Facetas


Evocación de días santos

Lo más natural es que en Semana Santa ocurriera lo sobrenatural como un episodio esperado.

GUSTAVO TATIS GUERRA

17 de abril de 2022 02:00 PM

El viento caliente de abril despeina los árboles y golpea el escapulario de la Virgen del Carmen contra el pecho de la mujer de luto que camina hacia la iglesia. Es Semana Santa. En el aire flota el olor de palo santo y el aceite que unge la puerta de la casa se desliza por las manos huesudas de la viuda. La Biblia forrada en cuero de color rapé abre sus páginas de arroz finísimo y la mujer encuentra en ellas al azar divino la respuesta a las encrucijadas de este día. Ora ante un altar bajo el pabilo de una vela que está a punto de apagarse mientras ella siente el parpadeo de la virgen. Es el duelo más grande del mundo. Van a crucificar a un hombre inocente, un muchacho judío de ojos de arena y piel de amaranto quemado por los soles de verano, que lleva una túnica blanca y unas sandalias de peregrino del desierto. Los descreídos de aquellos días dudaban de su estirpe divina y lo condenaron a morir junto a los ladrones. Esa tragedia enlutó a la humanidad. Aún hoy la conmemoración de sus huellas y sus únicas palabras escritas en la tierra borradas por el viento resuenan como una señal vigente e ineludible en el destino de los hombres, dos milenios después. Toda la existencia de esta criatura estuvo marcada por la amenaza y la tragedia antes de nacer. Su batalla fue la epopeya espiritual entre el cielo y la tierra, entre la santidad y la brutal incomprensión de las criaturas terrenales. Los discípulos evangelistas reunieron su memoria y sus palabras que el viento había dispersado y las juntaron como hilos de oro en rollos de papiros.

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El libro del cielo y la tierra

Todos los libros sagrados tienen un referente celeste y terrestre. Los teólogos creen que ese libro sagrado, La Biblia, fue la suma de las conciencias y espíritus iluminados. Se asevera como dogma que el único autor es el Espíritu Santo, es decir, un libro escrito en el cielo. La escritura de este libro pasó primero por la palabra hablada de generación en generación. Hubo una Biblia hablada como revelación de ese espíritu, y la humanidad alcanzó el privilegio de una escritura sagrada que fue la decantación de la sabiduría espiritual. En esos sesenta y seis libros que conforman La Biblia, escrita en dos tiempos y estilos diferentes de la narrativa y la lírica y la literatura sapienzal se descubre al leerla que hay dos relatos confluyentes, el que canta y el que cuenta, y un narrador omnisciente que observa el espectáculo dramático de la humanidad desde las azoteas del cielo. El relato divino se conjuga con el relato histórico. Hay un libro que enfrenta los dos lenguajes. El libro de Job es el mismo Job desolado ante sus tragedias en diálogo reclamante ante Dios. En ese diálogo es el mismo Dios el que le responde y le amansa el corazón. Y al final, luego de soportar todos los males del mundo, conoce la más alta gracia de su purificación redentora. Ese libro ha sido inspiración de poetas y novelistas. Lea aquí: Ouriel Zohar: el dramaturgo israelí que visitó Cartagena

Lo sobrenatural, lo más común

Lo más natural es que en Semana Santa ocurriera lo sobrenatural como un episodio esperado. Los fantasmas, los aparecidos y las brujas y las criaturas luzbélicas intentaban salir al ruedo en días santos. Si uno cortaba un árbol el Viernes Santo, lo más natural era que sangrara, porque uno se tropezaba con la sangre del crucificado por todas partes. Todo estaba bajo el designio y el suspiro sangrante del nazareno en su madero y su corona de espinas. Si las puercas aparecían a la medianoche persiguiendo a alguien antes de entrar a su casa, era probable que fuesen brujas terrestres sueltas de madrina. Si un perro aparecía detrás del campesino en su burro, era probable que fuese un fantasma o un ángel perverso. Siempre se dijo que Luzbel andaba suelto por esos días. Los amantes se abstenían de hacer el amor en días santos porque podían quedar pegados. Escuché miles de historias siendo niño en el Sinú. Al margen de la superstición, eran días de recogimiento espiritual donde uno sentía la agonía y muerte el Viernes Santo, el ambiente luctuoso que embargaba aquel día, el luto universal bajo el aire ardiente que quemaba las hojas de los almendros. Y el domingo uno sentía el soplo inagotable y milagroso del que acababa de resucitar. Le puede interesar: El legado menos conocido de Pablo Neruda

El sacrificio no es una fiesta

Los sacrificios de animales de monte en Semana Santa no tienen nada que ver con la tradición religiosa, sino con la heredad gastronómica en el Caribe. En muchos pueblos del Sinú se sacrifican cerdos, carneros, babillas e hicoteas por estos días santos. El sacrificio brutal del cerdo o la hicotea son los más despiadados. La hicotea se le arranca el caparazón y se le despelleja viva destrozándole la boca con un cuchillo. Y se le echa en agua hirviente Su corazón sigue latiendo bajo el fuego vivo. Es una de las escenas más crueles que yo vi siendo niño. La paradoja es que estos días no son nada santos para la gente del Caribe. La santidad del nazareno sacrificado no tiene nada que ver con la fiesta pantagruélica de la Semana Santa.

Epílogo

La mujer viuda metida en su luto ve llorar a la virgen en el altar. Y llora con ella la crucifixión de su hijo. Algo de sangre salpica en la túnica mancillada del Viernes Santo. Y sangran las manos de la viuda enlutada sintiendo clavos invisibles. El domingo dejará de llorar. Es que ella también siente que acaba de resucitar. Lea también: La impactante historia de una fotógrafa y sus luchas en Venezuela

Eran días de recogimiento espiritual donde uno sentía la agonía el Viernes Santo, el ambiente luctuoso que embargaba aquel día, el luto universal bajo el aire ardiente que quemaba las hojas de los almendros. Y el domingo uno sentía el soplo inagotable y milagroso del que acababa de resucitar.

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