Facetas


Escoltas, trabajar para desafiar a la muerte

Ser escolta es desempeñar una labor que se lleva en la sangre y estar dispuesto, muchas veces, a recibir balas ajenas.

LAURA ANAYA GARRIDO

14 de marzo de 2021 11:09 AM

Aquel instante en el que sintió llover muchas balas de fusil sobre él, Juan* solo anheló una cosa: tener un minuto más, uno solo, para agarrar el celular, llamar a su hija y decirle que la ama y que la amará siempre, pase lo que pase. Para despedirse. No había señal...

Pocos instantes son tan difíciles de olvidar: él, sus cinco colegas y el protegido viajaban por una carretera intermunicipal en dos camionetas blindadas cuando sonó el primer balazo y, tras él, incontables más. Los proyectiles, con suficiente calibre para atravesar el blindaje 3 -el máximo permitido para particulares-, consiguieron exterminar a dos de los colegas de Juan e, incluso, herir al protegido. El chofer del primer vehículo había muerto, así que la camioneta se convirtió en un obstáculo que le impedía a la segunda avanzar. No había de otra: luego de los tres segundos en los que anheló llamar a su hija, Juan se reincorporó y se tiró a la vía para reaccionar y repeler el ataque. Eran las seis de una tarde cualquiera.

“De un atentado nunca nadie te va a avisar. Nunca sabes el día, la hora. Nunca estás listo, puedes tener toda la preparación, pero ese día todo se te pierde, todo va al revés. (...) Pero ya después de que te tires de un vehículo, con la agilidad y el susto que tienes, no te dejas matar. Si no te cogieron dentro del carro, ya no te cogen”, me dice ahora un Juan muy sereno, al otro lado del teléfono.

Aquel sería solo el primero de los cinco atentados que, por fortuna, ahora Juan recuerda como anécdotas, como experiencias normales -¡¿normales?!- en su labor como escolta. Y claro: le han regalado miles de minutos más pero, por la razón más poderosa del mundo, él ha vuelto a anhelar lo mismo y lo mismo y lo mismo en cada atentado, es que no ha podido renunciar.

Lo que no tiene precio

¿Cuánto dinero será suficiente para que un hombre esté dispuesto a trabajar sabiendo que lo pueden matar por defender a su protegido o VIP -así llaman ellos a los políticos, líderes o cualquier amenazado que solicite seguridad-?, ¿cuánto, si hasta se olvidan de su vida social por estar disponibles las veinticuatro horas?, ¿cuánto, si Juan solo ha podido estar en uno de los más de diez cumpleaños de su única hija?

“Al perder la vida, ningún sueldo es bueno -dice Juan-. En realidad, no es que el sueldo sea bueno, en este momento me pagan dos millones de pesos, libres, sí, nos pagan el hospedaje y los servicios, solo pongo lo que es la alimentación”.

“No es que estemos bien pagos, porque es la vida la que estamos perdiendo, aquí no se está perdiendo otra cosa, y detrás de cada escolta que cae hay una familia, hay proyectos, sueños. La verdad, no es buen pago”.

Si hablamos de dinero, también hay que mencionar que el sector de vigilancia y seguridad privada aporta al PIB del país cerca de 1,6% anualmente y genera alrededor de 240.000 empleos directos, de los cuales 194.000 se desempeñan como guardias de seguridad, según el periódico La República, y que las compañías de seguridad ofrecen distintos paquetes para quienes necesitan el servicio de guardaespaldas y camioneta blindada, uno de los más económicos costaba en 2019 $15,3 millones para una jornada de ocho horas. (Le puede interesar: Escoltas piden que no haya tercerización)

Juan, ¿no has pensado en buscar otro trabajo?

-Claro. Siempre lo he dicho y a todo el que se acerca a mí para un consejo le digo que este no es un trabajo para quedarse toda la vida. Nos juegan varios roles en contra: uno es que si estás de buenas puedes trabajar un largo tiempo como escolta y retirarte a voluntad. Otro es que puedes caer y ahí quedan tus sueños, tus planes, en un atentado o un accidente, lo que te pueda pasar. Yo, por lo menos, le pido mucho a mi Dios que me deje trabajar unos años más y dedicarme a otras cosas después, a un negocio propio que sea de menos riesgo. Acá no es para jubilarse. Nunca vas a ver a un escolta viejito, llegas a los 45 años y es un problema para que te reciban una hoja de vida, aunque tengas toda la experiencia y el entrenamiento del mundo.

Juan y Pedro*, un colega suyo, coinciden en que sus familias nunca han gustado mucho de esta labor, quizá se les hace difícil entender cómo es que una persona puede pasar sus días con la certeza de poder recibir una bala ajena. “Hablando con mi esposa... creo que les pasa a todas las mujeres, piensan que su esposo en cualquier momento, por su trabajo o labor, puede morir, fallecer, pero no, no, no, yo creo que el trabajo mismo lo enseña a uno que tiene que valorar más a su familia. Es complicado, pero hay que trabajar”, asegura Pedro.

“Laura, en verdad esto es algo que le pinta a uno en la sangre, diría yo -explica Juan-. Si tú analizas, no cualquier persona sirve para escolta. (...) Para eso hay que tener sangre, tiene que gustarle a uno mucho las armas, la honestidad, legalidad, el ser legal, porque usas las armas, pero legales, que las puedas portar, que puedas andar con ellas”.

Estar “cuatro ojos” y mucho más

Para Juan, ser escolta implica mucho más que saber usar un arma y, efectivamente, usarla cuando toque.

“Un escolta profesional, en el caso mío, es una persona muy capacitada en el hecho de que su protegido se sienta completamente satisfecho con nuestro trabajo, experiencia y saber, entonces se anexa que debe saber primeros auxilios, defensa personal, conducir motos y carros y más allá, saber maniobrar esos vehículos en forma defensiva u ofensiva, teniendo un dominio total de ellos”, explica y dice, además, que hay un valor imprescindible en esta labor y es la lealtad.

Pedro, por su parte, llegó a ser escolta luego de pertenecer un tiempo a las Fuerzas Militares y piensa que lo primero que debe tener cualquier escolta es un “buen físico, un buen porte” y tener “malicia, olfato para enfrentarse a cualquier situación y saber reaccionar”, porque tiene bajo su responsabilidad a un VIP. “Estar en la juega, bien parado y tener mucho manejo de la información y órdenes. “Pienso que tengo las capacidades físicas, mentales y profesionales para ejercer este trabajo, y estoy aquí porque me gustó siempre ser un hombre de seguridad. Gracias a Dios, aquí estoy y he aprendido mucho, ojalá siga para rato”, me dice justo antes de aludir a “dos experiencias bien complicadas de intento de hurto... De eso se trata, de en cualquier momento tener una situación -atentado- y salir de ella”, añade.

“Un día, yo iba en el carro, manejo un carro blindado. Iba con el personaje hacia otra ciudad, entonces en la mitad del camino nos salieron uno guerrilleros disparando de pronto, nos salieron: ta, ta, ta, pude reaccionar y evitar que me volcaran el carro y se llevaran al personaje y el dinero que llevaba. Es complicadito, pero toca”, cuenta y dice que la siguiente es una muy buena pregunta:

¿Qué es lo mejor de tu trabajo?

-Conocer personas que en otro trabajo uno no podría conocer y tener una cercanía con ellas.

Pedro se tiene que ir a trabajar, así que se despide, pero antes me confiesa algo:

“Siempre, antes de salir a trabajar, me arrodillo para pedirle a Dios que me ilumine, que me cuide. Que, así como salgo, pueda volver a la casa. No salgo sin orar, yo digo que la oración es mi verdadera arma”.

*Nombre cambiado a solicitud de la fuente.

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