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Carlos Mosquera, la dinastía no muere

Aquel día el teléfono repicó en la casa de los Mosquera, con una noticia que los devastó. Esta es la historia detrás del entrenador de fútbol más famoso de Blas de Lezo.

Ese día, el 30 de diciembre de 2020, Yerson Mosquera se levantó a las 5:45 de la mañana. Observó detenidamente su celular, a ver si había algún mensaje, alguna llamada, una noticia. No tenía nada.

Entró a la ducha tranquilo y, en la inmensidad de la incertidumbre, hizo plegarias a Dios, oró en la soledad del baño, rogaba para que todo estuviera bien.

Cuando regresó a su habitación, el reloj ya marcaba las 6:20 y fue justo cuando pasó, vio su teléfono celular timbrado y ese repicar aceleró su corazón. En la pantalla decía UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) y era inevitable, sabía que eran noticias de su padre, aquel hombre de 58 años, al que amaba tanto y al que horas antes había acompañado hasta aquella sala fría de hospital.

“Ahí, con el teléfono en la mano, empecé a temblar y a temblar, dije uff. Sentí una cosa horrible en el cuerpo que no me explico. Cuando yo contesté, mi mano temblaba, la señorita me dice: ‘¿Yerson Mosquera?’. Yo no le contesté enseguida”, recuerda.

Luego de aquel silencio casi sepulcral habló:

- Sí, dígame, soy yo.

- Lamentamos informarle que su señor padre falleció, intentamos en lo posible reanimarlo pero sufrió un infarto que le causó la muerte.

Una en 800 víctimas

Carlos Mosquera, el papá de Yerson, aquel hombre de temperamento fuerte y corazón bondadoso se había marchado. El ‘profe Mosquera’, como aún lo llaman algunos de cariño, quien fuera futbolista y un renombrado entrenador de pequeñas generaciones de este deporte, había perdido la batalla y se había convertido en uno de los más de 800 muertos que deja el coronavirus en una Cartagena arrastrada duramente por la marea de una segunda ola de la cruenta pandemia. (Lea también: Carlos Mosquera, otro grande del fútbol bolivarense que se va al cielo)

El entrenador de fútbol tenía deficiencias renales, estas se agravaron cuando contrajo COVID – 19. Sus riñones alcanzaron a estar 80% comprometidos, esto le produjo problemas cardíacos y, lastimosamente, la muerte en la víspera del Año Nuevo.

Yerson, quien vive en Cajicá (Cundinamarca), había llegado a pasar Navidad en Cartagena, el 20 de diciembre, y encontró a sus padres Carlos y Adriana enfermos de coronavirus. Primero su madre se complicó, debió hospitalizarla el 25 de diciembre, afortunadamente salió de alta dos días después. Luego fue su padre, Carlos, quien debió ser hospitalizado el 27 de diciembre.

Su estado era tan delicado que su médico estimó mantenerlo en una área de reanimación, porque en cualquier momento podía sufrir un ataque cardíaco, como lastimosamente sucedió.

Un futbolista consagrado

En Blas de Lezo el apellido Mosquera es reconocido por aquella escuela de fútbol que Carlos construyó de la nada, con su experiencia, con mucho esfuerzo y gracias al buen consejo de un amigo: Escuela Dinastía Mosquera.

Carlos creció frente a la cancha de Blas de Lezo y comenzó a entrenar fútbol a los 10 años, junto a sus hermanos, bajo la batuta de su padre, Rubén Mosquera.

“Pasaron algunos años y empezó a ser parte de selecciones Bolívar. Me contó que una vez jugó un partido en el Estadio Jaime Morón (antes Pedro de Heredia) y le fue muy bien. Entonces vinieron del Independiente Santa Fe preguntando por Carlos Mosquera, que lo necesitaban en el Hotel Decameron, y mi papá fue”, detalla Yerson.

“Mi papá se fue en pantaloneta, tenis y un suéter. Los directivos le dijeron que habían pensado en él, querían llevárselo, mi papá se emocionó. Dijo: ‘Voy a buscar mi ropa, mis maletas y vuelvo’. Le dijeron: ‘No se preocupe, allá todo se lo damos, ya nos vamos’”.

Así empezó la aventura de jugar en el fútbol profesional de Carlos. Pasó por equipos como Cristal Caldas, Independiente Medellín, estuvo un tiempo en Venezuela, en el Club Deportivo Táchira. Además se enfiló en Junior y el Cúcuta. Sus hermanos, Gustavo, Alirio, Dafinis y César, también jugaron en el fútbol profesional.

“La carrera de mi papá fue algo corta porque él conoció a mi mamá en La Dorada, Caldas. Ella se llama Adriana Patricia García García, ahí fue donde nací yo. Él la trajo a Blas de Lezo, cuando yo tenía dos meses de nacido”, refiere. (Mi papá fue mi mejor ejemplo, seguiré su legado: Gerson Mosquera).

Carlos Mosquera, la dinastía no muere
Carlos Mosquera (derecha) cuando jugó para Santa Fe. //Foto: Cortesía.
Una escuela emblemática

“Mi papá trabajó en el Hotel Decameron, hacía de todo, hasta cantante fue, también trabajó en un centro de urgencias frente a Blas de Lezo. De esa manera nos sostenía a mis hermanas y a mí. Cuando yo tenía seis años, mi papá estaba desempleado, un amigo de una familia muy querida para nosotros, Óscar Lindo, le dijo: ‘Oye, Carlos, ¿tú por qué no les enseñas fútbol a los niños?’, pero mi papá dijo: ‘Bueno, ¿y cómo empiezo?, entonces un día el señor Óscar vino y trajo dos balones para que empezara. Recuerdo que eran uno rojo y uno azul”, añade Yerson.

Así arrancó la historia de la escuela de Los Ángeles que luego cambió su nombre a Dinastía Mosquera en honor a una familia futbolera. El reconocimiento la llevó a escenarios de otras ciudades como Valledupar y Medellín, empezó a ganar trofeos y a conocerse en todo el país como uno de los semilleros tradicionales de Cartagena desde donde Carlos impulsó a muchos deportistas. “Mi papá fue notando que había mucho talento y hubo jugadores que los iba sacando para el profesionalismo. Yo, al ver eso como niño, como hijo, me lo tomé enserio. Empecé a trabajar más duro, en preselecciones Bolívar, la competencia era muy brava, ya a los 15 años tuve la fortuna de presentarme con el deportes Quindío”, explica Yerson, quien quiso seguir los buenos pasos de su papá.

“Él era una persona que te transmitía mucha fuerza. En el fondo él guardaba una nobleza grande, era esa persona noble, era una cosa tremenda. Le exigía al máximo a los jugadores, pero cuando terminaba el partido mi papá los felicitaba y los abrazaba, no importaba si perdían. Era muy frentero, muy claridoso al decir las cosas, no se amarraba nada”, añade.

Mosquera se convirtió en un referente entre los entrenadores de Cartagena, cultivó el amor por el fútbol en varias generaciones. Siempre brindó su casa y su apoyo a los niños de otras escuelas de fútbol que visitaban Cartagena. Erick Montaño, Alexis Escudero y José Rodríguez son los nombres de algunos de los últimos que impulsó hacia el profesionalismo. Hoy todos lamentan su partida.

Un último adiós

“La muerte de mi papá dio muy duro, me llamaron de todos los rincones del país (...) Mi papá era una persona fuerte, se descuidó en la parte del autocuidado”, afirma Yerson. La pandemia del coronavirus obligó a Carlos a hacer algo que quizá nunca antes había hecho, en sus 26 años de fundación, cerrar la escuela temporalmente.

Sin embargo, nunca dejó de moverse y ayudar a otros. Cuando Iota azotó a Cartagena intentó brindar una mano a los damnificados. “Él se dirigió a esos lugares afectados, pedía ayudas para quienes lo necesitaron. Luego, para salir adelante, se “puso a vender quesos en su moto, de aquí para allá. Y recibía ayudas de la Liga de Fútbol de Bolívar”, cuenta su hijo. Hasta que se contagió del virus e infortunadamente no sobrevivió.

Quienes conocieron la bondad de su corazón quisieron despedirlo en el mismo campo de Blas de Lezo, donde aprendió a jugar y donde formó a varias generaciones. Le dijeron adiós con acto simbólico. “Sacamos los trofeos a la cancha. algunos de los muchachos que él había preparado, patearon un penal y expresaron qué significó Carlos Mosquera para sus vidas. Muchos se rompieron en llanto. Fue muy conmovedor lo que todos nosotros presenciamos en ese momento. Algo sencillo pero con mucho sentimiento, sé que él estuvo ahí con nosotros, inclusive muchas personas sintieron la presencia de mi papá ahí”, asegura Yerson, quien hace unos cinco años fundó la escuela Promesa Fútbol Club, en Cajicá, siguiendo también las enseñanzas de su padre. Quizá será ahora quien deba continuar con aquel rumbo de la dinastía Mosquera.

Epílogo

El cuerpo de Carlos Mosquera fue cremado en la tarde más gris para sus hijos Yerson, Yessica y Adriana, para su esposa y para toda su familia. Las cenizas han sido esparcidas en el océano, frente a las playas de Bocagrande, siguiendo la última voluntad del cartagenero. El virus continúa arrebatando más vidas y cambiado mundos a su paso.

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