Ellas no fueron a la universidad a estudiar cómo se traen niños al mundo, cómo se atiende un parto, cómo se corta el cordón umbilical, pero saben hacerlo muy bien y, es más, por años ayudaron a nacer a muchos pequeños de su pueblo. Es la última generación de parteras de El Níspero. “Primeramente, hace muchos años, aquí no venía médico, teníamos que ir a otro sitio en animal, porque no había transporte, era muy difícil que una mujer embarazada saliera, porque pasaba mucho trabajo por el barro. Ahora es más fácil y hay transporte”, dice Marina Peña Santana sobre el origen de las comadronas en ese pequeño pueblo, corregimiento de Marialabaja, Bolívar.
Recuerda que un día llegaron a buscarla porque una sobrina tenía dolores de parto. “Yo ni siquiera sabía que ella estaba embarazada, pero entonces me puse manos a la obra, le indiqué cómo debía pujar por su hijo. Ella lo hizo, el niño nació y le corté el cordón con una hojilla nueva. Todo salió bien, gracias a Dios”, dice. Tanto su sobrina como Marina eran primerizas en un parto. De ahí vinieron más y se convirtió en partera. Ella nunca los olvida y en sus ojos se ve el orgullo que siente sobre cada uno de los bebés que pasaron por sus manos, como si esos también fueran sus hijos.
“Como aquellos que atendí en unas fincas en Venezuela. Trabajé en ese país casi 30 años. A las 12 de la noche de un viernes fueron a llamar a la finca porque la mujer de un patrón iba a parir y no alcanzaba a llegar al hospital, me ofrecí atenderla, comencé a moverle la barriga y vi que estaba en posición y nació el bebé. Al día siguiente, me buscaron para otra muchacha que iba a alumbrar en una finca vecina. Hoy en día Jorge es doctor, es muy buen cirujano, y Pedro es un excelente ingeniero”, narra.
Un pueblo tranquilo
El mayor trajín que se ve en la vía principal de El Níspero es un burro cargando leña, halado por su dueño sin afán y una procesión parsimoniosa de vacas, que no levanta ni polvo. Es un pueblo tranquilo, donde parece que nada pasara. Casi todas las casas, que son pocas, son de bahareque. Hay una pequeñísima iglesia azul y mucho silencio, a lo mejor porque una de las familias nativas está de luto y se debe guardar ‘consideración’.
Para llegar allá hay que atravesar, desde El Retiro, más de media hora de carretera destapada, en buen estado en verano, pero casi intransitable en invierno.
Todos se conocen entre sí y todos saben quién es Candelaria Julio de Salas. “Disculpen que los reciba así. Es que mi hermana murió hace poco y estamos de novedad”, exclama. Y, casi sin preguntarle, empieza a hablar. “La verdad es que Dios me dio este don, porque yo no recibí clases de nadie. Tenía una tía que decían era la mejor partera del pueblo, de ella aprendí mirando. Tengo muchas historias”, afirma. Esa tía era Benancia Vivet, algo así como una autoridad entre las comadronas, al igual que Benancia Santana, tía de Marina. Ambas fallecieron pero antes de morir dejaron su herencia de conocimientos ancestrales.
“Mi primer parto lo atendí a los 49 años. Hoy tengo 73 años y ya ni me acuerdo cuántos van, porque he atendido a bastantes, entre buenos y difíciles. Hubo partos malos, como el de una muchacha a la que yo le ‘andé’ (toqué) la barriga, la noté rara y le dije que tenía que ir al médico pero no me hizo caso. A la siguiente semana me fueron a buscar, la palpé pero no conseguí vida en ese bebé. Nació muerto.
“Yo también viví en Venezuela muchos años y allá tuve una experiencia con una bisnieta. Al verle el semblante a la mamá, le dije que estaba mal, que debíamos ir hospital. Así fue, ese parto estaba adelantado, llegamos al hospital Santa Lucía, no la podían atender y nos mandaron para otro. En el camino tuvimos que parar en la mitad de una autopista, yo agarré ese parto y recibí a mi bisnieta en esa camioneta”, recuerda.
Y menciona otro de los tantos casos, de cuando ya se había retirado de aquellos menesteres y acompañó a una sobrina que daría a luz en Marialabaja. Los médicos tardaron tanto en atenderla que fue la misma Candelaria quien la ayudó a parir.
Entrenando
“Ya no estamos atendiendo partos porque la ciencia ha aumentado bastante, pero sí examinamos la barriga y sabemos cómo está el bebé dentro del vientre, si está bien o mal, si es niño o niña, si la mamá tiene mucho líquido, si hay algo anormal, y podemos recomendarle que acuda al médico, incluso sabemos si una mujer está ‘cogiendo barriga’ por ese conocimiento que Dios y nuestros ancestros nos han dado. Este trabajo no es fácil”, comenta Rita María Magallanes, otra de las cinco comadronas de El Níspero.
Su compañera, Marina, nos cuenta que hace tres meses reciben capacitaciones en primeros auxilios y cuidados prenatales los fines de semana. “Para aprender más de esto que ya sabemos, por medio de una enfermera de Profamilia que viene desde Cartagena. La verdad es que sí queremos seguir adelante, para ayudar a las mujeres embarazadas y a sus bebés. No solo nos capacitan a nosotras, también a jovencitas del pueblo para que sean auxiliares en eventuales partos. Siento que sí hay una alegría y un gozo al ver que, a la edad mía, se está reviviendo algo que durante un tiempo estuvo apagado, por eso ahora siento la necesidad de seguir adelante”, dice.
“Yo creo que sí, los médicos hoy en día se están dando cuenta de que sí se necesitan las parteras, en ciertas emergencias. Me siento orgullosa de que hayan traído estas capacitaciones, porque ya estábamos perdiendo la costumbre, ahora me siento contenta por eso, porque tiempos pasados vuelven a salir adelante, para uno enseñarle un poquito lo que uno sabe a otras personas, para que cuando a nosotras se nos apague nuestra luz, no se pierda esta bonita costumbre”, concluye Rita.
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