Facetas


De regreso a la barbarie

IVIS MARTÍNEZ PIMIENTA

04 de diciembre de 2016 12:00 AM

A un joven de 16 años le cercenan las manos en Arjona. (Lea aquí: Le cortan las manos a menor señalado de participar en robo en una finca).

Se mencionan las palabras robo, justicia… dolor. Dolor. Una palabra cuyo significado conoce muy bien este muchacho. De esas palabras que producen una sacudida cuando se leen acompañadas de sangre.

A algunos, esta noticia les provocó repudio e incredulidad. A muchos otros, sin embargo, (foristas de este medio y gente que escuché discutiendo en la calle) les pareció “un merecido castigo”.

“En una sociedad que se pretende moderna, en un estado social de derecho, esto que pasó es un retroceso”, opina el docente Raúl Puello. “Una justicia que se remonta al código Hammurabi, la Ley del Talión ‘ojo por ojo, diente por diente’, asimilada con la venganza, hacerle tanto o más daño al otro que en el que se incurrió. Una modalidad y forma de egoísmo”.

Volvimos a las sanciones medievales. La gente se vuelca hacia la aprobación de esta clase de acciones y eso notifica cual valla en la pared, que no se cree en el sistema judicial.

Un monstruo entre nosotros
“¿Tú te imaginas cuántos de estos casos no salen a la luz, porque ocurren en veredas, en zonas remotas?”, pregunta Daniel Flórez, Docente investigador de la Facultad de Derecho de la Universidad de Cartagena.

“Claramente asistimos a una sociedad donde la institucionalidad es secundaria al resolver conflictos. Convergen hechos como la congestión judicial, el alto porcentaje de corrupción de instituciones en la rama y la precaria capacidad institucional de la Fiscalía para investigar determinados delitos”.

Asociada desde la antigüedad con el poder, la violencia también se relaciona con el castigo, y lejos de ser el método que nos libre de muchos males, puede sumir a la ciudad bajo la sombra del paramilitarismo, de los ejércitos privados de seguridad.

“Si estamos viendo que le están amputando las manos a una persona, de ahí a que se consoliden estos ejércitos privados hay un paso. Comienzan luego no sólo a ‘proteger’ sino a ‘limpiar’ la sociedad. ‘Limpieza social’, sólo el hecho de combinar esas dos palabras ya nos pone en un terreno muy peligroso. ¿Cómo así que tú vas a limpiar la sociedad? ¿Desde qué criterio tú estableces lo que es sucio y lo que es limpio? Obviamente siempre se persigue al diferente, como agresor… al pobre, al negro, al homosexual, a la lesbiana, entonces ellos llegarían a ser considerados un objeto de limpieza social”, continúa Daniel.

Cuando se niega el derecho y el Estado, no hay otra vía más que la barbarie.(Lea aquí: “Mi hijo no merecía que le cortaran las manos”).

Para el docente, no se trata de abandonar las instituciones, sino de cambiar la percepción de la Policía y de la Fiscalía. Pero...¿cómo percibir de otra forma, instituciones que, a lo largo de los años, han mostrado ineficiencia en casos de esta índole (robos, atracos)?

“Es una situación grave más allá del aspecto legal. Que un grupo de personas que ante un presunto hurto tomen la justicia por sus propias manos, lo pone a uno a reflexionar sobre qué concepción de justicia se maneja. La Policía llega es a tratar de proteger al delincuente para que no lo maten y lo puedan procesar”, refiere Puello. “El problema es que yo no veo una salida inmediata porque hay un descuido frente a la implementación de una política social. La apuesta en educación se queda corta y el nivel de degradación va en incremento”. 

Vemos las noticias y con cada atraco en una esquina lanzamos como arenga “¡queremos más presencia policial!”. Hace meses, cuando el alcalde de Cartagena, Manolo Duque, informó que el Ejército se tomaría las calles de la ciudad, hubo una histeria colectiva.

“La solución que ven es el aumento de la fuerza, de la Policía y no es así. Esa medida ya está demostrada que no sirve. Que termina la Policía fungiendo de aliado de la justicia privada o los militares de aliados de los paramilitares. Yo pensaría que la sociedad gana más abogando hacia una reconciliación con las instituciones, que afianzando formas privadas particulares de resolución del conflicto. Ganarse la confianza, ver al policía y al juez como sectores aliados”, propone Daniel, “pero vamos mal. No creo que vayamos por una senda de construcción, sino todo lo contrario. Parece que en el camino que vamos se profundizan cada vez más las marginaciones. El sufrimiento de los marginados tiene un límite y hoy se expresa esa insatisfacción”.

Paz, ¿dónde?
Porque en Colombia, existe un discurso de paz que se queda en una bonita cháchara.

“La vemos del lado del desarme de los grupos que han estado al margen de la ley. Pero nos encontramos en la comunidad con violencia hacia niños, violencia en pareja, feminicidios, linchamientos. Un joven, un menor, que cercenan por hurto, es un indicador alarmante del conflicto que tenemos y se requiere una labor pedagógica”, analiza Raúl.

Con preocupación, la psicóloga Martha Carvajal, Magíster en educación, afirma que acciones como la mutilación, pasan a ser cosas del común, porque “el ambiente de esta ciudad es agresivo, de carencias, donde se estimulan las respuestas violentas como lo natural. Estamos en una sociedad, donde hay agresividad hasta en el transporte público. Tenemos la capacidad de reaccionar de distintas maneras, sin embargo, el por qué nos vamos a un lado y no al otro, está influenciado por este ambiente, donde lo bueno, lo correcto ‘no hace eco’.

(…)

Un artículo de Arturo Wallace para BBC Mundo tituló hace dos años, cuando se masificó en los medios la crueldad de las casas de pique en el Pacífico: “Buenaventura, la nueva capital del horror en Colombia”.
¿Qué tan lejos estamos de que ese titular se reproduzca con la palabra ‘Cartagena’?

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