Los parques son esa otra cara de la ciudad, esa que se encuentra a ella misma y abre experiencias humanas sin smog. Donde al azar se libra un diálogo con el filo del presente y sus contemplaciones cotidianas. Como todo espacio propiamente de la ciudad, no está exento a dimitir y a morir (o bien pueda cambiar).
Hoy casi que a la ciudad no le importa la ciudad, algunos espacios públicos han sido mirados y alquilados por ojos decididamente antojadizos. Quizá no sea tan duro una alquilada ocasional que pueda ser reversible. Dolería que se deshaga un parque frente a nuestros ojos entre un círculo de edificios enormes, como si estos fueran una cuadrilla de colosos engullendo al ingenuo.
Desde luego que esos extremos deben de estar lejos; los parques viven. Su porte desplaza los augurios del siglo veintiuno. Los niños corren sobre ellos y expanden su espíritu entre pisadas, todavía las hojas en lo alto se mueven con fe y la convivencia se puede dar entre personas dispares sin cobro y sin que eso represente importancia. Aún viven.
Es muy probable que toda definición del parque se quede corta pues a cada singularidad física de su espacio se enfrenta el flujo variable de sus pasantes y sus actividades: se revuelven mil veces y ya, de nuevo siguen completos su papel de inertes maestros en el oleaje de la existencia. Quizá tengan quioscos, quizá no. Quizá una cancha, quizá. O dominó, ludo, cartas, ajedrez, quizá, quizá no y quizá si les lleguen canciones que se metan entre chistes cautivantes, silencios entre ojos enamorados. El parque compone un instante con cada persona, le tira trazos del mundo y de sí mismo, a no seguir de largo en la barcaza y sentir el río.
Si fuéramos capaces de entrar al registro visual de una calle cualquiera de la ciudad, si penetráramos en su rica memoria, posiblemente nos encontrásemos algún evento curioso, encuentros y desencuentros, lógicas y desvaríos; pero su aire hace suponer un rango de acción más cíclico y unidireccional. El parque en cambio abruma con parajes en extremo distantes. En ese mismo lugar donde por la tarde niños brincan de risa por un extraño e inocente apodo del nuevo integrante de juego, en la noche puede algún atracador mirar el borde de su machetilla a la luz de los faroles en la espera de alguien que le pesen los bolsillos. Y si una pareja arde de ilusión y cariño entre una cursilería totalmente perdida, no sería extraño que una prostituta en los escondijos de otro parque entienda el llamado de una silueta que la invita a que sea su plato y lo sacie, nada más.
Son contrastes que cambian, expresan lo que se desborda de la sociedad y se vierte por igual. Las proporciones en que se suceden son variables y nunca dan rótulos absolutos sobre la calidad de los parques. Un parque es un lugar abierto a todos los vientos sociales. A pesar de sus innumerables visitas, de las mezclas de inocencia, vileza, sorpresa, senectud, errancia, infancia, vicisitud, diálogo, silencio, júbilo; las hojas a lo alto se mueven lentamente como si fueran pequeños segunderos, no detallan las horas pasadas, no dan historiales.
En los parques de los barrios, muchachos juegan fútbol entre las luces de los postes y chasquean sus zapatos sobre el cemento, niños los miran ansiosos entre las alambreras y algunos temerarios les quitan el balón a los grandes y patean sus propios goles, en medio de la risa aprobatoria de ellos. En uno de estos parques, una madre habla con su hijo en una banca. Este come un helado y la madre piensa mientras oye el murmullo del tráfico de una calle. El niño bambolea sus pies en la silla y la madre se melancoliza un poco. Ella dice algo, es una pregunta, pues el niño responde rápidamente sin mirarla. Él está tan feliz que ella se olvida de ella.
A los parques del centro de la ciudad les llegan tantos extranjeros, con sus miradas advenedizas sucumben ante las palomas, los balcones, las estatuas; hacen sus propias teorías del tercer mundo. Algunos han sido guiados, algunos les han mentido. En este mar de extranjeros desamparados y sensoriales, la etiqueta de los restaurantes circundantes convive con los vendedores de tinto que desarman sus vasitos de plástico y su repertorio de chicles, maníes, cigarrillos. Cargan sus cajas y termos como escudo y espada a la pobreza, con la reserva servicial de una cultura humilde.
En los parques de esta parte de la ciudad la indiferencia diaria de la prisa laboral se soba entre los antiguos gestores y líderes del país. Las gentes los circundan y se pierden, ya que el mundo desarraigó el concepto de libertad y justicia de la emancipación colonialista. Ahora solo hay pasos. La justicia y la libertad se han ido flotando del ciudadano común que no las entiende ni siente lo suficiente en su hoy. Ahí van sus pasos, cercando los pesos del día.
Muy de noche, borrachos o indigentes duermen sobre las bancas amarrándose el aliento. Algunos ebrios se duermen sentados con la botella en la mano y sus cabezas gachas, muy gachas, penden. La luz mortecina de los faroles parece redimirlos y envolverlos. Otros juegan dominó y el humo de cigarros se disipa mostrando las fichas. Estas hacen su bulla en el tablero, crean su camino que se desintegra al final, donde se reparten nuevamente para volver a hacerse camino. Los arboles ejercitan también esta reiterativa metáfora de la vida. Los únicos que nos quejamos somos nosotros, que aun no entendemos ese antiguo motivo interminable.
Mujeres pasan sobre el parque, sus tacones avisan que sus vestidos vienen a fulgurar y a bailar, se van repatriándose hacia alguna discoteca que les ofrezca lo más parecido a sus expectativas. Una mujer que vende minutos, ciñe su mirada a lo lejos. A su lado, personas se les ven llegando de cierta forma y reaccionando con el teléfono de otra, quizá esta imprevisibilidad en sus conductas haya minado alguno de sus preceptos humanos o su confianza.
Son espacios que son frecuentemente utilizados para discutir desmanes políticos, apuntes domésticos, cotidianos y etc. Es un largo etcétera además. Aquí las empresas de salud se destajan, las instituciones se vinculan, presidentes se descifran y los croquis históricos repuntan los diálogos. Se chifla el presente para pescarlo, en formas volátiles y personales. Sus frases solidifican imágenes de un tiempo golpeado, a fin de cuentas, todo parte de un suceso personal como la posposición de una operación de hernia y termina en lindes apocalípticos de mucha envergadura. A pesar de ser opiniones también son dibujos y fruto de la inventiva de hombres y mujeres que han vivido otra época y encuentran en los parques unas formas más fértiles para ellos y menos rudas del nuevo siglo.
Generalmente el que guía y usufructúa las conversaciones está de pie, encima de los ojos de los demás, esto quizá hable de un rasgo sociológico, la diferencia de atención en otros ángulos parece grande. Bajo el piso se abren artesanías coloridas, gráficos; seguramente poetas y músicos merodean también las esquinas, hallando lo que los artistas han encontrado en la naturaleza y en la vida humana desde la prehistoria: una materia de inspiración y no de explotación.
Así cuando los turistas oxigenan sus caminatas, amigos juegan cartas y solo ganan risas, mujeres que cuidan a sus hijos y se cuentan tanto, vagabundos que duermen y guardan sus referencias, serenatas que caen sobre los ojos de un trío movedizo de muchachas, preocupaciones o esperanzas, la espera, los tambores. Todo se va de los parques, son uno de esos escenarios que no guardan nada, no cambian porque son completos en su elementalidad, están para la gente, para el brío de sus vidas y ojalá lo recordemos.
Revista dominical
Hay pasos en el parque
Se ha producido un error al procesar la plantilla.
Invocation of method 'get' in class [Ljava.lang.String; threw exception java.lang.ArrayIndexOutOfBoundsException at VM_global_iter.vm[line 2188, column 56]
1##----TEMPLATE-EU-01-V-LDJSON----
2
3#printArticleJsonLd()
NOTICIAS RECOMENDADAS
Comentarios ()