Estaba en la universidad la primera vez que escuché un discurso sensato a favor de los animales.
Fue en una clase de Lógica Formal. El profesor --extraordinariamente listo y físicamente más peculiar que la clase que dictaba--, preguntó:
-¿Qué diferencia hay entre los animales y las personas?
Algunos, intentando impresionar al académico, quien tenía fama de ser “cuchilla”, participaban activamente al sentir que el interrogante era demasiado obvio. Se escucharon sandeces como:
“Los seres humanos pensamos y los animales no”, “los animales no razonan; las personas, sí”, “el ser humano tiene un lenguaje; las bestias, no”.
El docente, con cada respuesta, se irritaba más. Finalmente suspiró y dijo:
“La única diferencia, y apréndalo de una vez, es que los animales no pueden justificar sus creencias y actitudes, ni preguntar por las justificaciones de las creencias o actitudes de otros”. Y salió del salón, como decepcionado del curso de Lógica que le esperaba.
Hay gente tan, pero tan compasiva, que se vuelve vegana.
Saia Vergara es una de esas. Es fotógrafa de profesión. Es increíblemente perspicaz. Tanto, que puede cambiar de tema cada 15 segundos, finiquitando su idea. Es encantadoramente despierta y audaz.
Tenía 20 años la primera vez que vio por televisión un matadero en malas condiciones. Quedó tan estremecida con las imágenes que decidió nunca más volver a consumir algún alimento de origen animal.
“Yo nunca veo noticieros, pero por algún motivo, la vida creo yo, encendí la televisión. Y me acuerdo que dije: ¿esto es así? ¡Noooo!, nunca más. No me pasó por encima la información, me caló muy hondo”.
Empezó a investigar sobre los veganos y se sintió identificada con ese estilo de vida que más allá de evitar el consumo de productos de origen animal, está seriamente relacionado con la espiritualidad, con la identidad, con la sensibilidad, con la misión que se tiene en este mundo, con un sentido de la responsabilidad y, sobre todo, con la colectividad, porque todo el tiempo estamos impactando negativamente al resto, llámese animales, naturaleza, el mismo hombre. En fin...
“No tiene que ver solo con la comida, yo no volví a comprar algo de cuero, apago las luces todo el tiempo, reciclo; no compro cosas, a menos que sea necesario. Me puedo poner la misma ropa durante 10 años”.
Pero hay más: Saia, antes de comprar algo, tiene mil prejuicios. Por ejemplo, si va una tienda y ve un saco de lana piensa enseguida que ese pelaje se lo quitaron a una oveja, que naturalmente lo desarrolló para sobrevivir al invierno y que, además de morir por el frío, debió sufrir mientras la esquilaban: “es un proceso muy cruel en que las cortan y las agarran de la forma más inhumana”.
Solo usa maquillajes de una tienda que no hace pruebas con animales y que le da trabajo a mujeres africanas. Tampoco toma lácteos o quesos por el proceso tan despiadado de producción y por nada del mundo usa champús o detergentes que no sean amistosos con el medio ambiente.
“Y así comienzas a darte cuenta que todo lo que te rodeaba en tu mundo de fantasía está lleno de unos procesos tan atroces que uno no quisiera vivir en este planeta. Pero como no puedes hacer eso, comienzas a seleccionar procesos en los que no vas a participar de esa crueldad”.
A medida que se iba informando, más se iba aterrando del mundo. Comenzó, incluso, a odiar al género humano y a cuestionarse hasta dónde habíamos llegado por satisfacer una aparente necesidad.
Recuerda que llegó al punto máximo de indignación una vez que venía viajando de Villavicencio para Bogotá. En medio de los típicos trancones se quedó mirando hacia la carretera y vio un camión con reces tan lleno que iba una encima de otra.
“Yo en esa angustia me pongo a ver en detalle y hago contacto visual con una vaca y estaba llorando, vi en sus ojos el rastro de las lágrimas. ¿Te imaginas cómo me puse cuando vi eso? Yo decía: ¿por qué no tengo los ovarios para quitarle el seguro a esa puerta y que se forme un caos? ¿Y por qué porque tengo el valor para tomar decisiones conmigo misma, para cuestionarme, pero para esos temas de acciones colectivas no? Soy muy tranquila”.
Consciente de que el tema ya le estaba afectando, buscó ayuda y la encontró en el Psicoanálisis. Ahí descubrió que era muy combativa y que le indignaban muchas cosas por herencia paterna y materna. Aprendió entonces a ser más tolerante y a no sufrir por los que pensaban diferente a ella.
“Siempre tuve bien presente, desde que empecé en este camino, que yo no le quería predicar a nadie. Yo nunca le diría a una persona: ‘uy, es que vas a comer cadáver’. Eso sí me parece irrespetuoso, porque es una decisión de cada cual”.
Saia está casada con un español de esos que piensan que solo la carne tiene proteínas. Es totalmente carnívoro. Tienen un hijo de 3 años que hasta ahora también come carne, pero Saia sueña que cuando crezca decida seguirle los pasos.
“A mi esposo no le interesa nada de esto. Si yo lo quiero asumir como una tragedia, hasta me separo. Pero vivimos en un mundo de carnívoros. Tú aprendes a adaptarte sin dejar de ser o de creer”.
SE CURÓ CON EL VEGANISMO
Vittoria Pagani es una guitarrista italiana que está de visita en la ciudad. Es vegana desde 2012, cuando comenzó a tener problemas en sus ovarios. La medicina tradicional decía que lo mejor para corregir ese mal era ingerir cualquier cantidad de anticonceptivos. Sin embargo, no le sentaron bien.
“Eran como bombas de hormonas que me cayeron super mal. Busqué por mi cuenta otras alternativas y descubrí el veganismo”.
A los dos meses de dejar de consumir carne, se curó. En el camino le pasó como a casi todos: al darse cuenta de la tortura a la que son sometidos los animales en los mataderos y en otros procesos crueles, decidió no contribuir más con esa cadena de sufrimiento.
Se considera 98% vegana y 2% vegetariana. Los productos como el tofu son carísimos y se encuentran solo en ciertos lugares de la ciudad. En otros términos, ser vegano también requiere un nivel de ingresos altos. No todo el mundo puede acceder a ese estilo de vida.
“Yo no soy tan estricta, porque aun tengo productos en cuero. También toco un instrumento, además de la guitarra, que tiene una tapa en cuero, es un sarod, es hindú. En lo que sí soy totalmente vegana es en la comida, porque es mi forma de estar sana”.
Aunque siente que hay gente demasiado indolente, es muy abierta, e intenta no criticar el estilo de vida de nadie, y más bien busca formas creativas de jalar gente hacia el veganismo.
“Le he cocinado a mis amigos carnívoros, y les encanta lo que preparo. Cuando no puedes usar carne, ni queso, ni pescado, comienzas a usar más cereal, más verduras, eso te obliga a hacer combinaciones de sabores que no te imaginabas. Te vuelves creativa”.
***
A los veganos no hay que verlos ni como fanáticos, ni como locos, ni como bichos raros. Simplemente es gente con una sensibilidad diferente, quizá más alta, quizá más aguda, quizá más intensa.
Lo que pasa es que cuando las estructuras que manejan el mundo son económicas, se corrompen todas las instancias de la sociedad.
Entonces cuando el objetivo máximo es hacer dinero, hablar del sufrimiento de los animales y del medio ambiente puede resultar bastante estúpido, ilógico, anormal.
La escritora Alice Walker y el gran Franz Kafka, lo definen mejor:
“Cuando un día hablábamos sobre la libertad y la justicia, estábamos sentados ante filetes. Estoy comiendo miseria, pensé para mí cuando tomé el primer bocado, y lo escupí”, Alice Walker.
“Ahora os puedo contemplar en paz, puesto que ya no os como más (al observar un grupo de peces)”, Franz Kafka.
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