Bastan 40 minutos de viaje en carretera desde Cartagena para llegar al corregimiento de Zipacoa, jurisdicción de Villanueva, o al menos eso pensaba, pero fácilmente esos 40 minutos se pueden convertir en los más largos del mundo. Una trocha polvorienta que une al pueblo con la vía principal que conduce a Villanueva se vuelve imposible de transitar en vehículo si a la lluvia se le da por caer, como ocurrió el día que visité aquel lugar, entonces los minutos pasaron a ser horas, pero por difícil que sea el tránsito, es la única forma de llegar al terruño de las 314 familias que lo habitan, las mismas que hace 18 años corrieron despavoridas de miedo huyendo de la muerte, las mismas que hace unos años volvieron para reconstruir sus vidas y recuperar aquello que la guerra un día les robo.
El recuerdo de un éxodo forzado
“No olvidamos pero hemos tratado de subsanar el dolor”, refiere Maritza Arellano mientras recuerda aquel 8 de enero de 2001, cuando paramilitares del Bloque Norte llegaron al pueblo y obligaron a la comunidad a reunirse frente a la iglesia, allí escogieron a cuatro personas y se las llevaron. “Nos reunieron aquí en la plaza, nos pidieron que dijéramos quienes eran los que se robaban las gallinas y puercos, nosotros, ignorantes de todo, dábamos nuestras versiones, pero cuando nos tuvieron reunidos, fueron identificando y llamando a la gente por su nombre, entonces se pararon y nos dijeron: ellos se van con nosotros y en media hora vienen, se los llevaron al monte, no pasaron ni 15 minutos cuando escuchamos las detonaciones, ‘ya los mataron’ dijimos todos”, recuerda Arellano mientras el cielo deja caer las gotas que sus ojos tratan de contener.
Al día siguiente llegó el Ejército, asegurando que los victimarios estaban en un rancho a cinco kilómetros de Zipacoa, hasta donde se desplazaron e iniciaron un enfrentamiento. Algunos dicen que se escuchaban los disparos como si fuese ahí mismo, entonces aún con el suspiro sostenido, la gente huyó sin saber a donde ir, lo único que tenían claro era que querían salvarse. “Las detonaciones se sentían aquí cerquita, ‘corran que ahí vienen por nosotros’ decía la gente, solamente agarramos a nuestros hijos y corrimos sin rumbo fijo, la mayoría cogimos a Cartagena donde teníamos familiares, el Ejército decía que no nos fuéramos, que nos iban a proteger pero ya nosotros no creíamos en nada, teníamos miedo”.
Entre el 2000 y 2001, el control territorial de los paramilitares en el corregimiento generó masacres, amenazas a la población civil, homicidios selectivos y detenciones arbitrarias que terminaron en el desplazamiento forzado de toda la población.
Escribiendo una nueva historia
Como un pueblo fantasma quedó aquel territorio cuya tierra, en la voz de sus pobladores, era próspera y les daba el sustento para vivir, pero que ante la ausencia de cuidadores amenazaba con extinguirse. Pero con el paso del tiempo los zipacoeros se propusieron que la guerra no acabaría con lo suyo y fueron regresando con la esperanza de recuperar lo perdido, de volver a vivir tranquilos, como lo hacían antes de que los paramilitares los llenaran de miedo y les quitaran las ganas. Con la resistencia que los caracteriza, iniciaron una nueva vida, retomaron sus tareas, organizaron a su gente y se propusieron reconstruir sus raíces.
“Regresamos pero el miedo siempre estaba ahí, la población estaba herida, no nos atrevíamos ni a visitar a los vecinos, hasta que fueron llegando las entidades entonces las cosas se hicieron más fáciles”.
A partir del 2013, La comunidad de Zipacoa fue priorizada como sujeto de reparación colectiva, dentro del cumplimiento del artículo 151 de la Ley de Atención a Víctimas, con el acompañamiento de la Unidad para las Víctimas, se inició el plan de reparación colectiva, donde empezaron a trabajar medidas de satisfacción, garantía de no repetición y rehabilitación.
“Desde la reconstrucción del tejido social hemos trabajado con el comité de impulso, en cuanto a lo que compete a esa reconstrucción, se fueron desarrollando los proyectos productivos como una forma de reconstruir el tejido ya fraccionado, ahora estamos trabajando asociativamente, además que compartimos esas experiencias, pero ya ese dolor no lo recordamos como lo vivimos sino como lo superamos”.
Las fiestas patronales que se realizan en el marco de la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción, todos los 8 de diciembre, que también se vieron afectadas por esa época de guerra, hizo que nadie quisiera conmemorarlas. Pero a partir del 2017, con el apoyo de la Unidad para las Víctimas, se inició una estrategia de comunicación para la implementación de sus medidas de satisfacción, es decir, crearon actividades que permitieran fortalecer sus prácticas culturales afectadas y así volver a encontrarse y no perder la esencia de ser una comunidad digna, trabajadora, amable que le apuesta a la paz y a que no se pierdan sus tradiciones.
“Rescatamos nuestra cultura, las fiestas del 8 de diciembre, eso nos ayudó a integrarnos, recuperar la alegría y las emociones, ahí compartimos todos con los fandangos, también rescatamos las fiestas de Semana Santa en esta que es nuestra tierra, es una forma de sentir que volvimos para quedarnos”.
Este año Zipacoa recibió delegados de países como Malawi, Sri Lanka, Zimbabwe, Sudáfrica y Perú quienes llegaron al corregimiento para conocer las acciones que permitieron reconstruir el tejido social de esta población.
A través de un diálogo con los pobladores, los delegados recogieron experiencias importantes en materia de recuperación emocional, reconstrucción de la memoria y desarrollo comunitario, conocieron además los hechos que llevaron a esta comunidad a recuperar, de manera colectiva, lo que el conflicto armado les había arrebatado.
“Es importante ver como una comunidad a través de cosas sencillas puede transformar y unirse, y es muy significativo cómo están muchas generaciones en esto, desde los mayores hasta los más jóvenes y eso le permite ver el proceso sostenible en el tiempo”, dijo Tulani Gray, delegado de Sudáfrica.
Zipacoa, un pueblo que quizá 20 años atrás muchos ni siquiera sabrían ubicarlo en el mapa, hoy enmarca su historia de resiliencia como un ejemplo para el mundo, y aunque tiene muchas necesidades por satisfacer aún, pues carecen de calles pavimentadas, alcantarillado y muchas cosas más, son la muestra de que sí es posible superar la guerra, volver a confiar y sentirse orgullosos de sus raíces, pero sobre todo de vivir en paz.
Acompañamiento de la Unidad para las Víctimas
La Unidad para las Víctimas , mediante la Dirección Territorial Bolívar, implementó diferentes acciones en seis Sujetos de Reparación Colectiva, en los cuales realizó la dotación de elementos tecnológicos, maquinaria y herramienta agrícola, mobiliario escolar y materiales de construcción.
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