El timbre sonó a las 7 de la noche y se escuchó en toda la casa. El abandono tocaba con dureza las puertas del Hogar San Pedro Claver y era Jackeline. Ella, una señora mayor, esperaba afuera, sola y quizás pesando en la familia que no quiso tenerla.
A la indefensa abuelita, la dejaron a su suerte. Un taxista la llevó con un montón de maletas a la entrada de esa casona del barrio El Bosque y se marchó. Sin más ni menos. Sin dar explicación. La abandonó.
Si se tratara de describirlo como a una persona, el ancianato más antiguo de Cartagena (y tal vez de Colombia) es un ser de 111 años, bondadoso y lleno de paciencia. Pasan los años y no pierde su esencia. Más bien crece y se multiplica. Más bien crece y se mantiene tan o más intacta que en 1906, cuando abrió sus puertas. Entonces se llamaba Asilo de Mendigos.
Imaginemos a esa persona de brazos grandes y extendidos, como esperando para dar muchos abrazos… de sonrisa enorme. Grandiosa. Tanto como para aliviar tristezas, dar consuelo, ánimo, compañía... A esos brazos calurosos, una noche cualquiera, seguramente fría, llegó Jackeline. “Ese caso reciente me impactó mucho. Fue hace como dos años”, comenta Edna Ramos, veterana trabajadora del ancianato. Tiene 18 años allí.
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Cada historia de cada persona, es un mundo. Hay 98 mundos de ancianos. A don Jaime Caraballo Silva, por ejemplo, no lo abandonaron. Una bolsa de agua vacía lo llevó a directo a los brazos del asilo.
Vendía chance por las calles de Cartagena, una noche pisó esa bolsa, resbaló y cayó. El duro pavimento fraccionó sus frágiles caderas desgastadas por décadas de uso, y el dolor lo invadió. Esa noche, en el sector de María Auxiliadora, unos auxiliares de policía socorrieron al anciano.
Fue terrible, pero ese accidente aniquiló su soledad y las puertas de una nueva familia se abrieron para él. “Me llevaron a la (clínica) Blas de Lezo y allá me operaron la pelvis, una operación muy delicada. Como estoy solo aquí en Cartagena, no me podían mandar a la calle por lo delicado de salud. Estuve más de dos semanas esperando hasta que me avisaron que viniera para el hogar San Pedro Claver y llegué acá hace dos años y medio”, explica el hombre, de 75 años y originario de Mompox.
Cree que en la llamada ‘Tierra de Dios’ debe tener alguna tía y primos, pero no tiene noticias de ellos. Tampoco sabe de la esposa y los dos hijos que tuvo en Copacabana, Antioquia, de quienes se separó hace varios años. En el ancianato Jaime hace parte de ese grupo de adultos mayores que poco o nunca, recibe visitas. Ni llamadas. Pero él es feliz. “Aquí el tiempo discurre velozmente y el corazón pregunta: ¿Qué sería sin tu ayuda providente, a quién recurriríamos, oh Señor?”, exclama el verso de un poema inspirado en el día que sus pies pisaron ese nuevo hogar. Lee mucho, ama la poesía y dedica sus ratos libres, que son muchos, a escribir.
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La vieja casona estilo republicano sobre la Avenida del Bosque albergó por más de 70 años al Hogar San Pedro Claver. El asilo funcionó inicialmente en la Casa del Estanco del Aguardiente, luego en la Playa de la Artillería y en el Convento San Francisco. En 1944 pasó a la vivienda de El Bosque, en terrenos y con recursos conseguidos por el fundador del asilo, Gerónimo Martínez Aycardi, un cartagenero de corazón gigante.
Educado en Inglaterra, fue dos veces gobernador de Bolívar, ministro del Tesoro y presidente de la Cámara de Representantes. “En todos esos cargos dejó huella de su patriotismo, de su diamantina probidad, de su afán de progreso y de su amor por Cartagena”, se lee en un artículo del 22 de noviembre de 1981, escrito por el historiador Donaldo Bossa Erazo.
“Le decían don Gero, cariñosamente, era un hombre que lo quería todo el mundo. Fue un gran personaje, exclusivamente él donó el lote de terreno y al mismo tiempo construyó el asilo”, explica Carlos Vélez Paz, presidente de Junta Administradora del Hogar San Pedro Claver, conformada desde entonces por descendientes directos de Gerónimo.
La historia de la casona republicana como sede del hogar acabó hace tres meses. Los ancianos están alejados de esa contaminada vía y respiran el aire fresco del campo, entre Pontezuela y Bayunca. Con la venta de esa edificación de El Bosque se levantó una moderna y nueva sede campestre. Con todo lo necesario para los abuelitos. Algunos pasan el rato sentados en sus mecedoras, otros caminan por los corredores con la velocidad que el cuerpo les permite. Van lentamente, de un lugar a otro, igual allá no hay ningún afán. “Son adultos mayores beneficiarios de la Alcaldía y la Gobernación que realmente están en pobreza, que no tienen familia o están abandonados”, asegura Ana Karina García, la gerente.
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En el hogar San Pedro Claver hay quienes llegaron por voluntad propia. “Tengo 19 años aquí. Vine en el año 1997, yo solita, a mí no me trajo nadie. Mi bebé lo perdí de ocho meses, al poco tiempo murió mi marido, le dio un infarto, yo quedé sola y no quise volverme a casar. No tuve la dicha de haber tenido hijos y nietos”, narra María Ballesteros García, una monteriana de 78 años. Ella recuerda claramente el día en que llegó.
“Me recibió la monjita Candelaria Betancourt, era antioqueña pero ya murió. Aquí, en Cartagena, yo vivía con una hermana en la Calle Larga, hablo con ella a veces pero no puede venir a visitarme porque es mayor que yo, casi no puede caminar”, agrega. En sus comienzos, el ancianato era administrado por la congregación de las Hermanitas de los Pobres de San Pedro Claver, quienes con el tiempo se fueron retirando y luego continuó bajo las directrices de la Junta Administradora.
A lado de María está sentada una de sus mejores amigas, Fidelina González, también llegó por su cuenta. “Nací en Arjona y me crié en El Carmen de Bolívar. Tengo 82 años, fui hija única, quedé huérfana y quedé viviendo con unos primos, pero usted sabe que con los primos no es igual, entonces yo decidí venirme para acá. Eso fue hace nueve años”, relata.
Epílogo
Antes de morir a los 75 años, Gerónimo Martínez Aycardi pidió que su corazón siempre estuviera en el hogar San Pedro Claver. Y así es, su corazón se conserva en un nicho de la capilla del nuevo asilo. Si tratara de describir a una persona, diría que el ancianato es un abuelito bondadoso, amable y con el corazón gigante de quien lo creó.
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