Revista dominical


Ángeles de Calle, película grabada en El Pozón con un celular

LAURA ANAYA GARRIDO

29 de noviembre de 2015 12:00 AM

Ficción, ¿cuál ficción? Aquí el bien y el mal se despedazan a diario. Hay violencia y drogadicción. Hay sueños y esperanzas. Estamos en El Pozón y Dios quiso bautizar a este sector como Los Ángeles.

Apenas dejó de llover. Las calles, destapadas y encharcadas, hablan de miseria. De abandono estatal. Son las 3 de la tarde.

Natalia Díaz Padilla -más adelante la conocerá- sonríe, me toma de la mano y me lleva al estudio donde se cocina el sueño colectivo del sector: Ángeles de Calle, la película.

Un momento...¿una película en El Pozón? Ajá. Es más: una película de acción grabada con un celular en El Pozón.

La idea surgió a finales de agosto de 2015, en una “mamadera de gallo”. Rubén Pérez Contreras y Samir Lobo Majul, amigos de barriada y compadres apasionados por la creación audiovisual, comenzaron a decir en chiste que harían una película. Entre chanza y chanza, la idea comenzó a tomar forma y fuerza. Pronto se vieron armando la trama, el guión, los personajes y buscando recursos. Pronto se vieron “metidos en la película” junto a 30 vecinos.

“La gente del barrio se entusiasmó con la idea y muchos manifestaron su interés en hacer parte del proyecto. Pedimos 6 mil pesos para la inscripción, el dinero se usó para comprar la utilería. Compramos, por ejemplo, harina de trigo para simular la droga”, explica Natalia Díaz.

El género es acción con muy poca ficción. La película de hora y media habla de la realidad del sector, de las mafias de la droga, de bandas criminales que terminan matándose por territorio. Habla del precio de la traición entre los hampones.

“En Ángeles de Calle hay dos personajes principales: Migor y Black. Migor es el patrón, el cabecilla de la banda, y Black un empleado suyo que se ‘tuerce’ -traiciona- y comienza a hacerle competencia en el negocio de las drogas. Ahí empieza una contienda. También hay partes de amor y al final los que sobreviven a la guerra de las mafias se salvan por el arte, se convierten en cantantes...queremos destacar que los buenos somos más y que El Pozón no es solo delincuencia”, prosigue Natalia mientras me muestran el tráiler.

-¿Quién es el director? ¿Quién les enseñó a encuadrar las escenas y a hacer las secuencias? -pregunto asombrada-.

-“Yo”, dice orgulloso el director: Samir Lobo Majul.

-¿Y cómo aprendiste, estudiaste realización audiovisual?

-“No, puro tutorial de Youtube”, responde sonriente.

Creatividad, esperanza

El director muestra videos de escenas terminadas con efectos especiales y detrás de cámaras grabados con un Nokia Lumia 800 y editados en un programa llamado Sony Vegas.

Las armas son de balines, las motos y los carros son prestados...y qué decir de la escenografía: los escenarios son las calles de El Pozón, el vestuario es la mejor “pinta” de cada actor y los actores son naturales. Ellos mismos se maquillan y peinan. Arman lámparas para escenas nocturnas y hacen trípodes de madera. Pintaron de negro una pequeña caja de icopor rectangular y ahí guardan el celular, que se dañó la semana pasada, pero nada detendrá a Ángeles de Calle.

¡Es que esta gente ha reinventado el significado de creatividad! Más allá de imaginación o inventiva, aquí la creatividad es sinónimo de voluntad. Es esperanza.

Esta no es una simple película, es el sueño de una vida mejor. De una vida alejada de la delincuencia, de la oscuridad de la muerte y del tráfico de estupefacientes...de realidades que superan la ficción. ¡Juzgue usted!

Samir Lobo, el director, tiene 26 años y era mototaxista. Sufrió un accidente de tránsito y abandonó las vías para meterse de cabeza en el mundo de la creación audiovisual. A punta de tutoriales y de interminables búsquedas en Google se hizo un maestro en este, su arte y su sustento. Sorprendente, ¿no?

El arte también habita en don Roberto Martínez Zabala, vendedor ambulante que a sus 50 años se convirtió en actor; en una ama de casa llamada Natalia Díaz -30-, mamá de tres niños y conocidísima en El Pozón como “Nativa, la Cantante”, en sus años mozos fue intérprete de champeta. Hay arte en Rubén Pérez Contreras, el marido de Natalia, cantante de champeta y taxista.

Hay un personaje bastante peculiar: “El Ñapa”. Su nombre real es Luis Eduardo Beltrán Altamar, tiene un hijo y 22 años -parece de 30-. Confiesa que fue ladrón, pandillero, expendedor de droga y que tiene sus esperanzas invertidas en este proyecto. “Desde los 12 años anduve en la calle porque veía mucho ‘maquiavelismo’ -delincuencia-. He tenido tantos problemas que ni sé por cuál comenzar...yo transportaba droga. Andaba en las cosas malas, robando, peleando y conocí este proyecto y como me gusta actuar quise aprovechar la oportunidad.  Mi papel en la película es de sicario y mi ilusión es que mi talento como actor se explote”, cuenta.

¡Ya sé, ya sé! Hay cientos de expandilleros, cantantes de champeta, vendedores ambulantes y mototaxistas en Cartagena...pero ¿a cuántos ha visto juntos en una película grabada con un celular?

Y bueno, solo me resta decirle que este filme es el regalo del Niño Dios para El Pozón. Se estrena el 24 de diciembre. No habrá sala de cine, pero sí cientos de espectadores ávidos de esperanza y de amor por el séptimo arte.

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