Facetas


Héctor, una crónica desesperada

Vive en una habitación arrendada. El agua se va todos los días y la luz falla regularmente. El televisor se quemó en uno de los tantos bajones eléctricos. Gana 44 mil bolívares y paga 30 mil en alquiler mensual. Héctor hace magia para ‘estirar’ los 14 mil que le quedan en un país donde un cartón de huevos cuesta 9 mil bolívares y una camisa para caballero puede costar hasta 60 mil. Un salario de un mes no le alcanza para una camisa.

“Hola, mi nombre es Héctor Yepes, disculpa de verdad el abuso, soy comunicador social de San Cristóbal, estoy buscando empleo en Colombia, quiero migrar. Tengo ciudadanía colombiana y supongo que eso es una ventaja. Me gustaría saber si me pueden considerar en caso de que haya alguna vacante, estaría muy agradecido”.

Es el ‘sueño’ de migrar a otro lugar, forzado por la pesadilla de una cruda realidad. Es un llamado de auxilio cada vez más frecuente entre venezolanos. A medida que la situación se endurece, a medida que se cierran las puertas, a medida que el hambre apremia, muchos han cruzado fronteras, huyeron de Venezuela y su economía resquebrajada.

En Cartagena, por ejemplo, en la Torre del Reloj y sus alrededores, ya venden arepas con caraotas (frijoles), el chamo y el 'cónchale vale' suenan más y casi que en cualquier esquina, entre migrantes y colombianos que han regresado del país bolivariano.

Otros venezolanos, sin embargo, siguen 'atrapados' en su propia tierra, pero queriendo irse mientras crece la crisis económica y política recrudecida en las últimas semanas, aunque eso implique alejarse de sus raíces, de su patria, de su familia, de sus amigos.

Esta es la situación de Héctor Yepes, un comunicador social de 25 años, desesperado por migrar a Colombia. “He mandado mi hoja de vida a periódicos en Bogotá, Barranquilla, Armenia, Medellín, Pereira, Neiva, Santa Marta, Cali, Ibagué, Caldas y Bucaramanga; de momento sin respuesta”, explica y precisa que, de no conseguir algo en su campo, en mes y medio, igual viajará a Colombia para 'rebuscarse' en cualquier otra cosa.

Y es que el desespero aumenta cuando el hambre apremia. “No me lo estás preguntando, pero en el último año y medio dejé de ser una persona de 80 kilos que consumía carnes todos los días, comida chatarra y arepas hasta decir basta, para ser un chamo que pesa 63 kilos, y que come una o dos veces al día... ¿Sabes lo que es levantarse sin tener qué comer?”, pregunta.

El venezolano se desahoga y confiesa que, en este momento de nuestra conversación virtual, le invaden las ganas de llorar, pero de inmediato se repone y continúa relatando su calvario, el mismo de sus coterráneos, en cualquier ciudad del país, causado por la abundancia de escasez.

“La mayoría de mi círculo de amigos está fuera. Una de mis mejores amigas está en España, tres en Bogotá, una en Bucaramanga, otra en Quito, Buenos Aires, Viña del Mar, otro en Santiago de Chile, Ciudad de Panamá, en México, Estados Unidos... o sea, en todos lados, menos aquí. Ninguno se quiere regresar”, sostiene el desesperado periodista. Labora para un prestigioso periódico venezolano, pero tiene entre ceja y ceja encontrar trabajo en Colombia, es su única meta en tiempos de crisis: escapar.

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Héctor se crió en un sector popular llamado 23 de Enero. Vive en San Cristobal, estado Táchira, fronterizo con Colombia. Eso es visto por él como un privilegio para conseguir alimentos, pues en Táchira pueden hacerlo cruzando la frontera a Cúcuta.

“Hay productos que la gente caza, por ejemplo, la crema dental, el jabón, la mayonesa, el aceite, la harina de maíz... la leche en polvo es como oro para nosotros, nunca se ve. El azúcar es otro producto difícil de conseguir. Hemos dejado de usar el papel higiénico para usar servilletas o papel industrial, que es más barato. Entrar a un supermercado aquí es deprimente”, narra.

Y agrega más y más puntos a la larga lista de motivos para marcharse y dejar todo atrás. “Tengo tres empleos o bueno, tengo un empleo y dos 'tigritos', como les decimos en Venezuela, porque no son trabajos formales. Soy community manager de una clínica odontológica donde me pagan 10 mil bolívares y transcribo audios, eso es muy ocasional, me pagan 30 mil por cada 5 audios de una hora; entonces es demasiado trabajo para tan poco dinero y que aun así no cubro mis necesidades, eso que soy solo yo”.

Falta comida, medicinas, hay inflación 'por las nubes' y más. “Tener sexo nunca había sido tan caro como hoy. Nunca habíamos estado tan expuestos a las infecciones de transmisión sexual, como ahora. Una caja de tres condones, la más barata cuesta cerca de 3 mil bolívares y yo hace un poco más de dos años las compraba en 200 bolívares, la diferencia es brutal. El problema del hampa es ya casi que cotidiano, cualquier cosa que tengas es robable”, asevera.

En Facebook y WhatsApp abundan grupos de intercambios y ventas de medicamentos, mercancías o alimentos, porque “bueno, la gente se rebusca de las maneras más curiosas que te puedas imaginar”. “Lo de las medicinas es muy delicado. No tienes idea de la cantidad de personas que nos llaman al periódico, escriben, suplican y lloran desesperadamente para que les ayudemos a conseguir cualquier tipo de medicamentos”, añade.

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Hasta el martes 11 de abril las recientes protestas contra el presidente Nicolás Maduro y el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, habían dejado dos personas muertas y acrecentado la incertidumbre sobre el futuro del país petrolero.

Uno de los asesinados era Daniel Queliz, un joven de 20 años, que recibió balazo en una manifestación en la ciudad de Valencia. La otra víctima también era otro joven, Jairo Ortiz, de 19 años. El 6 de abril un disparo en el pecho le arrebató la vida durante una manifestación en el municipio Carrizal, estado de Miranda.

“La gente está molesta porque hubo un golpe a las instituciones establecidas y sobre todo que se desconocía la voluntad de los votantes que pusieron en sus curules a los actuales diputados, entonces hay una tensa situación que a la larga no sabemos en qué va a parar, pues en este país todo es incertidumbre, nunca sabes a ciencia cierta qué va a pasar.

“Es que, pana, esto lo tienes que ver para que me creas, porque mi familia allá (en Colombia) no lo cree, ella piensa que exageramos, que el Gobierno es malo, pero que también exageramos con la situación país y no es así (…) siempre podemos estar peor, mucho peor, no sabemos qué tan mal podríamos estar”, agrega Héctor. Anhela, como muchos venezolanos, buscar en otras tierras la prosperidad que le ha sido esquiva en su país. Sueña con salir de esa pesadilla llamada escasez.

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