Revista dominical


Joumana Haddad: Una árabe tierna y rebelde

EL UNIVERSAL

13 de marzo de 2011 12:01 AM


Joumana Haddad (Beirut, 1971), ha conmovido a sus lectores con su nuevo libro “Yo maté a Scherezade” (Confesiones de una mujer árabe furiosa), publicado en 2010 por Random House Mondadori. Fue una de las estrellas de Hay Festival Cartagena 2011. Es una periodista y poeta controversial, directora de la revista Jasad, una publicación que aborda la literatura, el cine y las artes.  Políglota y autora de varios poemarios, inaugura su camino de ensayista con este libro que pretende destronar la imagen de la mujer árabe sumisa y víctima, y cuestiona desde la posición de Lilith, primera mujer que dejó el paraíso por voluntad propia, el espíritu indoblegable y rebelde de la mujer ante los autoritarismos y las taras culturales que la han sometido en Oriente.
Ella comienza diciendo que hay muchos estereotipos en Occidente sobre la mujer árabe. A ella nadie le impide que como mujer árabe conduzca un vehículo,  una motocicleta o un avión. Muchas mujeres árabes igual que ella no viven en tiendas de campaña, no monta en camello ni sabe bailar la danza del vientre. “Nos parecemos mucho, pero no somos iguales”, dice Joumana refiriéndose a las mujeres occidentales. “Somos distintos porque todos los seres humanos sobre la faz de la Tierra son distintos. Somos distintos en la medida  que usted es distinto del vecino de la puerta de al lado. Y esto es lo que hace que la vida sea interesante. De lo contrario, nos moriríamos de aburrimiento”. Lo que hace interesante a un ser humano es por lo que es, no importa que sea “árabe”, “mujer árabe” o “escritora árabe”. Ser de donde es le implica a ella, “dominar el arte de la esquizofrenia”.  Esa es la única razón válida para leer a Joumana: que es un ser humano fascinante. La  abordamos en Cartagena y tuvimos el inmenso privilegio de escucharla. Ella cree que las historias como la vida árabe tienen que reescribirse y desmontar las telarañas de mentiras “e ilusiones reconfortantes”, para “complacer a las vestales de la castidad árabe, para que tengan la certeza de que el delicado “himen” árabe está a salvo de todo pecado, vergüenza, deshonor o tara. Los oscurantistas se propagan como setas en nuestra cultura árabe”. Y los acusa de haber malversado, profanado la identidad cultural árabe. Pero al margen de eso, ser árabe significa también en estos tiempos, encarar el totalitarismo, la corrupción política, el desempleo, la pobreza, la discriminación de clases, el sexismo, el analfabetismo, la misoginia, la poligamia y la homofobia. La pedofilia legitimimada en la cultura árabe, forma parte de esas taras, dice Joumana.  Eso allá está institucionalizado y no se considera escandaloso que un hombre se case con una niña de catorce años.
¿Acaso esta mujer no es vista en el mundo como una pobre desvalida, condenada a obedecer de la cuna a la tumba y de forma incondicional a los hombres de la familia: padre, hermano, marido, hijo, etc?- se pregunta ella. Desde luego, aclara, “no todos los clichés son totalmente erróneos, ni todas las certezas son totalmente inciertas”. Joumana dice que el nombre misterioso de Anónimo, correspondió a una mujer a  lo largo de la historia, recordada por Virginia Woolf.  Luego del preludio de su libro, empieza la lluvia de confesiones de esta escritora extraordinaria que no tiene pelos en la lengua para nombrar sus miedos y sus deseos. Comienza por decir que uno de los placeres que tenía al estar sola, siendo joven, era “leer y masturbarme. Ambas requieren soledad para disfrutarse por completo”. Leía para vivir “para escapar de la realidad brutal, leía para silenciar las explosiones de la guerra del Líbano; leía para no oír los gritos de mis padres, ni sus discusiones y sufrimientos diarios; leía para satisfacer mi avidez, para hacer acopio de fuerzas, para acariciar mi alma, para abofetear mi alma, para aprender, olvidar, recordar, entender, esperar, planear, crear, amar, desear, anhelar y ansiar”. Ella siguió el consejo del Marqués de Sade: “Tu imaginación es tu reino. En tu mente, todo está permitido”. Ella recuerda la guerra en el Líbano que arruinó sus mejores años de infancia y adolescencia, en 1975. Sus padres creyeron que se trataba de fuegos artificiales, y aquello se convirtió en una fábrica de viudas y huérfanos. Sus lectores le preguntan por qué no escribe sobre ello en sus poemas y ella dice: “No estoy preparada. No hay que buscar la espada. Todo está en las cicatrices. Me avergonzaría servirme de la guerra para aumentar el interés por mis escritos”.
“Siento pertenencia mayor a lugares alejados que la que haya podido sentir alguna vez–por mi propia ciudad”, confiesa. “Como cuando paseo por las calles del barrio de Saint-Germain, en París. O cuando contemplo el cielo cambiante de cualquier ciudad italiana. O cuando paseo junto al mar en Cartagena de Indias, Colombia. La suma de todos esos lugares es mi auténtica patria. Y siempre será una patria incompleta, con nuevas ciudades y lugares que se le añaden cada vez que descubro un nuevo “yo” en un lugar diferente”.  Ella se burla  de las  alegorías y simbologías que tienen los árabes para nombrar el cuerpo. No dicen “clítoris” sino “la flor del paraíso”, “labio celestial” o “aldaba del volcán”. La llamaron descarada porque empezó a escribir poemas nombrando el cuerpo, las caderas, los pezones, el clítoris,  el pene. “Las palabras me brotan a chorros por los poros y me quedan inscritas en la piel”.
    Curiosidad voraz, rebeldía y percepción, he allí tres rasgos de la personalidad de Joumana Haddad. Una mujer árabe tierna, iconoclasta y furiosa, anda suelta. En buena hora.
 

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