Revista dominical


Los fantasmas de Cartagena de Indias

ADELA COLORADO

12 de mayo de 2013 02:57 PM

“Por cada iglesia de tablas de pino levantada en las provincias anglosajonas del norte de América, los españoles dejaron veinte o treinta en ladrillo, piedra, adobe o tapia en el resto del continente. Por cada cabaña de troncos y cada casa de cultivador de tabaco de Virginia, la gente hispánica construyó por lo menos sesenta o cien hogares de raigambre andaluza o castellana.
A lo largo de tres siglos de dominio territorial, nadie fundó y construyó nunca tantas ciudades, en la más fabulosa empresa urbanística que registra la historia.”
*Tesoros de Cartagena”-Germán Téllez, Alfredo Iriarte.
Los fantasmas que caminan lentamente por las calles cartageneras, nos susurran historias enmohecidas, llenas de sed de justicia, con el deseo incumplido de poder enfrentar a los falsos narradores de su historia.
Nuestros fantasmas quieren la verdad, pero no los escuchan, corren tras los maestros,  los historiadores, los guionistas de televisión o cine, los guías turísticos, el embolador, el vendedor de sombreros y tras el cartagenero de hoy, que desprevenido repite lo que un día le contaron. Todos ellos cargan en su alma la sombra de la amargura de un cuento mal contado, acerca de un pasado lleno de humillaciones y maltratos.
Los fantasmas luchan contra su invisibilidad, deseando ser escuchados y comprendidos, deseando contar la historia completa, con lo bueno, lo regular y lo malo, con el propósito de mostrarle al hombre de hoy, que ese hombre de ayer no exterminó a una población, que de hecho creó una población nueva, fruto de la mezcla de ese encuentro inevitable marcado por el destino. Despertemos, somos nosotros los descendientes directos de esos que hoy llaman seres “malvados“ que, según la historia que nos quieren contar, llegaron a tierras americanas con el único y vil deseo de ultrajar y mancillar a sus pobladores.
¿Creen acaso, que en la civilización que existía, los nativos vivían en completa armonía y total igualdad?.  No, absurda idea que solo un iluso podría creer, ellos también eran seres humanos y ningún territorio habitado por hombres ha sido jamás un paraíso. Ellos ya vivían su propio infierno. ¡Es hora de hablar con objetividad y cordura!
Hoy esos fantasmas gritan en su silencio eterno, que la historia no puede ser conocida sin la severidad que merece.
¿Qué hay detrás del deseo de desdibujar la historia y acomodarla? ¿Qué buscan al disminuir las hazañas realizadas por un pueblo español lleno de talento y carácter?
¿Es que hoy Cartagena de Indias ostenta el título de ciudad Patrimonio, porque esos malvados antecesores nuestros solo la arruinaron y explotaron?
¿Será que algo bueno hicieron nuestros antepasados? Sí, son nuestros antepasados, somos sangre de esas personas aguerridas y valientes que hoy nos permiten disfrutar de un legado arquitectónico y cultural único.
Juzgar hoy las acciones de nuestros antepasados, no es posible, porque ellos fueron hombres de su tiempo, que vivieron en unas circunstancias históricas concretas y hay que analizarlos dentro de los cánones de conducta y desarrollo de su época.
La historia no es blanca ni negra, no es buena ni mala, es solo eso: historia. ¿qué culpa tiene el hombre de hoy de lo que hizo el hombre de ayer?
Hoy es nuestro momento, el momento de vivir un presente libre de resentimientos, de soltar el pasado y tejer un futuro donde todos los colores y texturas se fusionen.
Es hora de que los jóvenes agudicen sus sentidos y escuchen a los fantasmas de nuestra historia, que les asalten las dudas y cuestionen lo aprendido, que sean objetivos e imparciales, que desechen la amargura y el resentimiento.
Los que hoy estamos aquí somos pequeños eslabones de esa historia infinita del hombre y tenemos la obligación de ejercer justicia desde nuestras palabras y conocimientos, sólo así, a lo mejor, algún día la humanidad encontrará la paz.
Mientras tanto, los fantasmas de Cartagena continúan soñando, aferrados a la verdad de una historia cambiada y acomodada a los intereses de unos cuantos mercaderes del hombre.

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