Revista dominical


El Nobel a García Márquez

ROBERTO MONTES MATHIEU

09 de diciembre de 2012 11:54 AM

A las 6 de la mañana del jueves 21 de octubre de 1982, el vicecanciller de Suecia, Pierre Shori, llamó por teléfono a México a Gabriel García Márquez y le dijo “Ponte el frac cuando vengas en diciembre a recibir el premio”. Una hora más tarde Colombia explotaba de júbilo, un escritor de esta tierra era canonizado con el mayor galardón de las letras universales, el Premio Nobel de Literatura, algo que nadie pensó jamás que pudiera ocurrir, y menos en un hijo de la tradición cultural de nuestro Caribe, tan menospreciada por el centralismo excluyente.
RAZONES DEL PREMIO
La Academia Sueca, por unanimidad de sus 18 miembros, resolvió concederle el codiciado premio a GGM, equivalente a $175.000 dólares, “por sus novelas y cuentos, donde lo fantástico y lo real se funden en la compleja riqueza de un universo poético que refleja la vida y conflictos de un continente”.
Arthur Lundkvist, el único de los académicos que leía castellano y quien propuso y defendió la candidatura de GGM, en una entrevista inusual dijo que le habían concedido el Nobel a nuestro escritor:
“Por toda su obra, pero especialmente por Cien años de soledad, que ha tenido mucho éxito también en Suecia. Pero uno de los aspectos de la fama es que cierto tipo de gente sólo compra y lee éste libro. Y dejan de lado El otoño del patriarca, que es, sin discusión alguna, un mejor libro, y merece mucho más la atención del público.
SUS AMIGOS
Para Juan Rulfo “por primera vez después de muchos años se ha dado un Premio Nobel de Literatura justo”. El poeta ruso Evtushenko dijo que se trataba “del más grande escritor contemporáneo”. Graham Green, autor de novelas relacionadas con el Caribe y quien lo acompañó en la ceremonia de entrega del canal de Panamá a los panameños: “Las más cálidas felicitaciones. Lástima que no  hubiéramos podido celebrarlo con Omar (Torrijos)”. Y, contundente, el novelista norteamericano Norman Mailer: “Nadie mejor que usted mismo”.
(...) Nuestra naturaleza Caribe desprovista de solemnidades y remilgos, quedó reflejada en la respuesta de su madre, Luisa Santiaga Márquez, ante una pregunta de los periodistas: “Ojalá el Premio Nobel sirva para que me arreglen el teléfono que hace más de un mes está dañado”.
Una vez arreglado el aparato, el escritor saludó a su padre, reconocido conservador laureanista, con esta frase propia de nuestra identidad:
¡Gabriel Eligió! ¿Cómo te quedó el ojo?
LOS DISCURSOS
En el discurso de ofrecimiento del Nobel, el secretario permanente de la Academia, Lars Gyllensten, concluye:
“El señor García Márquez ha sido galardonado con el premio Nobel de Literatura de este año por sus eminentes cualidades como escritor, como autor con talento suficiente para aunar la ficción y la realidad en obras palpitantes del arte literario, con un bagaje vivencial intenso de los destinos y de las circunstancias del hombre de su tiempo”.
El mismo funcionario en otro discurso, el de la ceremonia de entrega del premio, después de reseñar la obra del escritor y destacar su importancia en las letras latinoamericanas, así como su actividad periodística y el acercamiento con William Faulkner, termina:
“Sus novelas y sus cuentos son ciertamente de un valor general, es decir, tienen un alcance humano y un significado universales. Pero no son abstractos, sus obras se distinguen, muy al contrario, por una extraordinaria expresividad y una concreción realista a las que ningún resumen abstracto puede hacer justicia. Lo mejor que yo puedo hacer aquí es recomendar vivamente la lectura de sus obras a quienes no las conozcan. Y eso es lo que acabo de hacer”.
El miércoles 8 de diciembre, ante la Academia sueca en pleno y cuatrocientos invitados especiales llegados de todo el mundo, Gabriel García Márquez pronunció el ampliamente conocido discurso La soledad de América Latina. Y el día siguiente el Brindis por la poesía, donde recuerda que en todo lo que escribe trata “de invocar los espíritus esquivos de la poesía…;”.
LA FIESTA INOLVIDABLE
El 23 de octubre en su casa de ciudad DE México, GGM dijo: “QUIERO recibir EL Premio Nobel con una gran pachanga colombiana donde haya de todo, desde vallenatos hasta cumbias y bambucos”. Fue el escándalo. El rasgarse de vestiduras. El hijo del telegrafista de Aracataca nos iba (a los andinos) a dejar mal ante el mundo. ¡Semejante lobería, ala! Los europeos SE iban a dar cuenta de que éramos primitivos aún. Columnistas y editorialistas de los periódicos bogotanos le pidieron al novelista que desistiera de esa idea y al presidente Belisario Betancur que no permitiera semejante barbaridad, la cosa no era para tanto. “Cuidado con perturbar con nuestro tropicalismo a los escandinavos. Tanto alboroto va en detrimento del prestigio de Gabo. Mucho ojo con ir a quemar el santo con tantas velas encendidas. El calor costeño no encaja en la nieve sueca”. Y otras sandeces y prejuicios del interior que Gonzalo Canal Ramírez interpretó en su columna de El Espectador, La Colombia andina contra la Colombia Caribe, como complejo británico en el trópico.
(...) GGM pensaba en lo positivo para Colombia poder mostrar sus danzas, su gente, su folclor (el de todo el país), aprovechando el despliegue que le darían la prensa y la televisión mundial. Y tuvo razón. En el salón de banquetes del Ayuntamiento de la fría Estocolmo, veinte minutos de folclor lo cambiaron todo. Los suecos acompañaron con las palmas de sus manos los cantos de Escalona que interpretaron los hermanos Zuleta, y la reina Silvia tamborileó con los dedos en la mesa siguiendo el ritmo de Totó La Momposina.
El matutino sueco Dagens Nyheter registró así el insólito suceso:
“Las cosas nunca serán como antes en la sala azul del City Hall. No desde cuando García Márquez y sus amigos colombianos demostraron cómo hay que hacer una fiesta Nobel. Los sesenta músicos y bailarines de su país natal hicieron que toda esta sociedad pomposa, rey y reina, doctos e incultos, siguieran el ritmo con sus manos. Fue una fiesta grande llena de color”.
En un editorial posterior a esta fiesta inolvidable, El Tiempo rectificó los temores que tenían de que se desbordara el temperamento costeño en Suecia, que no era más que la reafirmación sin complejos de una cultura que expresamos sin reticencias ni ambigüedades.
EL MOMENTO DE LA GLORIA
El 10 de diciembre de 1982, mientras en Colombia medio millón de estampillas con la efigie de GGM salía a la calle, en el salón principal del Concert Hall de Estocolmo, el escritor, vestido de liquiliqui blanco —prenda propia de los intérpretes de música llanera— era presentado por el profesor Bengt Pernow, y después llamado hasta el circulo donde el rey Gustavo XVI Adolfo de Suecia estrechó su mano y le hizo entrega del diploma y la medalla del Premio Nobel. Desde el fondo del salón, el Intermezzo interrotto, IV Movimiento del Concierto para orquesta de Bela Bartók, se esparcía en el ambiente.
Finalizaba así la ceremonia que había empezado a las 16:35 horas, nuestra literatura, que se había asomado tímidamente con el novelista Juan José Nieto en 1844, entraba a la inmortalidad de la mano del hijo del telegrafista de Aracataca, un Caribe de cincuenta y cinco  años que cantaba vallenatos y bailaba cumbias.

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