Revista dominical


Vocación de felicidad

RICARDO CHICA GELIS

08 de septiembre de 2013 03:44 PM

Esta ciudad siempre ha tenido vocación de felicidad. Sin embargo, la felicidad generalizada en Cartagena, nunca estuvo más lejos de concretarse. Con el término felicidad me refiero a un sentimiento aglutinador, integrador y característico de todos nosotros. Un sentimiento feliz que se experimentó en los años sesenta, setenta, ochenta, hasta mediados de los noventa. Había un sentimiento optimista hacia el futuro y, en general, se observaban muchas iniciativas individuales con miras a aprovechar las oportunidades. Para los setenta, por ejemplo, llegaron las primeras universidades privadas a Cartagena, las cuales tuvieron una incidencia clave en el desarrollo social y económico. La mayoría de los barrios nacientes como el Nuevo Bosque, Chile, Los Cerros, Los Calamares, San Pedro, El Socorro, Blas de Lezo entre muchos otros, aparecieron con vocación clasemediera; es decir, la gente llegaba con el impulso y la esperanza de obtener condiciones mejores para la próxima generación.

Había un sentido de lo público y su construcción, a través de las prácticas de la vida cotidiana, y cuyo escenario privilegiado era la calle. Lo público era la confianza, no el miedo. La gente sabía que no le iba a pasar nada. Uno de niño cogía un bus para el colegio que quedaba en el centro. Si te quedabas sin plata para el bus de regreso, le pedías a un adulto y ya; era una expresión de solidaridad, no de limosnear. Las festividades propias de cada temporada, convocaban a todo el mundo. No espantaban a casi nadie. Cuando aparece el Festival Internacional de Música del Caribe, ocurre una integración de los distintos sectores sociales alrededor de una identidad. Allí fue posible ver, vivir y sentir la felicidad.

En el desbarrancadero actual se puede sentir una indiferencia, una insensibilidad, una prevención colectiva que se concreta en una segregación de hecho; se manifiesta en los límites de la geografía humana. Aquel referente de las fronteras invisibles entre las calles barriales y que son coordenadas del terror pandilleril; digo, aquellas fronteras subyacentes, existen a un nivel macro, por ejemplo: de Bazurto para allá, de Bazurto para acá. O, de La Popa para allá y de La Popa para acá. Nada más es pararse justo en la pared que separa el centro comercial Caribe Plaza, del Barrio Chino para dar cuenta de la profunda asimetría que nos caracteriza; que siempre nos ha caracterizado, pero, ahora en dimensiones otrora inimaginables.

Sin embargo, tenemos vocación para la felicidad. No todo está perdido y, es más, no todo se va a perder, por mucho que unos cuantos hayan capturado el sistema productivo y de desarrollo social. De algún modo, esa situación hay que revertirla. Pregúntenles a los antioqueños si quieren vender a las Empresas Públicas de Medellín. Nadie nos está preguntando si queremos vender ISAGÉN. Nadie nos preguntó si queríamos firmar tratados de libre comercio contra economías tan poderosas. A nadie le preguntaron si queríamos un Transcaribe, o que tuviéramos un intermediario de energía eléctrica, o de agua y los demás servicios. ¿A quién le interesó construir el mercado en Bazurto, en un lugar de paso? Y así es todo. Tenemos que sentir que somos dueños de nuestro propio destino colectivo.

Nos salvan, a mi juicio, las mujeres. Las abuelas, las mamás, las hijas, las primas, las compañeras de estudio o de trabajo, las tías, las profesoras, las novias, las hermanas, las amigas, las esposas. Las mujeres de Cartagena hacen las cosas y en silencio. Aguantan, son tenaces, dan la vida por quienes aman, no se rinden, son persistentes, no se amilanan y resuelven. Le resuelven la vida a los hijos, a los sobrinos, a los novios, a los maridos, a la gente. En medio de la guerra social que nos arropa; de la mediocridad, del desprecio, la burla, el engaño, el abuso y la injusticia generalizada las mujeres luchan y resuelven. Están solas y siempre han tenido clara la vocación de felicidad.

ricardo_chica@hotmail.com

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