Donaldo Bossa Herazo tardó muchísimos años en el rastreo de datos para escribir su libro ‘Nomenclátor cartagenero’, que culminó en su casa de Portaceli el 14 de agosto de 1980, y publicó en 1981. Es una obra monumental que resuelve en 320 páginas la historia minuciosa y el origen secreto de la nomenclatura de Cartagena, desde el trazado inicial de sus calles por Juan Vadillo, el bautizo de sus calles, plazas y barrios, hasta las historias ocultas de sus habitantes y personajes históricos. Donaldo Bossa investigó el origen de minúsculo y mayúsculo de esa epopeya sobresaltada y dramática que ha sido cerca de cinco siglos de vida cartagenera. Lea aquí: Algunos secretos de la historia de Cartagena
A Donaldo le alcanzó la vida hasta para descifrar el origen de las aldabas de los portones de las mansiones coloniales, y recoger la memoria colectiva con sus ocurrencias populares para rebautizar calles a partir de episodios cotidianos o momentos controversiales de la vida pública. Cuando escribió el punto final, tuvo claro que su libro debía tener el subtítulo más largo, además de su título ‘Nomenclátor cartagenero’. Le agregó: ‘Explicación de los nombres de aguadas, arroyos, bahías, bajos, baluartes, baterías, bocas, hoquetes, callejones, calles, canales, caños, castillos, cerros, ciénagas, colinas, escolleras, estancias, fuertes, golfos, haciendas, hornabeques, islas, lagunas, murallas, plataformas, playas, playones, plazas, pueblos, puentes, puertas, puertos y puntas en la ciudad de Cartagena de Indias y su antigua Provincia y Gobernación, desde 1533 hasta 1821’.
Donaldo Bossa.
Cuando recorría a paso lento el Centro amurallado de Cartagena, vestido todo de blanco, como su enorme y majestuosa estampa papal, contemplaba todo con el fervor de un peregrino que no cesa de viajar en una vieja silla de cuero virreinal. Se detenía a veces a ver si una puerta o una fachada conservaba las líneas evocadoras o manipuladas de un pasado lejano, desde las noches opresivas de la colonia hasta la incierta esperanza de los amaneceres republicanos, a comprobar si los barandales seguían allí como cuando llegó por primera vez, siendo un niño de Tolú, a descubrir que solo lo que se mantenía intacto en Cartagena era el trazado de las calles, y que casi todo había sido modificado sutil y despiadadamente por el espejismo del desarrollo.
Donaldo quería saberlo todo, sus ansias de erudición sobre cada puerta de Cartagena lo volvieron un reposado sabio de la nostalgia, que se sonreía y emocionaba con los encantos de la poesía. Al conversar con gente que se tropezaba en la calle, adivinaba con solo verle la cara o conocer su apellido, el origen del destino de los inmigrantes desplazados por las guerras o por la codicia delirante del oro. En su tránsito al restaurante Marcel donde iba cada semana o al Polo Norte donde devoraba manjares de pollos en finas hierbas, a sorbos de vino, Donaldo era, junto con su primo Héctor Rojas Herazo, un maestro de la sentencia filosófica o la frase lapidaria. Fue a él a quien le escuché decir que el muchacho que había entrado a trabajar en El Universal, un tal Gabriel José de la Concordia García, era un muchacho talentoso. “Lástima que haya empezado a morir por los dientes”, dijo al verle la sombra oscura del cigarrillo en los dientes amarillos. Y al referirse a Moisés Pinaud, quien dirigía la Editora Bolívar, lo hacía como dirigiéndose a un hombre que llevaba sobre los hombros “la eternidad”. El raro misterio de lo que queda impreso para siempre. Lea también: El viajero tras el encanto de Cartagena
Secreto de calles
En unas carpetas donde guardaba el nombre de todas las calles de Cartagena, Donaldo se divertía recitando aquellos bautizos: Calle de Nuestra Señora de los Dolores, Calle de Nuestra Señora de la Rosa o Boquete de San Pablo, Calle de Nuestra Señora del Niño Perdido, Calle de Nuestra Señora del Buen Suceso, Calle de Nuestra Señora de la Amargura, Calle de Nuestra Señora de la Consolación, Calle de Nuestra Señora de la Soledad, Calle de Nuestra Señora de las Nieves, Calle de Nuestra Señora de Loreto, Calle de Nuestra Señora de los Desamparados o de la Cochera, Calle de Muestra Señora de la Salud o de San Juan de Dios, Calle de Nuestra Señora del Carmen, Calle de Nuestra Señora de la Estrella o de Ceyjó; Calle de Nuestra Señora de Guadalupe, Calle de Nuestra Señora de la Luz o de los Estribos, Calle de Nuestra Señora de los Ángeles o de las Damas; Calle de Nuestra Señora del Rosario o del Palenque, Calle de Nuestra Señora de Nazaret o Curato de Santa Teresa, Calle de Nuestra Señora de la Esperanza, Calle de Nuestra Señora de los Remedios o del Cabito, Calle de la Santísima Cruz, Calle de Nuestra Señora del Buen Viaje, Calle de Nuestra Señora de las Maravillas o de las Tortugas; Calle de Nuestra Señora de la Aurora o de los Siete Infantes, entre otras.
“La mayoría de las calles de Cartagena fueron bautizadas por el Cabildo secular con nombres de advocaciones de la Santísima Virgen”, decía Donaldo.
Pero junto a las calles con nombres evocativas de la virgen, están los nombres que aluden momentos sociales de la historia: Calle del Cabildo de Congos, Calle de la Sierpe, Calle del Solar de las Ánimas, Callejón de la Zeta o Rincón Guapo; Calle del Concolón, Calle del Pretorio, Callejón del Cancelito, Calle del Cuartel, Calle del Tablón, Calle del Pozo, Calle de los Bellíos, Calle de las Chancletas, Calle Tumbamuerto, Calle Tripita y Media, entre otras.
Hay calles que perdieron un nombre al que le agregaron otro menos solemne y colonial, hasta reemplazarlo por la festiva nomenclatura emocional de los propios cartageneros. Muchas veces, se utilizan los nombres coyunturales de la época: Boca del Puente, Torre del Reloj y Plaza de la Paz, para nombrar un solo lugar. Lea además: Rojas Herazo: crónica del regreso a Tolú
Un poeta desconocido
El historiador Eduardo Lemaitre decía de Donaldo Bossa que era, “a la manera antigua, un sabio”. Su conversación era para él “una auténtica cátedra de variados conocimientos enciclopédicos: desde el nombre científico de una orquídea tropezada al pasar, la lista completa de los títulos del duque de Alba, hasta una receta para asar guartinajas y pavos rellenos”. Donaldo iba a los “orígenes filológicos de cualquier palabra o la fecha exacta de las batallas de Bolívar, hasta el color y la casta del toro que mató a Joselito en la plaza de Talavera. Todo exacto. Todo verídico”.
Donaldo publicó en 1936 una edición privada de su poemario ‘Viñetas’, con prólogo de Manuel F. Obregón, libro celebrado por Eduardo Carranza y por el mismo Lemaitre, quien hizo el prólogo a la segunda edición ‘Viñetas y otros poemas’, en 1961. Ese mismo año en que publicó su poemario, publicó su ‘Guía Artística de Cartagena de Indias’. Ya había escrito una biografía de la Eugenia de Montijo, condesa de Teba y emperatriz de los franceses, y un libro sobre sus viajes: ‘La Europa que yo vi’.
Epílogo
Donaldo creyó desfallecer en la hazaña de escribir su ‘Nomenclátor cartagenero’, abrumado por tantos datos en carpetas arrumadas en su cuarto, pero su amigo Lemaitre lo animó a culminarlo.
La nomenclatura de Donaldo nos lleva a recorrer toda la ciudad en sus rincones, aún invisibles como el antiguo cerro de San Lázaro donde está el Castillo de San Felipe, y donde se creó el primer hospital de enfermos de lepra en Cartagena. Donaldo nos lleva a las historias de las calles de Getsemaní, cuna de la libertad absoluta de los cartageneros y los colombianos. Y al secreto de las puertas y las casas que aún siguen en pie, cerca de cinco siglos de historia. Donaldo es ahora, cuarenta años después de haber publicado su libro, una memoria vigente Cartagena, más allá de su muerte.
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