Revista dominical


El día en que mataron la risa

REDACCIÓN COLOMBIA

23 de agosto de 2009 12:01 AM

Esa mañana de aquel viernes (13 de agosto de 1999, a las 5:45 a.m.) Antonio Morales, quien fuera el guionista y director periodístico de Quac, parodia semanal de un noticiero en el año 1999, dormía en su casa cuando lo llamaron y le dijeron: “Antes de que te lo pilles en la radio, mataron a Jaime”. En otro punto de la ciudad, Marisol Garzón, hermana de Jaime, se alistaba para salir. Prendió la radio, pero prefirió apagarlo después de que dijeran que viernes trece era de mal agüero. Luego el teléfono timbró y el dolor la nubló. En los pasillos de una universidad capitalina, un estudiante bogotano escuchó desde su walkman la noticia, se trataba de Germán Izquierdo. Antonio Morales cree que en estos tiempos que vivimos en Colombia, Jaime Garzón “estaría muerto. Siempre fue inconveniente para dirigentes políticos de este país, además porque seguiría metiéndose en problemas de Acuerdo Humanitario. Estaba condenado por razones de su propia manera de ser, no tenía pelos en la lengua, era un ‘jetón’. Colombia perdió con su muerte el humor político. El problema de estos diez años de ausencia de Jaime es que desde entonces no existe una disposición a hacer humor político y de opinión, por lo menos en televisión. A Jaime no lo mataron por humorista, sino por serio. No porque tuviera personajes que se burlaran de sectores del poder, sino porque perdió ese blindaje que le permitía sobrevivir. Jaime era un personaje de la ficción”. “Jaime tenía una relación particular con la muerte, pues su padre murió cuando era niño, lo vio agonizar. Durante muchas veces insistía en que quería morirse antes de los 40, como su papá. Lo logró, él mismo se mandó matar de alguna manera. Fue una tragedia griega. Tenía un problema sicológico y patológico. No tenía papá, pero quería uno y lo encontró en el poder. Su papá era César Gaviria”. Marisol Garzón, autora del libro “Jaime mi hermano del alma”, Marisol Garzón lo define como un ‘berriondo volado’. “Estos años sin él han sido muy duros. Era un gran hermano, precioso, sobreprotector, siempre me llevó de la mano. Fue muy conciliador, aunque nunca fue serio, hablar con él en serio era espantoso”. “Era muy inquieto. Terrible. Alguna vez tuvieron que amarrarlo con un lazo porque en todas partes estaba a punto de ahogarse, caerse o matarse. Llegaba a Honda, se sentaba en el puente Agudelo y empezaba a leer el periódico, leía hoja por hoja y así las iba botando al río. Cuando terminaba se quitaba el pantalón, las gafas y se botaba desde el puente, salía al otro lado, recogía sus cosas y como si nada”. _________________________________________________ El humor sigue allí como una señal para descifrar e inventar el país. Asesinaron al humorista Jaime Garzón, pero no pudieron desterrar su humor que pervive como una señal visionaria de lo que sería el país, mucho antes de su magnicidio hace diez años. No es gratuita la aparición reciente de tres libros sobre su vida y en particular sobre la vigencia e impacto de creaciones suyas como “Zoociedad”, “Quac” y ese personaje entrañable, humano y divertido: Heriberto de La Calle. Uno de esos libros presentado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá es del periodista y escritor Germán Izquierdo: “Jaime Garzón, el genial impertinente’, publicado por editorial Planeta. “Es un perfil narrativo con una base histórica y política del país, en resumen el impacto de su humor. Creo que hice cerca de 42 entrevistas y una gran cantidad de documentos y prensa”, dice Izquierdo. De otra parte, Marisol Garzón presentó su libro “Jaime Garzón: mi hermano del alma”, que aborda secretos que sólo ella y su familia conocen. En trece capítulos narra los orígenes de su extensa familia y de su directa relación con la vida religiosa. “Jaime estuvo en el seminario pero lo botaron. Dios le dio a Jaime una genialidad, él era un genio en forma humana, pero no se puede negar el contexto familiar y social, religioso que lo fue formando”, confiesa su hermana. Aunque nunca vio a Jaime Garzón, este joven periodista y escritor lo conoce mejor que muchos, tras una ardua investigación que lo llevó a escribir su primer libro, titulado ‘Jaime Garzón: El genial impertinente’. “Lo interesante de Garzón es que tenía desdibuja la línea que separa la frontera de la vida pública de la privada. Era la misma persona que se veía en la televisión, violaba las reglas, se disfrazaba de policía y paraba al trafico”, señala su autor. “Garzón tenía una tendencia a ser mártir, le gustaba el reconocimiento, soñaba con ser una especie de prócer del Siglo XX. Odiaba y se burlaba de todo tipo de autoridad, cambiaba cuando se sentía amarrado. Por eso no aceptaba escoltas, hizo lo que se le dio la gana y fue un hombre muy generoso. Era como una mariposa que iba y volvía. Jaime se burlaba de los formatos. Alguna vez mandó por hoja de vida la foto de su perro ‘Leopoldo’ y toda su información. Para mí fue un humorista y genio. Sobretodo con Heriberto de la Calle, porque no había libreto. Llegó a ser tan importante que quien no se lustrara con él, estaba fuera de la arena política del país”.

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