Revista dominical


El Año de Hidalgo

RICARDO CHICA GELIS

22 de julio de 2012 12:01 AM

El Grito de Dolores es considerado el acto con que se inicia la guerra de Independencia de México; según la tradición, consistió en el llamado que el cura Miguel Hidalgo y Costilla (en compañía de Ignacio Allende y Juan Aldama) hizo a sus feligreses para sublevarse contra de la autoridad virreinal de la Nueva España en la mañana del 16 de septiembre de 1810. Hidalgo tañó una de las campanas de la parroquia de Dolores en el hoy estado de Guanajuato. Estuve en cinco actos del Grito de la Independencia en la Plaza del Zócalo en el Distrito Federal, allí, el Presidente de la República, sale al balcón del Palacio Nacional para arengar al pueblo: ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México! La conmemoración ocurre cada año a las once de la noche del quince de Septiembre. Y se forma una fiesta hasta el amanecer.
“Oye, Guey” me interpeló un querido amigo que labora desde hace algún tiempo en la Cineteca Nacional de aquel país. “¿Sabes cuál es el año de Hidalgo?” Me interrogó. Le contesté que se trataba del año 2010 porque, en ese entonces, se estrenó la película “Hidalgo” con  Demián Bichir en el papel del prócer y que, además, su director Antonio Serrano, rompió con el enfoque patriotero y destacó aspectos liberales, sexuales, creativos, intelectuales, rebeldes para un cura que invocó a la Virgen de Guadalupe como elemento de unidad social. “Nada de eso” Replicó mi amigo.
En el año de Hidalgo, chingue a su madre el que deje algo” Sentenció. Quedé estupefacto, aunque, ya intuía el rumbo que estaba tomando el asunto. En la tradición clientelista que dejó el Partido Revolucionario Institucional, PRI, a lo largo de su gobierno durante casi todo el siglo XX, el último año de los gobiernos es el más corrupto de todos, porque politiqueros y sujetos sin escrúpulos se dedican a saquear el Estado, todo lo que puedan.
De inmediato me embargó la idea de que, en América Latina y en el Caribe, a nivel colectivo somos incapaces de cambiar. A nivel individual es a otro precio, porque estas son las tierras de la verraquera, la tenacidad y los cojones. La tierra de los héroes, las heroínas, los grandes señores y las grandes matronas que son dueños de todo, es decir, de los territorios con todo y gente adentro. Y para rematar, la epidemia del olvido nos hace inofensivos y felices. El otro día me sorprendió ver en prensa, un mapa donde visualizaban las redes comerciales de las diez únicas empresas en el mundo que controlan la alimentación de buena parte de sus habitantes: miles de millones de personas. Diez grandes empresas dueñas de la comida, que muy pronto serán una sola y que están comprando miles de hectáreas de las mejores tierras de este subcontinente, Asia y África. De ahí que los Tratados de Libre Comercio me parezcan tan inútiles. El fin de semana pasado, por ejemplo, decidí embarcarme en un bus a Montería, a sabiendas del pésimo estado de la carretera. Asumí que las condiciones de un vehículo grande, amortiguaría cada golpe. Y así fue. “Déjame el pasaje en 40 mil” le dije a la muchacha de los tiquetes. “No. Queda en 45 mil pesos porque es un servicio express, va directo” Replicó ella con una sonrisa. Era un bus muy cómodo, con películas interminables de Jean Claude Van Damme. Pero de San Onofre para allá, vino todo el gentío y no cupo en la cabina. Redescubrí los viajes a Maicao para traer mercancías, que se venden en los alejados y empobrecidos montes: televisores chinos con tecnología del siglo pasado, ventiladores, grabadoras y tubos de metal que quién sabe para qué servían. De repente, un señor comenzó a sacar una especie de tula, ubicada debajo de mi asiento, la cual, estaba llena de sobrecamas. Y así. Cargue y descargue. Oliendo a comida, a vómitos de bebé, a pedos en lata. Había un tipo que tenía de ring tong una escandalosa parranda que no lo despertaba con nada. Eran muy pocas las tractomulas que se veían por la vastedad de una carretera llena de escalerillas y huecos y cuyos conteiners temblaban como gelatinas. Cuando llegamos a Montería, me recibió en su entrada un McDonald´s que atiende las veinticuatro horas. 
Me acordé del Año de Hidalgo, cuyo período, en realidad, dura todo el tiempo de las administraciones, mientras vivimos una desmemoria anestesiante y que hace posible la convivencia entre la fiesta y la violencia. “¿Tu sabes cuál es la Ley de Herodes?” Volvió a interrogar mi amigo y esta vez guardé silencio. “Si no te chingas, te jodes”. Y acto seguido no aguantaba la risa.

ricardo_chica@hotmail.com

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