Facetas


En el uniforme de un policía

“No tengan miedo, solo estén preparados”, nos dicen. Al arribar a la estación de Policía de Manzanillo del Mar, apenas se asoma el día. Entonces, el intendente jefe Vega da la orden: “¡Vamos, qué esperan! Tienen cinco minutos para cambiarse y ya van cuatro, ¿qué hubo, a ver? Esto no es un juego, ¡vamos, apúrense! ¿Qué, se están maquillando? ¿Qué esperan? Vengan rápido, ya… ¡Ahora!”.

Me cambio, creo que soy el primero, pero faltan las botas. Calzo la derecha, la amarro hasta arriba, y voy por la izquierda… ¿Y la izquierda? ¿Dónde está la bota izquierda? Me entregaron dos derechas y no lo noté, no revisé todo mi uniforme antes de salir. Error mío, un policía siempre debe estar preparado. 

Busco por todos los lados una bota izquierda talla 43, alguien me la presta, pero soy el último en llegar a la formación. Para mi suerte, no hay castigo. Ya formando, pienso en lo que pesa ese uniforme, literalmente. Y pienso en el calor, el calor de Cartagena, en unos 32° centígrados y en estar arropado por esa tela gruesa, a pleno mediodía, qué sé yo, patrullando en el mercado de Bazurto o en El Terraplén de El Pozón. Apenas con pensarlo empiezo a sudar y hasta me amargo un poco.

“Al final del día me odiarán”, nos grita el intendente jefe. Ordena unas mariposas, abrir y cerrar los brazos y piernas, 10 en total. “Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... ¡Salinas! No es así. Coordine, ¡Salinas! Todos de nuevo: Uno, dos, tres, cuatro... ¡Salinas, coordine! Todos de nuevo...”. Esa frase se repite unas cuatro veces.

***
Frente a nosotros está una Sig Sauer P2022 calibre nueve milímetros, pistola semiautomática que el intendente jefe describe como la mejor del mundo en su tipo, es el arma de dotación de los policías en Colombia: puede disparar hasta 15 cartuchos antes de cambiar el proveedor.

Con los ojos vendados, la desarma y arma en minutos. Un policía tiene que conocer tanto su pistola como para maniobrar cada parte a ciegas. Seguimos el entrenamiento, bajo un bohío de la estación de Policía de Manzanillo del Mar, con una Sig Sauer en mano, descargada, acatamos instrucciones: abatir martillo, mover la corredera y retirar el cañón. La desarmamos y armamos. Pienso en las veces que he estado tan cerca de un arma.

Cuando tenía unos cinco años, en un barrio de Caracas, Venezuela, un bandido apuntó su revólver contra mi cabeza. Nunca lo olvido. Otra vez, estando en la puerta de mi casa en Cartagena, un atracador robó el bolso a la novia de mi hermano. Y esta vez, siendo policía por unas horas, sin dudas ha sido la mejor de esas veces en que he tenido un arma de cerca. Todavía, a lo lejos, se escuchan ladridos de perros adiestrados para encontrar drogas, divisas y explosivos.

Los caninos hicieron una demostración de acrobática y de su trabajo, uno de sus entrenadores, el intendente Pedro Sepúlveda, nos aclaró un mito urbano sobre ellos: estos perros no son adictos. Explica que la forma de enseñarles consiste en introducir la droga, divisa o explosivo, en una pelota que luego es sellada, y que los perros asocian con el olor y con el juego de tirar y buscar la pelota. No consumen, ni se les vuelve adictos como piensan muchas personas.

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Trotamos. A mitad de marcha a varios se nos corta la respiración. Los ocho participantes de este ejercicio perdemos el aliento, pasamos una trocha despedrada y llegamos al polígono, donde los policías practican tiro al blanco. Son más de las 11 de la mañana. El trote, los ejercicios y la falta de físico, además del sol y no estar acostumbrados a este uniforme, nos agotan tanto que pedimos un recreo, pero adivine la respuesta del intendente jefe. Él nos anima a seguir y a no desfallecer. A mi lado va Ronald Morelos Padilla, de 27 años. Desde 2009 sueña con ser policía.

El año pasado consiguió presentarse a la convocatoria de oficial pero no superó los exámenes médicos, por pterigión (carnosidad en los ojos). Ahora gestiona una cirugía para corregir esa patología y poder aspirar por segunda vez a la fuerza pública. “La verdad, la experiencia de hoy ha sido chévere, estoy más motivado a presentarme en la Policía. Es una institución que nos brinda muchas cosas, estabilidad y la posibilidad de servirle a la comunidad”, comenta. A excepción de tres periodistas, quienes integran este grupo de ocho aprendices, los demás participaron en un concurso de dos meses para vivir la experiencia de ser policía por unas horas. Varios de ellos realmente sueñan con ser policías. A otra joven apellido Pérez la posibilidad de entrar a esa institución le emociona mucho, incluso, se mete en su papel tanto que habla como una agente y, a veces, la miro y dudo de si en realidad es alguna infiltrada que está ahí, verificando que la jornada marche bien.

Epílogo
El día acaba con una pequeña ceremonia de grado en el Comando de la Mecar. En mi mente quedan dos frases. La primera está al comienzo de este texto y tal vez la aplican muchos policías, antes de salir a la calle. La otra es la respuesta que, durante el día, nos enseñaron a una pregunta del intendente jefe:

-Policías, ¿cómo está la moral?

-Alta, muy alta, como es mi deber mantenerla, un policía nunca se rinde, jamás será vencido y en su mente la victoria...
Y no, al final del día, no odiamos al intendente jefe. Creo que todos lo admiramos, igual que a todos los buenos policías.

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