No cualquiera llega a Tierra Grata. Primero, arribas a Valledupar, allí te embarcas en un viaje ajetreado de unos veinte minutos hasta Manaure (Cesar) y comienzas a caminar por un sendero destapado. Subes a la cima de una montaña. Atraviesas curvas. Tienes un poco de susto, es que son tantos árboles... sientes que estás entrando a un bosque espeso, pero justo cuando empiezas a pensarlo demasiado, comienzas a ver a los lugareños; sí: llegaste: estás en Tierra Grata. Lea aquí: Presidente Gustavo Petro le pidió a la JEP maximizar la verdad en Colombia
Qué nombre más bonito el de esta vereda de Manaure (Cesar), eso pienso mientras la recorremos esta población, a la que llegué -junto a otro grupo de periodistas- para presenciar una de las reuniones para socializar el Informe Final de la Comisión de la Verdad en el Caribe.
Abelardo Caicedo, exmiembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
Tierra Grata fue uno de los lugares designados por el Gobierno como Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) para los excombatientes y, mientras lo recorremos, veo algunas casas en construcción y terrenos baldíos... nadie ha construido en ellos porque muchos no tienen dinero para hacerlo. En el pueblecito hay una tienda, un restaurante, un salón comunal, una enfermería y 156 casas, cada una con 500 metros cuadrados que incluyen espacio para cultivar. Seguimos caminando y, mientras vemos cómo los excombatientes intentan volver a comenzar, ellos mismos nos cuentan cómo era vivir en aquellos días de guerra. Le puede interesar: “Mi cuerpo es la verdad”: violencia exacerbada contra mujeres en Colombia
No había camas, sino “caletas”: pequeños y rústicos espacios moldeados por troncos donde les tocaba “dormir” amortiguados por tierra, hojas y plástico negro para hacerle el quite a la lluvia. Cada caleta era, además -¿o principalmente-, una opción para sobrevivir ante cualquier hostigamiento.
“Las caletas se hacían bajitas, estaban hechas de tierra y hojas con el propósito de hacer una trinchera improvisada para guardar su fusil y por si había un ataque sorpresa, nos servían para refugiarnos”, cuenta Abelardo Caicedo, exmiembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
He venido a presenciar una reunión entre las víctimas, los victimrios y una verdad por la que la Comisión de la Verdad ha estado trabajando durante años, después del fin de un conflicto armado de más de medio siglo. Este encuentro se da en medio de una ceremonia con velas: las llamas representan a las víctimas, al perdón y a la paz.
Pero este espacio es, en honor a la reconciliación, un momento para escuchar. Y lo haremos: ella es Luz Marina Velásquez y nos contará como su decidión de entrar a las filas de las Farc terminó arrebatándole a uno de sus seres más queridos.
Luz es la cuarta de una familia de siete hermanos, fruto del amor de dos campesinos de Palmor, un pueblito en la Sierra Nevada de Santa Marta. “Mi padre nos dijo siempre: ‘La vida a mí me ha dado para leer y escribir, para que ustedes aprendan también a hacerlo y al menos no se queden sin saber firmar... Hasta ahí me dan las fuerzas’”, recuerda la excombatiente.
A los 16 años, Velásquez decidió ingresar a las Farc con la idea de terminar sus estudios: era el único recurso que veía para salir adelante. Lea también: Así se vivió la violencia del conflicto armado en los colegios de Bolívar
“Llegué a la guerrilla por falta de oportunidades, quería estudiar pero sabía que de otra manera no podía hacerlo, porque mis papás eran campesinos y no tenían dinero para enviarme la colegio. Varios muchachos que estaban en las Farc me dijeron que allá los capacitaban y vi eso como una oportunidad para hacer una cosa diferente a ser campesina, sin demeritar a los campesinos, pero yo quería algo diferente para mi vida”, aseguró.
Luz Marina Velásquez, exmiembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc.
Ya dentro de la guerrilla, Velásquez cocinaba, cuidaba la base y “estudiaba” cursos sobre política, preparación ideológica, de enfermería, de explosivos, etc. Todo parecía marchar como ella esperaba hasta que recibió una noticia que le partiría el corazón.
Un día hubo un combate entre las Farc y otro grupo insurgente en la base que estaba Velásquez. La noticia llegó a los oídos de su padre, quien dio a su hija por muerta. El impacto afectó la salud del señor, que padecía problemas cardíacos, y en cuestión de días falleció. No lo mataron las balas, pero sí la guerra... Lea: Informe final de la Comisión de la Verdad fue entregado a la ONU
Él perdonó
Óscar Orozco Guerra es víctima del conflicto en Palmor, el mismo pueblo de donde viene Velásquez. Él también está en Tierra Grata para contar que sufrió el conflicto en El Copey, Cesar, pues, a principios de los 90. Hace más de treinta años le mataron un hermano y tuvo que desplazarse a Dibulla, en La Guajira, para huir del horror de la guerra, pero estando en ese departamento le mataron a un familiar más y así fue como se convirtió en un errante que buscaba huír a toda costa de la tragedia.
Hoy, Óscar forma parte de la Comisión de la Verdad y vive con una esperanza: que no vuelvan aquellos días, que la paz crezca y se fortalezca para que nadie más tenga que padecer lo que a él y su familia les tocó. Víctimas y excombatientes anhelan que el perdón y la reconciliación los lleven a vivir, ahora sí, en una tierra muy grata.
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