Facetas


Armando Morales tiene la media pisada más feliz

MELISSA MENDOZA TURIZO

06 de noviembre de 2016 07:00 AM

Blas de Lezo va al Cabildo sin pierna y sin agüeros. Camina tres kilómetros y no se cansa. Está en lo que siempre ha amado pero su vida no siempre ha sido tan feliz como en este desfile.  

***

Miércoles dos de noviembre. La tarde está fresca. Llovió toda la mañana.

En la terraza de esta casona inmensa de Manga, a la que llaman Moralera, no hay rejas, solo cuatro columnas republicanas que nos devuelven en el tiempo. Es verde clara y verde oscura, y las baldosas son pequeñas y color café. Todo aquí parece madera fina y antigua.

A la casa entra el Almirante, Blas de Lezo, viene sudado, con una camisa amarilla y negra floreada, short y tenis. No trae la espada, trae dos muletas de metal y un sombrero gris de ala corta.

Juntos caminamos hacia el patio donde su familia espera al nieto consentido de su abuela, Josefina Gambín, de 96 años.

Es Armando Morales, el actor festivo de la Independencia que interpreta a Blas de Lezo. Sentados en un comedor de 1980 se oye el canto de los pericos; hay dos palmeras, rosas, corales, limoncillo, bonche y hasta un columpio ya envejecido.

En una jaula enorme está Lorenzo, el loro, un familiar más que ya cumplió sus 45 años.

La pared de este patio separa la Moralera del cementerio Santa Cruz de Manga. “Nací y me crié en la Isla de Manga y ojo -aclara- Manga, no de manglares ni de mangos, sino porque había que coger una manga para llegar al barrio”, dice con la seguridad de quien ha vivido aquí cincuenta y tres años.

Aquí creció, aquí viven sus recuerdos, sus sueños, su vida.

Armando se la pasaba disfrazándose con lo que fuera y para lo que fuera; ese es el recuerdo que sus tíos y primos tienen de él. Un día como hoy (2 de noviembre) era apropiado para pintarse de negro y salir por las calles del barrio a pedir plata; o para pintar las lápidas de los difuntos del cementerio y con lo que ganaba, comprar velas para venderlas en la noche. “Con la ganancia hacíamos los disfraces: el capuchón o el gorro con antifaz. También, el 11 de noviembre dramatizábamos un parto; yo hacía de mujer, me ponía una pipa y un amigo hacía de hombre”, expresa.

Armando creció y sin dejar su disfraz, estudió administración de comercio exterior, se fue a trabajar a una empresa en Mamonal y aquí ocurrió el accidente que lo convirtió en Blas de Lezo.

Sin disfraz...

Hace veintitrés años, en una faena de trabajo en Mamonal, Armando iba en una moto a recibir la mercancía de unos camiones a las afueras de la empresa donde laboraba. En ese momento una tractomula que llevaba cuarenta toneladas de zahorra, por adelantar un bus, invadió su carril y lo embistió. Consciente del jalón, Armando se agarró del tren delantero del vehículo y rodó 107 metros, y hasta ahí no le hizo nada, solo se raspó los codos y la cabeza. Pero cuando el vehículo frenó, Armando cayó al suelo y este lo arrastró varios metros más, destrozándole toda la pierna izquierda.

“Dios estaba conmigo. Como nadie me quería llevar a la clínica porque les ensuciaba el carro, me echaron en el baúl de un taxi y cuando íbamos frente al cementerio Jardines de Cartagena, la tapa del baúl se abrió y vi la cruz enorme. Sé que era Dios recordándome que estaba conmigo”, cuenta.

Armando miraba las reacciones de asombro de los esparrin de las busetas que lo veían casi desangrado en el baúl. Lo daban por muerto, había perdido cantidades de sangre, pero Dios estaba con Armando. El peso de la tractomula selló las venas, la femoral, y sobrevivió.

Luego vino la depresión, el dolor, la pérdida de su esposa…y Armando solo, con dos hijos y cero ganas, cero sueños, volvió a empezar. Cinco años después de las dificultades, se unió a María Urzola, con quien tiene dos hijos.

Veinte años con la pata de palo

Chomorales, como le dice la gente, iba en una buseta frente al Castillo de San Felipe de Barajas y vio la estatua de Blas de Lezo. “Yo sentí como si me hubiera dicho: ‘Ey, voltea para acá’. Este es el hombre dije yo, tiene la pierna izquierda como la mía; entonces le dije a mi mamá que me hiciera un traje y ese año salí en el cabildo de Getsemaní y en el bando con disfraz”, recuerda.

¿Y la pierna? -pregunto-.

“Eduardo Bernet, Pepé, un excelente carpintero de Manga que ya murió, me hizo la “pata” de palo con la que este 11 de noviembre cumplo veinte años. Con esa camino mejor que con cualquier prótesis -responde-”.

En los desfiles es uno de los personajes más queridos, la gente lo aclama y sobre todo su pierna despierta la curiosidad del pueblo. Por eso creó Cartagena Antigua, un grupo cultural de niños, jóvenes y adultos que interpretan los personajes de la historia de la ciudad. Van a colegios e instituciones personificados, despertando el interés de la gente.  “Esa pata es de embuste, te doblas la pierna”, “Cristóbal Colón”, “Capitán Garfio”, le gritan…él se devuelve, se quita la ‘patica’, les muestra que no hay pierna y educa:

“No soy Cristóbal ni Garfio y tampoco un Capitán, soy Blas de Lezo, Almirante defensor de Cartagena, tu ciudad”. 

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