Facetas


Crónica de un cartagenero en Ramala: el café y los latinos

El turismo, en el sentido tradicional, casi no existe en Ramala comparado con las otras ciudades de la región, así que los visitantes deben ir preparados para recibir miradas curiosas, pero siempre amigables.

Por Adrian Mark Lore

Especial para El Universal

A finales de abril, me tocó dejar mi trabajo vendiendo libros en Jerusalén para comenzar como mesero de tiempo medio en un moderno café de Ramala. Donde antes me tomaba dos buses para llegar en hora y media a Jerusalén a diario, ahora llego al trabajo en quince minutos caminando desde mi apartamento, situado cerca del corazón de Ramala: la plaza de al-Manara.

Sobra mencionar que normalmente no sería muy conveniente contratar en Ramala a un mesero que no habla árabe. Pero este café es diferente —con solo decir que el menú está en inglés, que uso más a menudo el español y el francés que el árabe, y que muchos de los clientes palestinos ni siquiera se hablan entre sí en su idioma natal.

De hecho, la primera vez que fui a La Vie como cliente, por invitación de un amigo, más que nada lo que me sorprendió fue que nos estaban poniendo una música para planchar. Y no me refiero a alguna música romántica árabe, sino específicamente a lo que pegaba en Radio Tiempo hace quince años: los melosos clásicos de Sin Bandera, David Bisbal y Luis Fonsi. Pensé que se trataba de algún accidente fortuito, pero todo se esclareció cuando conocí al gerente por cuestión del trabajo.

Cuando me habló en un inglés con sabor a eñe, supe enseguida que este no era palestino neto. — ¿Hablas español? — le pregunté, y su rostro se iluminó con la emoción y el alivio de la familiaridad. Le pregunté de dónde era. De Chile, me dijo. Pero que de joven se mudó a Nicaragua, donde vivió su juventud hasta llegar a parar a la tierra donde, me explicó, había nacido su padre.

Decir que verdaderamente me sorprendió en ese momento enfrentarme a la conexión latino-palestina sería mentira. Sobra decir que en la Costa la presencia árabe es muy fuerte, tanto que aún me da risa servirle quibbes a los clientes, algo que me crié pensando era algo muy criollo, no importado. Claro que no todos los pueblos árabes son lo mismo. Muchos más palestinos terminaron en Chile, mientras que en la Costa colombiana se quedaron más sirios y libaneses. En todo caso, ya he conversado con varios palestinos que, al mencionar que soy colombiano, me explicaron que su madre, que su primo, que su tío-abuelo nació en Colombia o tiene pasaporte del país. Muchos aún tienen familia en Colombia, y aunque no compartan el idioma, comparten apellidos, historia y sangre.

Cuando estuve aquí el año pasado, uno, Nizar, me explicó que sus tíos y primos viven en — ¡insólito! — Ipiales, Nariño. Y acto seguido, tal vez por algún sentimiento de fraternidad, este casi desconocido ofreció conseguirnos unas codiciadas entradas a la Misa de Medianoche (Navidad) de la iglesia de la Natividad en Belén.

Asimismo, cuando estuve trabajando en Jerusalén, el joven que me vendía los almuerzos, Omar, me hablaba en un español perfecto. Omar había regresado recientemente de Colombia, donde vivió varios meses aprendiendo y conociendo —un plan no muy diferente al mío aquí. ¡Seguro entiende la precariedad económica de tal esfuerzo, porque me regaló el sándwich!

Entonces seguro ya no sorprende que aquí el español sea un idioma muy popular de aprender, y que, aunque chispoteado, varios me hayan dicho alguna que otra cosa en él. (¿Cuándo uno de noso-tros costeños le va a chispotear algo en árabe a un palestino?) Por eso todos me cuentan de las ganas que tienen de visitar Colombia y Latinoamérica, sin mencionar a los que sí han logrado ir. Y por eso también, supongo, nos siguen poniendo Shakira en las rumbas de los pocos bares de Ramala.

Aunque toparse con rastros de nuestra propia herencia aquí fue asombroso al comienzo, aquí toca acostumbrarse a sorprenderse. Por eso, aunque me sobraron muchísimas preguntas para mi gerente —así ya seamos más bien amigos—, la verdad es que en esta tierra hay tanta entropía y movimiento que, si le preguntas el porqué de qué a cada quién, vas a enredarte un nudo gordiano de narrativas que nunca te será inteligible. Muchas cosas aquí te abruman con tanto significado que solo varios tomos podrían contener. Y al mismo tiempo, tantas cosas parecen simplemente no tener explicación. Toca traducir al árabe ese dicho tan útil nuestro, tan solo para darle sentido a las vueltas que dan las vidas que comienzan, terminan o simplemente llegan a parar aquí: ¡porque ajá!

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