Facetas


Cinco historias de venezolanos que huyeron de la crisis y encontraron el amor

No hay unas fórmulas secretas para el amor, pero sí infinitas formas de encontrarlo, inclusive mientras se huye del hambre y la miseria de Venezuela.

En el más oscuro de los pantanos puede germinar una semilla de esperanza. Cuando sus vidas se volvieron grises y sus futuros inciertos, el amor apareció como salvavidas en un naufragio tempestuoso. No llegaron buscando afecto, pero el destino se encargó de ponerlo en sus caminos. Vidas venezolanas cambiadas por una crisis social de inacabables consecuencias. Historias contadas por mujeres, sobre amor y desamor en medio del tormentoso exilio, una crisis vista desde los corazones de sus protagonistas.

El obrero que se marchó

Me llamo Thais Rodríguez, tengo 29 años y dos hermosos hijos. Hace tres años llegaron a mi pueblo, Candelaria (Atlántico), unos diez hombres venezolanos. Vivían todos en una casa pequeña frente a la mía. Siempre me llamó la atención cómo trabajaban de sol a sol en una construcción. Era madre soltera, arreglaba uñas y empecé una bonita amistad con uno de esos muchachos, le decían ‘el Maracucho’. Después de un tiempo, esos chicos se fueron del pueblo porque se acabó la construcción y debían ganarse la vida donde fuera. Se fue ese amigo maracucho que me gustaba tanto, por sus ganas de salir adelante, por su lucha por mandar dinero a los suyos, sé que pasó necesidades al llegar a otro país sin familia y sin nada, solo con su ropa. Perdí todo contacto con ‘el Maracucho’, no supe más de él hasta que un día cualquiera, en uno de mis viajes a Barranquilla donde arreglaba uñas, ¡oh sorpresa!, me encontré a ‘el Maracucho’ por casualidad. Intercambiamos números y hoy es mi pareja, tenemos año y medio de relación, se ha portado con mis hijos mejor que el padre que los abandonó. Consiguió un buen empleo en una empresa y entre los dos estamos luchando por nuestro hogar. Después de escuchar tantas cosas de los venezolanos yo encontré entre ellos a un gran hombre, entregado, trabajador y con muchas ganas de superarse.

“No hace
falta tener dinero”

(Yessica Castro, 39 años) Llegué a Cartagena el 9 de enero de 2018. Fue una osadía, era mi primera vez en Colombia. Los primeros tres meses fueron de mucha nostalgia. Soy estilista y en marzo conseguí trabajo en una peluquería, empecé a codearme con la cultura cartagenera. Muchas veces quería salir corriendo hasta que cierto día conocí a un muchacho. Frente a la peluquería hay una línea de mototaxis y la dueña de la peluquería un día me lo presentó, a Rafael (39 años), para que me transportara. Y ahí empezó la amistad. Me atrajo su sencillez, su forma de ser, muy respetuoso, y como en abril, tuvimos nuestra primera cita, fuimos a comer helado al Centro, a la zona amurallada, y yo estaba emocionada. Lo más importante, me llevó a su casa, quería que conociera lo que es: una persona muy humilde, sencilla, su mamá me acogió con cariño. Desde ese momento decidimos intentarlo. En Venezuela tenía un nivel de vida alto. Vengo de tener cuatro años divorciada, para mí no era fácil volver a darme una oportunidad en el amor y, además, tenía miedo a esos rumores sobre que el costeño es mujeriego y machista. Su mamá nos apoyó siempre y yo sentí como que, ¡wow, estoy en una buena familia! Tengo dos hijos conmigo aquí, me los traje, han tenido empatía entre ellos, jamás me imaginé que se iban a llevar tan bien. Él también tiene otros hijos. No ha sido fácil porque son otras costumbres, otras formas de ser, me ha costado enseñarle a mi pareja algunas cosas. Lo quiero bastante, le gusta cocinarme, cocina muy rico, es detallista, me cuida demasiado. Tenemos nueve meses de relación, conviviendo bajo el mismo techo desde octubre. Me enamoró su sonrisa, su sencillez, no le hace falta tener dinero para ser un buen ser humano.

Compañeros de hotel

(Dayana Marquina, 31 años) Es una historia larga. Él tuvo que viajar de emergencia de Cartagena a Bogotá. Se quedó en el mismo hotel donde yo vivía, ahí fue que nos conocimos. Fue algo bonito lo que nos pasó. Recuerdo que era un hotel de 13 mil pesos la noche, una cosa horrible, no tenía para pagar algo más caro, estaba sola y yo no ganaba mucho en mi trabajo. Entre las habitaciones se escuchaba todo lo que pasaba al lado, el televisor, si hablabas por teléfono. Recuerdo que esa noche él llegó de su trabajo y se quedó por primera vez en ese hotel, justo en la habitación de al lado. Entonces puso el televisor con volumen alto y no me dejaba dormir. Fui y le dije: ‘Por favor, ¿puedes bajarle el volumen?, yo tengo que madrugar’. Así fue que empezó lo de nosotros, porque él al día siguiente le pidió mi número a la chica de la limpieza. Empezó a escribirme y salimos a comer. La verdad es que no pasó ni una semana y ya estábamos viviendo juntos. Fue extremadamente sincero en cuanto a su historia, no andaba con rodeos, eso me gustó. Claro que no fue de un día para otro, comenzamos a vivir juntos pero digamos que como amigos, para ayudarnos, pero poquito a poco me fue enamorando lo detallista y lo entregado. Ahorita, en febrero, vamos a cumplir dos años. Parece mentira, pero yo decía: ‘Yo con un colombiano, nada que ver’. Además de eso, yo tenía un laboratorio clínico en Venezuela, pero dejó de funcionar por la crisis y decidí venirme a Colombia. Cuando viajé no pensaba en conseguir pareja, a mí me interesaba era conseguir trabajo. La que tenemos ahora es una relación perfecta. Él dice que le agradece al presidente Nicolás Maduro todo lo que está pasando porque si no, yo no estuviera aquí. Ahora estamos viviendo en Cartagena hace dos meses y yo busco trabajo. Él es director de una fundación.

Enamorado
con las arepas

(Luz Mila Jasper, 49 años). Vine de Venezuela en octubre de 2014, decepcionada, con el corazón herido y sola. Trabajé muy duro. En el barrio Amberes vendía arepas y ahí conocí a mi pareja. Él llegaba a comprarme arepas. Yo trabajaba demasiado, nunca tenía tiempo hasta que las cosas se fueron dando. En Venezuela tenía mi casa, mi negocio, una peluquería con cinco trabajadores, vivía en un estrato medio, acomodado, tengo hijos grandes y varios nietos. Llegué sin nada aquí pero he trabajado muy duro para conseguir lo que tengo en Cartagena y todavía me falta. Cuando vienes de un divorcio, de una relación de 25 años, tú te frustras. Me divorcié y vine a Colombia a pasar mi guayabo. Entonces me quedé, tengo cuatro años viviendo aquí y voy a cumplir tres años de relación con mi actual pareja. Él es caleño pero tiene como 40 años en Cartagena.

Creo que él vio en mí fue esas ganas de trabajar, llegó en un momento de mi vida muy importante, mi madre se había muerto y no pude viajar a Venezuela por los problemas en la frontera, empezamos a hablar, yo me iba a Chile, pero quisimos intentarlo y ahora tenemos una relación buena. Él se llama Orlando, tiene 54 años. Ahora trabajamos juntos, somos socios, tenemos un restaurante de arepas hace un año, una pequeña peluquería y tengo una máquina de coser con la que hago trabajos. Veo el amor en mi vida de otra manera, a esta edad quieres de otra manera, con más responsabilidad, con más madurez, quieres compartir, no importa si no tienes para comprarte un par de zapatos caros, pero tienes con quien dormir, con quien pasear, con quien tomarte un café.

“No fue lo que esperaba”

(Oriana Torres, 18 años) Mi primer trabajo en Colombia fue limpiar vidrios, era demasiado duro. Cuando llegué, el 3 de enero de 2018, era menor de edad. Luego me salió un trabajo en el barrio Manga como mesera en un restaurante, duré como dos meses ahí. Y hubo un muchacho, él me vio, supo dónde yo trabajaba, e iba a comer ahí todos los días, de tantas meseras, solo pedía que lo atendiera yo, durante dos semanas buscó ese método para tratar de hablarme. En principio no me decía nada, de ahí nos dimos un chance para conocernos, me invitó a salir, la verdad yo desconocía toda Cartagena y me enseñó la ciudad. Duré seis meses conociéndolo, pero no funcionó, fue su forma de ser, era algo celoso. No soy fea ni nada por el estilo, si estoy aquí, llevando el sol de la mañana, del mediodía y de la tarde, vendiendo chicles en un semáforo es por algo, es porque no soy una persona que va andar en otro tipo de cosas. Ahora somos amigos. Estoy vendiendo chicles y pude traer a mi mamá de Venezuela. Allá yo estudiaba tercer semestre de Administración de Recursos Humanos en la Universidad Simón Rodríguez. Yo tenía mi novio en Venezuela, mi novio legal que conocía toda la familia, pero por cosas del destino terminamos, por la misma crisis, él se fue para Perú y yo me vine para acá.

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