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“Ha sido muy difícil todo esto”: dueños del ‘mandarizano’

Vender a domicilio ha sido una opción para el popular ‘Pello’, vendedor de patacones. Sin embargo, el ‘mandarinazo’, no han tenido tanta suerte en medio de la crisis.

Ha sido muy difícil, muy dramático todo esto”. A Luz Dary Villamil se le entrecorta un poco la voz. Suena un llanto ahogado por el celular. La incertidumbre se pasea por su casa, en San Pedro Mártir. Esa zozobra los mantiene en vilo. Como a todos en el mundo. Y es que la crisis por el coronavirus ha golpeado a todo el comercio, desde el más opulento local hasta las ventas ambulantes y estacionarias que sobrevivían en las calles del Centro Histórico de Cartagena. En el caso de Luz Dary, de su esposo Yair Martínez y de su hermano Jaiber Martínez, así como de los trabajadores a su cargo, desde que el COVID -19 apareció, sus finanzas están por el suelo. Ellos venden patacones y jugos de mandarina, mejor conocidos entre estudiantes de la Universidad de Cartagena como ‘Pataconazos’ y ‘Mandarinazos’. Se han hecho tan populares en 17 años, que los mismos universitarios han protagonizado cruzadas eternas, como ningunas otras, para defenderlos y evitar que sean desalojados por la Oficina de Espacio Público de Cartagena. Hoy es el coronavirus el que los tiene lejos de ese carrito de comidas con un paraguas gigante, cuya sombra cobijaba a quienes llegaban a comer patacones rellenos, flautas, empanadas y jugos de mandarina. El puesto está cerrado y, como es de esperar, no ha sido nada fácil. El martes 10 de marzo abrieron por última vez. “Uno está acostumbrado a vender sus productos en el Centro, pero en este momento no se puede. Actualmente no hemos podido abrir y no sabemos en cuánto tiempo podremos hacerlo. Y si llegáramos a poder abrir pronto, no sabemos si tendríamos tantas ventas porque la Universidad y los juzgados están cerrados. La verdad, al principio pensábamos que no era por tanto tiempo, esto ha sido triste. Duro, muy duro. Tenemos que mantener a nuestras familias, compromisos que pagar y también trabajadores que nos ayudaban que ahora están sin nada. La están pasando mal, son cuatro personas que igualmente tienen sus familias. Mi esposo Jair y su hermano Jaiber, que es el dueño del negocio, están viendo cómo se reinventan, pero ha sido complicado”, me dice Luz Dary por celular. “Esto nos tomó por sorpresa. Intentamos vender a domicilio, pero se nos ha hecho muy difícil. Nunca lo habíamos manejado así y no es fácil uno conectarse. Lo intentamos los primeros cinco días, pero solo pendían uno o dos patacones, hicimos una inversión grande en los ingredientes pero no pudimos seguir, la verdad. Esperamos regresar pronto”, señala su cuñado, Jaiber. A su casa una vez llegó un mercado de 40 mil pesos a manera de ayuda, pero ha sido solamente una vez. Edilberto Torres y Mary Pérez son dos de sus trabajadores que ahora mismo “están en el aire”. “La verdad, para qué le voy a decir que no, estamos graves, estamos sufriendo, es una situación pesada, porque no hay nada que comer, ya voy para cuatro meses que cerré. Esa es la situación, es algo que me tiene pensativa porque no duermo ni nada, pensando en cuándo voy a volver”, refiere Alis Cantillo Romero, quien hace varios años tiene una chaza de venta de dulces y chicles, en esa misma calle, que goza también de buena popularidad. (Lea también: ‘El mandarinazo de la U’, un negocio de familia)

‘Pello’, a domicilio

La vida ambulante del Centro solía ser tan agitada como sus calles, llenas de afanes y turistas. Solía, ahora son vacías, fantasmales. Los vendedores de guayabas, de ciruelas, de limonadas, de raspaos, de arepas, de jugos de naranja y de cuanta fruta o cosa se pueda ofrecer, están guardados. Hay algunos más emblemáticos que otros, como aquella carretilla cargada con agua de coco fuera del Cuartel del Fijo o los jugos del Parque de Las Flores o las arepas de la esquina de San Diego, pero también los patacones de la Calle Segunda de Badillo (frente a Tennis) o los vendedores de cocteles. Los vendedores de minutos o de los tinteros que la hacían la competencia a Juan Valdez. O de muchísimos otros vendedores, como los de los bolis en la plazoleta Benkos Biohó, las fritangueras de la Torre del Reloj. “Al comienzo nos fue duro porque nos vinimos para la casa y no se me había dado la idea de poner el domicilio. Nos dio duro. La hija mía me dio una idea, hicieron una publicidad y lo han montando en todas partes (redes sociales), yo tengo buena gente conocida y muchos han respondido”. Es Pedro Adán Blanco quien habla, mejor conocido como “Pello”, el de los patacones, en el Centro y sus alrededores. Tiene su puesto de patacones frente a las murallas, cerca del Teatro Adolfo Mejía. “De ahí, de dos meses para acá, que monté eso por Internet, me ha cambiado un poquito la vida”, precisa. Pedro es algo así como una institución, una autoridad, de la venta de patacones en el Centro de Cartagena. “Unos días antes de declararse la pandemia, cerramos. Fue un viernes. Ya, el lunes, cuando regresamos, no dejaban entrar gente en el Centro. ¡Imagínate!, se me fueron las luces, yo tenía todo mi material comprado... ¿Ahora cómo hacemos?”, se preguntó. Él, que nunca se había siquiera imaginado que podía vender a domicilio sus platos de patacones. Junto a ‘Pello’ suele ubicarse un puesto de ventas de jugos de naranjas, de Nancy Jaramillo. Quien le compra los patacones, casi que necesariamente compra un vaso de jugo para acompañar. Nancy es la esposa de ‘Pello’ y viven en Ceballos. “Yo llegué en el 1979 a ese sector del Centro. Cuando estaba la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Comencé frente a la Universidad, en esa época valían 30 pesos los perros calientes, imagínate (...) Los primeros meses de la pandemia uno estaba que se volvía loco. Menos mal que ahora me distraigo despachando, tengo abierto el domicilio todo el día. Gracias a Dios, ahora estoy vendiendo bastante, salen pedidos. Si no fuera por eso estuviéramos maluco, gracias a Dios a la hija mía se le ocurrió montar eso y estamos bien porque nosotros nos cuidamos”, señala. Mientras que la pandemia del coronavirus pasa y mientras el mundo empieza a recomponerse, estos vendedores se seguirán reinvenando para sobrevivir, para protegerse del virus y luchar contra todos los efectos que ha conllevado para sus vidas.

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