Regional


En La Cansona hay un lugar para mirar el mundo

Se llama “Mirador La Ceiba”. Diariamente lo visitan los viajeros que utilizan la transversal de la Alta Montaña, en El Carmen de Bolívar. Los fines de semana se llena de familias que buscan el aire puro.

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ P.

16 de noviembre de 2020 08:51 AM

La mañanas amanecen nubladas en los corregimientos de la Alta Montaña, territorio perteneciente al municipio de El Carmen de Bolívar.

Aún siendo las 7 de la mañana, un reguero de neblinas hace difícil la percepción de los caminos, como si alguien estuviera armando hogueras o enviando señales de humo a ignotos destinatarios.

Y aunque el sol empieza a asomarse sobre el vacío que dejan las montañas a lado y lado de la carretera ascendente, todavía se alcanza a sentir el frío que imperó desde las 6 de la tarde hasta las 8 de la mañana.

“Por estas tierras todavía se puede respirar aire puro”, afirma, casi gritando, Luis Torres Romero, un comerciante de 87 años de edad, quien asegura tener 70 años de estar pisando los caminos de la Alta Montaña.

Nació en la localidad de Macayepo Guineo, pero ahora vive en el corregimiento de La Cansona, donde dirige un estadero --o descansadero, que llaman--, donde los vehículos se detienen un rato, para que los tripulantes se tomen un tinto, descarguen alguna necesidad fisiológica y se tomen fotos mirando hacia la hondura verde que se desenvuelve en la parte de atrás del estadero.

Se llama “Mirador La Ceiba”, por un gigantesco árbol del que se asegura tiene mil años de vida y cuyas ramas cubren casi la totalidad del campo que se abre hacia una pared de tierra, que, al parecer, en algún tiempo hizo parte de las entrañas de la montaña moldeada por el filo de las catapilas.

Todos los que llegan hablan, ríen y se toman fotos con sus teléfonos celulares, pero la única voz que se oye es la de don Luis, porque habla duro y rápido, como asegurándose de que sus recuerdos queden bien impresos en las memorias de quienes lo escuchan.

“Este estadero ya cumplió cinco años de estar funcionando, pero no siempre fue así como ustedes lo ven. Primero fue una tienda en la que se estacionaban los comerciantes de El Carmen y de más allá, quienes venían en burros y bien maltratados, porque los caminos eran difíciles y agotadores. De ahí viene el nombre del pueblo: La Cansona.

“Los comerciantes venían a buscar el aguacate y la madera, que eran las riquezas de por aquí. Estos eran unos aguacatales extensos desde antes del siglo XX. Todos los días bajaban hasta cien burros cargados de aguacates hacia El Carmen; y de allá, salían diario hasta siete camiones llenitos para Cartagena y Barranquilla.

“Eso contaban mi bisabuelo, quien murió de 118 años; mi abuela, que murió de 106; y mi papá, que murió de 95. Es que por aquí la gente dura bastante, porque el clima es muy rico, los pulmones no sufren y hay un espíritu de tranquilidad que no deja que la gente se ponga vieja tan rápido.

“La cosa se puso mala cuando llegaron los delincuentes, la guerrilla, los paramilitares y el Ejército. Dicen que uno de esos grupos echó veneno a los árboles de aguacate y con eso acabaron la riqueza. Yo duré 14 años siendo inspector de La Cansona, hasta que un día amaneció un letrero en la pared de mi casa: ‘Se está secando la laguna para los sapos’. Y enseguida renuncié.

“Mi familia y yo nos fuimos para Barranquilla, porque esto se puso invivible. Allá, después de haber sido dueño de terrenos, tenía que trabajar con una carretilla. Después nos fuimos para Sincelejo, hasta que regresamos en el año 2000 y recuperamos este terreno, que había quedado únicamente con unas cuantas tablas y cien láminas de cinc. Pero no pudimos seguir comerciando con el aguacate.

“Pero todavía se consiguen animales para comer. De vez en cuando, uno coge una venado o una guartinaja y cocina un guiso, o un asado, que duran varios días. Claro, esas son comidas que yo consumo con cuidado, porque me he vuelto hipertenso. Esa enfermedad se me inició con unos mareos que me tumbaban repentinamente. Entonces tenía que andar con varias personas a mi lado, que no dejaban que me cayera. Pero quienes me veían y no me conocían, creían que era narcotraficante, porque tenía que andar rodeado de escoltas. Esa molestia, gracias a Dios, se me ha ido mejorando a punta de pepino licuado”.

“Después de un tiempo tomando pepino, comprendí que todavía no me iba a morir y puse ‘El mirador la ceiba’. Aquí tengo 32 hectáreas, que comparto, desde hace veinte años, con la Infantería de Marina, pero ellos nunca me han dado un peso por ocupar la parte alta de mi terreno.

“Mi día comienza y termina echándole maíz a mis veinte gallinas, sembrando ñame y plátano, atendiendo el estadero y viendo las noticias en el televisor”.

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