Revista dominical


El Mago Dávila dejó de ser invisible

GUSTAVO TATIS GUERRA

08 de marzo de 2015 12:01 AM

El Mago está de vuelta. Ha guardado un largo silencio de sesenta y cuatro años, luego de que su amigo Gabriel García Márquez lo hiciera visible en sus memorias. Él creyó que a nadie le interesaría su historia, y que como los trucos que solía hacer en el atardecer en la sala de redacción, podía hacerse invisible. Guillermo Dávila, fundador de la Asociación Colombiana de Magos, al que todos conocen como El Mago Dávila, tiene 85 años. Entre el 18 y el 23 de septiembre de 1951 compartió la aventura con García Márquez, de  editar Comprimido, el periódico más pequeño del mundo que cabía en el bolsillo y solo duró seis días, Todo lo escribía García Márquez: desde el editorial, las notas políticas, el consultorio sentimental y el horóscopo. Fue el único periódico que dirigió en su vida, en Cartagena. Se montaba en los linotipos de El Universal y se editaba en una imprenta de la Calle de Ayos.

Dávila es el último de los linotipistas del país. Dice que el verdadero mago es García Márquez que en una sola hora escribía todo el periódico. Dávila era el prestidigitador que hacía ilusionismo con las manos. García Márquez era el prestidigitador de las palabras. El linotipo fue el sistema de impresión en plomo derretido con el que se hicieron los periódicos de Cartagena, desde 1948 hasta 1980. Luego, vino un sistema de impresión en frío, en offset. El linotipista buscaba  la letra de cada palabra en un tablero frente a él en una barra de plomo caliente. Muchos de estos linotipistas murieron con afecciones en los pulmones , contagiados por el plomo. El Mago Dávila es el único sobreviviente de esa generación, con la virtud de poseer una memoria prodigiosa y un sentido del humor que lo lleva a decir que “si hacemos reír a tres personas en el día, estaremos librados de caer en una enfermedad”.

Con él conversamos, a pocos días de celebrarse los veinte años de la creación de la Fundación Gabriel García Márquez, en el que ha sido invitado.

¿En qué instante nació Comprimido y en qué circunstancias?
-El periódico El Universal, en Cartagena, dirigido por  Domingo López Escauriaza, fundado el 8 de marzo de 1948, me contactó en Bogotá para que le prestara mis servicios como linotipista. Fui a trabajar allí cuando su jefe de redacción era Clemente Manuel Zabala, hombre recordado por su vasta cultura. Entre los colaboradores editorialistas se encontraba el joven Gabriel García Márquez. Fue en 1951, una época crítica en el periodismo colombiano, que está sujeto a la censura oficial en todo el país. Los diarios de filiación liberal, debían incluir un aviso en primera página y en las editoriales que decía: “Esta Edición Aparece Bajo Censura Oficial”.  Como linotipista levanté los originales escritos por Gabriel. Nos unía, además de la amistad, la juventud. Estábamos en los hermosos 22 y 24 años de edad.  Al conocer de cerca,  en los momentos de descanso y en horas de tertulia, renació en mi mente el deseo que siempre había tenido de editar un periódico liliputiense. García Márquez fue, a mi juicio el compañero ideal.

¿Cuánto costaba hacerlo y quiénes lo acompañaron en semejante empresa?
-Nunca he cuantificado los costos de redacción, ni de levantada, ni armada, pues esas labores las desempeñamos Gabriel y yo. Nadie se metió la mano al dril ni nos apoyó. Los turcos cartageneros que manejaban el comercio no dieron ni un aviso de diez centavos.Los únicos y valiosos estímulos fueron los de mi padre Julio Enrique Dávila Villamizar, tipógrafo, que solía decirme cada día: “Ajá, Guillo… ¿Cómo va la cosa? ¿Qué dice el director Gabo? ¿Cuántos avisos te dieron los turcos?...¡Ustedes van a ser grandes! ¡Ese periódico crecerá!

¿Cuál fue el día más complicado, qué temáticas se planearon y cómo lo recibió la gente?
-¡Súper! como diría un joven periodista de hoy. El recibimiento fue espectacular.  No recuerdo complicaciones. Cumplíamos el trabajo que nos habíamos impuesto con amor por Cartagena, por las gentes, por sus problemas, por un periodismo novedoso para ese momento. Cartagena salía de un período de letargo que la retrasó varios años. Los partidos políticos divididos. Las luchas internas de los directorios. El problema del país políticamente en guerra. 

¿Dónde circulaba?
-Por las tardes, en esos maravillosos días, en las bancas del Parque Centenario estaban nuestros lectores sonriendo con las informaciones, enterándose de cuál dama de nuestra sociedad había sido internada en una clínica, si el torero había triunfado, o si Alfonso López o Eduardo Santos habían hablado. El comentario de los transeúntes  por los pasillos del edificio de la Gobernación siempre fue favorable a nuestro rotativo sin rotativa.  Al filo de la seis de la tarde, por unos instantes nos veíamos con Gabriel y yo le decía: “No joda, Gabo, se vendió todo!”

¿Dónde lo hacían?
-La impresión se hacía en la imprenta A.B.C. situada en la Calle Ayos, número 60, de propiedad de Gastón Calvo Núñez. Tenía un costo de $28.oo por edición. Era de mil ejemplares. Yo invertía ese dinero descontándolo de mis ahorros guardados en la Caja Colombiana de Ahorros que ascendían a $128.oo.

¿Cómo fue la experiencia de hacer el último Comprimido?
-“¡Gabriel, se acabó la plata!”, le dije. “No va más, como  dicen en los casinos a los jugadores de  ruleta” le avisé esa mañana, antes de las once, para que no empezara a escribir nuestro editorial… Nos reímos. No hubo lágrimas ni abrazos. Como cuando terminaban las corralejas en los pueblos de la sabana había que recoger las mesas de juego y viajar. La desaparición de Comprimido  fue mágica… dije unas palabras de mi repertorio y él, dejando de mirarme se incrustó en la vieja máquina de escribir y fueron apareciendo 15 líneas... Su editorial fue: La última piedra.  “Seis días después de haber tirado la primera,  Comprimido lanza esta segunda piedra que tiene la sospechosa apariencia de ser la última…”.  “Desde este mismo instante, éste empieza a ser –para honra y prez de nuestros ciudadanos- el primer periódico metafísico del mundo”.

¿Cuál es el texto de Comprimido que más relee?
-La última piedra. Me sube el ego el saber que soy el gerente del primer periódico metafísico y el hecho de que mi socio es Premio Nobel y de que aquí estoy contando una historia que parece haber sucedido en Macondo con dos pedradas que no le hicieron mal a nadie pero que sentaron las bases para un periodismo sin igual: metafísico. Todavía no hay especialización sobre este tema en las universidades y cursos de comunicación social.

¿Cómo recuerda al Gabo de aquellos días?
-Siempre jovial. Siempre interesado en los acaeceres del interlocutor. Siempre observador. Puntual en sus opiniones. A veces, preocupado.

Hay un hecho que para mí es inolvidable. Gabriel García Márquez sabía quién era, quién iba a ser. Qué quería y para dónde iba. Por las tardes, en algún momento en que suspendíamos nuestras labores en El Universal que por aquél entonces funcionaba en una casona colonial frente a la puerta falsa de la Iglesia de San Pedro Claver, nos parábamos en la acera o bajo el dintel de la puerta de entrada al periódico y él me decía: “¿Tu si crees que me llegue el premio de La Hojarasca que mandé al concurso en la Argentina?” “Tengamos fe”, era lo único que yo podía decir. La Hojarasca quedó impresa en mi memoria. Cuatro años después, 1955, creo que salió publicada.

Otro día me hablaba del  William Faulkner de quien me decía que respetaba y le servía de punto de referencia. Para mí, en ese momento, Faulkner, era solo un escritor del cual, yo sinceramente, no sabía hasta donde llegaba su gloria, ni que él fue el “hombre que descubrió dentro de América ese otro continente ignorado que es el condado de Yoknapatawpha” como lo escribió en El Heraldo de Barranquilla, el 13 de noviembre de 1950 en su columna La Jirafa.

Si dejo a un lado aquellas inquietudes tengo que centrarme en las idas a la Cueva, en la Plaza de Mercado, ya llegada la noche, a cenar en los mesones atendidos por maricones alegremente vestidos con multicolor ropa femenina y altos suecos que resonaban al caminar mientras por allá, en otro lado, sonaban las cumbias de los gaiteros de San Jacinto, y para utilizar el término preciso, “mamadores de ron” que les permitía sacar fuerzas, ser incansables en el cadencioso ritmo de gaitas hembras y sonoras maracas.

Pero tal vez de las conversaciones con él que más me apasionaban eran los espantos de la sabana, la abarca prodigiosa, el muerto alegre y los secretos de La Marquesita de La Sierpe donde todo era misterio y magia. Hablábamos de juegos como La Martingala y el Macondo comunes y corrientes en los días de corraleja.

¿Cuándo fue la última vez que se encontró con Gabo?
-En la celebración del Sesquicentenario de Cartagena. Primero, en los momentos en que llegó al centro de reunión y ahí, delante de algunos periodistas que me urgían para que lo saludara,-porque querían comprobar si en verdad alguna vez él había sido mi socio-, él, con la amabilidad y cordialidad de siempre me dijo “nuestra aventura de Comprimido”.  Ahí vi llorar a algunos colegas. Lo hicieron de la envidia. No podían creer que yo fuese recordado por el Nobel. Ese mismo  día, por la noche, en una recepción en la Alcaldía, compartimos mesa con Margarita Vidal, Ángel Romero profesional que hoy se encuentra en Cúcuta y a quien Gabo calificó como un gran periodista.

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