Facetas


Antonio Miscenà viaja en la música

GUSTAVO TATIS GUERRA

07 de enero de 2018 12:30 AM

El hombre menudo, sonriente, meticuloso, perfeccionista que es Antonio Miscenà, director general del Festival, me espera. Tiene los ojos vivaces, el cabello de un blancor metálico y la curiosidad de quien solo duerme tres horas.

Le pido que me hable de sus inicios, y me cuenta que nació al sur de Italia, pero se formó como músico en el Conservatorio de Perugia, una ciudad medieval, al norte, a 150 kilómetros de Roma. En el Conservatorio de Música tuvo dos estudios paralelos, a lo largo de diez años, el científico y el musical. El estudio riguroso de la música clásica, el desciframiento apasionado por la armonía y el contrapunto. En la casa de los Miscenà siempre hubo un piano en la sala. Nadie era músico en su familia, pero todos tocaban el piano, desde su abuelo. Lo que tocaban era siempre la música clásica y algo de la música popular europea.

“En Italia la música es rica en todos sus géneros”, dice Miscenà. “Y no solo lo clásico, también el jazz, Perugia, donde yo estudié y culminé mi bachillerato a los 18 años y luego los estudios musicales, es un pueblo de 160 mil habitantes, existe un conservatorio para 700 alumnos y un teatro para mil personas. Había en el pueblo más abonados para el teatro que para el fútbol”, dice riéndose.

Miscenà oyó hablar por primera vez de Julia Salvi en Italia, en el gremio de los constructores de instrumentos musicales, y a través de Víctor Salvi, su esposo, el más grande guardián de las arpas en el mundo.

Durante veinte años, entre 1997 y 2017,  Miscenà fue el director de la Asociación de Constructores de Instrumentos Musicales en Italia, referente para todo el país y el mundo. En 2010, Julia Salvi lo invitó a Medellín, al Congreso Iberoamericano de Cultura para que dictara una conferencia sobre su trabajo. “Mi relación con América Latina empezó en Brasil”, dice. Al culminar su conferencia, le preguntó a Julia en broma dónde estaba el mar. Y ella sonriendo le dijo que estaba muy lejos del mar. Allí nombró a Cartagena y le contó sobre el festival de música clásica. Volvió a Italia, y al año siguiente, fue invitado a Cartagena con seis personas que lo acompañaban en su equipo técnico.

“La impresión que tuve al llegar es que Cartagena es una ciudad espectacular, diferente y única, con muchas cosas por hacer, pero con un encanto especial y una atmósfera mágica a la que no estamos acostumbrados en Europa. Les presenté a la organización del Festival un proyecto de cinco años, y me permitieron en 2012 asumir la dirección general del festival. El evento es temático cada año. La única similitud que he visto es con el festival de Spoleto, que es una ciudad pequeña con un centro histórico, y los conciertos se realizan en lugares abiertos y cerrados, en plazas y teatros. La propuesta era involucrar a toda Cartagena en este festival y lograr un producto de calidad. En 2017 se hizo la alianza entre Spoleto y Cartagena, a través de los dos festivales, con la puesta en escena de Las bodas de Fígaro”.

Un evento único

“El de Cartagena es un festival único con una identidad singular”, explica Miscenà. Tiene atractivos particulares. En Italia hay mil festivales al año. Es un festival para público internacional lo que no quiere decir que sea elitista. Para mí es el festival de música culta más popular que haya conocido en el mundo. La sola presencia de más de treinta mil asistentes al festival de Cartagena, lo demuestra. Ver al pueblo de Cartagena en absoluto silencio escuchando en la Plaza de San Pedro los conciertos nocturnos, es una experiencia inigualable. Es un proceso interesante descubrir que el festival es parte de la ciudad. Un festival que involucra al patrimonio monumental, cultural, histórico, y a su gente. Del impacto de ese festival en la ciudad, en lo que deja en la ciudadanía y en los nuevos músicos, ya eso es un valor agregado a todo lo demás. El festival comparte la tradición europea de la música culta y la música latinoamericana cultura, y los grandes aportes de la música popular de América y Europa. También los grandes músicos clásicos bebieron de la fuente popular, como es el caso de Beethoven o Tchaikovsky, o en América, el caso de Heitor Villa- Lobos en Brasil. El festival ha presentado el acervo de la música europea escrita, su teoría y su modo de aprenderse. Es imposible la música clásica sin su escritura y sus partituras, a diferencia del jazz, que es improvisación”.

Un laboratorio musical

Sobre la experiencia de consolidar una Orquesta Sinfónica de Cartagena, como proyecto de formación del festival, Antonio Miscenà cree que ante todo, “es un laboratorio que acoge la vocación y el talento de jóvenes de barrios de Cartagena. La orquesta es un milagro que permite la integración social y cultural. Tiene un rol importante”.

La selección musical

Cada edición tarda dos años en planearse y diseñarse y escoger a los músicos invitados, cuenta Antonio Miscenà. Lo que se ha logrado y se sigue consolidando es la proyección del Festival de Cartagena en el contexto internacional. Un festival que es para Cartagena, Colombia y el mundo. Cada año el Festival tiene nuevos aliados en Europa, Estados Unidos y América Latina. En 2018 el Festival está consagrado al Estilo Clásico, con la música de Beethoven, Haydn y Mozart, una música que señaló un destino en las músicas del mundo entre 1750 a 1825. A él le gusta referirse en plural a las músicas y no a la música, porque cada cultura construye su manera de hacer la música. Eso no quiere decir que una música sea mejor que otra. A él particularmente le ha fascinado la música popular llanera colombiana, el joropo y la forma cómo los arpistas ejecutan su instrumento con melodías tradicionales.

Epílogo

La música de Viena revolotea ahora en el antiguo convento de Santa Clara y en el Claustro de San Agustín, como si acabara de pasar por el silencio tormentoso de Beethoven, por la soledad de Haydn y por la vertiginosa genialidad de Mozart. Los tres genios del Estilo Clásico suenan en el Cartagena Festival Internacional de Música. El viejo piano de la casa de Miscenà, con su espíritu intemporal, sigue sus pasos.

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