Este es un partido inédito: no todos los días se ve a dos pandillas enemigas en el campo de juego.
La tensión reina en el ambiente. Hay miedo. Es como si en cualquier momento fuera a estallar tremenda pelea y cualquiera (hasta la que vino a cubrir periodísticamente el evento) puede, como dicen ellos mismos, llevar del bulto.
A la entrada del escenario deportivo del barrio San Fernando está algo así como un guardia, quien me aconseja, preocupado, que no entre, que espere por lo menos a que llegue la Policía.
Ignoro su recomendación e ingreso al lugar. Hay cerca de 100 jóvenes divididos en grupos que no superan las 20 personas. Parecen distintas familias. Solo hablan entre ellos. Jamás con los vecinos.
Veo a Germán Ruiz, el profesor que me contactó, y quien lidera el programa de resocialización con los jóvenes en riesgo, corriendo de aquí para allá. El hombre está preocupadísimo. Ya tienen que empezar y nada que llegan las autoridades.
Al fin mandan a alguien: un uniformado que parece más nervioso que todos. El tipo está sudando y tiene las mejilla rojas. Solo lleva un bolillo; o, por lo menos, eso parece. Nunca le vi el revólver. Intenta hacerle conversación a varios muchachos como para congraciarse con ellos. Los jóvenes lo ignoran.
Mientras se ponen el uniforme, Los 20, la pandilla que va a jugar con su exenemigo Las Torres, acepta ir conversando. Se llaman de ese modo porque residen en el sector 20 de Julio, del barrio El Pozón.
Se conocen desde que eran niños. Son como hermanos. La regla más importante es pase lo que pase, nunca pueden pelear entre ellos, ni con sus familiares.
La pandilla o el bonche, como ahora pretenden ser llamados, se formó porque un grupo de un barrio cercano cacheteó frente a todos a uno de sus miembros en un baile de picó.
Los 20 cobraron venganza agrediendo brutalmente a otro de sus integrantes en otra fiesta. Ahí empezó la riña que hasta el día de hoy existe entre ambos bandos, y con otros que se fueron sumando en el camino.
“Amigos de ellos mismos nos declararon la guerra. Cada grupo tiene sus aliados, y por eso que ha habido muertos de allá y de acá. Ellos nos ganan en cantidad, porque nuestro sector es más pequeño, somos 20 corazones. Pero nos damos con 50 , 60 y hasta 70, los que sea”, me dice *Wilson.
El día que llueve, saben que hay pelea fija. Así que preparan las municiones o las piedras, cuchillos, machetes, revólveres, que para el caso es lo mismo. Ellos se apostan en el colegio El Saber; y sus enemigos, en algo que llaman La curva peligrosa.
Lo que más les duele es cuando pierden a uno de sus miembros. Justo ese fue el motivo por el que pelearon con Las Torres. Mataron a uno de sus amigos más queridos y creyeron que este grupo tenía algo que ver. Sin embargo, después de varios acercamientos en el programa, descubrieron que ellos no fueron los responsables, empezando porque en ese momento el ambiente estaba tan caliente que no podían ni salir de su zona.
“Todo fue una confusión, porque fueron los de Flor del Campo. Ya hicimos las paces con las pintas con quienes vamos a jugar hoy”, me explica *Mairon.
Ahora están emocionados. En El Bonche les están enseñando a confeccionar sandalias. Las venden a 25 mil pesos y pueden ser pagadas en dos partidas. Ya repartieron las primeras 15, y se sienten unos expertos en calzado para dama.
“Con la ayuda del profesor Germán y del profe Abel (señala a un señor vestido de árbitro) estamos aprendiendo a hacer Sandalias, pero los recursos de la Alcaldía son muy pocos, y ellos a veces ni aparecen”, me dice *El mono.
A lo que otro joven agrega: “Estar haciendo chancletas todos los días nos va a tener lejos de las peleas y de la droga. Yo estoy cansado del vicio. Me quiero rehabilitar, no joda, yo paso fumando”.
-¿Y qué fumas?-le pregunto.
- Ay, cripy- me dice en tono obvio.
-¿El cripy se siente igual que la marihuana?
- No. Cripy es cripy y marihuana es marihuana.
Me explica que la marihuana es natural, que casi ni se siente. En cambio, el cripy, aun cuando también produce una sensación de tranquilidad, es hecho con sustancias químicas y su efecto es más intenso. Aunque el más potente de todos es el Rivotril, ese sí lo pone a volar.
“Mira, mami, pa’ que me entiendas. Yo ahora estoy bajo los efectos del cripy para jugar sabroso, relajado, normalito”, me dice y se levanta las gafas. Los ojos los tiene rojísimos y distorsionados. Me está supuestamente mirando, pero tiene la vista puesta en otra dirección.
Suena un silbato y todos se levantan de la grama. No se despiden. Se dirigen hacia el campo del juego, algunos están terminándose de vestir.
¡Qué comience el partido!
Los dos grupos se saludan con un estrechón de manos, tal como uno ve hacer a los grandes equipos por la televisión. No han pasado los primeros dos minutos cuando el árbitro suena una falta.
Se respira miedo puro en la tribuna: qué valentía la de ese tipo al atreverse a arbitrar a semejantes oponentes (pienso). Mas distinto a lo que todos esperan, los pelaos respetan al árbitro, es el señor Abel, quien les enseña a hacer las sandalias, y a quien cariñosamente llaman “El profe”. No podían poner a cualquiera.
Es un partido muy reñido. La pelota nunca está totalmente de un lado específico de la cancha.Y todos, pero todos, la tocan y hacen tremendas jugadas. El primer tiempo cierra sin dificultades y con un resultado de 2-1 a favor de Las Torres.
En el break, mientras se hidratan, los miembros de Las Torres me cuentan que se llaman de ese modo porque en la urbanización Ciudad del Bicentenario, casi todas las casas son torres. Les tocó formar la pandilla porque los jóvenes de Flor del Campo tenían azotado el barrio a punta de atracos, así que tuvieron que defenderse.
Todos los días, a las 3 de la tarde, hay enfrentamientos. Ellos ya no pueden hacer nada: si no acceden a pelear, los de la pandilla de Flor del Campo se sienten burlados y les parten los vidrios de las casas.
“Mira, nosotros estamos aquí (hace un punto en la grama) y los de aquí, aquí, aquí y acá, son culebras”, me explica un niño de 14 años, quien más bien parece de 8.
Hay varios niños en la pandilla. Tuvieron que aprender a defenderse, si querían seguir vivos. Igual, ya no tienen mucho qué hacer. Como el colegio queda en Flor del Campo, y de allá son sus adversarios, no pudieron volver a la escuela y perdieron el año.
Segundo tiempo
Ambos equipos llegan al terreno dispuestos a todo por ganar. Los 20, como van perdiendo el juego, no se dejan quitar la pelota ni un instante y anotan recién empieza el partido el gol para el empate.
Este es un partido bastante inusual: en vez guayos, los jugadores usan medias veladas negras o cualquier par de tenis; no hay técnicos, ellos mismos eligen quién va a estar en banca y quién juega.
Es más, cuando desde la tribuna sienten que alguno no está muy concentrado, lo sacan del campo. Veo como uno de los jugadores más fuertes de Las Torres se autoelimina del juego. Está aburrido de que la hinchada le grite tantas groserías. El árbitro, al ver su insolencia, le saca una tarjeta amarilla. Al joven le da exactamente lo mismo.
El marcador cierra 4-3 ganando Las Torres. No hay celebración. Ambos merecían ganar. Todos dejaron el alma en el campo. Se estrechan nuevamente las manos y se preparan para una foto grupal.
La reportera gráfica se apresura y les pregunta si puede fotografiar este momento. A lo que uno grita:
-Claro que sí, mama. Nosotros queremos salir vivos en El Teso y en El Q’hubo, no muertos.
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