

La profesional de la medicina recalcó que se debe acudir a una consulta con especialistas para que se determine si es un problema de párpado, que puede ser intervenido, o si es parte del ojo el que está afectado por genética, donde lamentablemente en esta última causa no hay posibilidad de recuperar la visión.

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