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Karina Medina Pino: una promesa narrativa en el Caribe

Acaba de salir la primera novela de la periodista Karina Medina: La fortuna de los bendecidos, recreación de un acontecimiento ocurrido en Cartagena.

La noticia en el lejano enero de aquel año estaba titulada: “Evangélicos estafados en su buena fe”, y precisaba en menos de tres párrafos que “un numeroso grupo de creyentes evangélicos de todo el país habría sido víctima de una millonaria estafa, liderada por una astuta mujer que dice llamarse Luzbella Hinojosa, quien se ganaba la confianza de los miembros de las iglesias cristianas después de contar su testimonio. Decía ser la viuda de un mafioso a la que Dios le había encomendado la misión de ayudar a su pueblo con los millonarios recursos que su marido había dejado en bancos internacionales. Luego les pedía a los incautos creyentes que les ayudara a pagar los impuestos que el Gobierno le exigía para repatriar esos dineros. Prometía que les devolvería 100 millones de ganancia por cada millón que ofrendaran a su causa”. Hasta allí llega el hecho real del que parte Karina para construir, desde la ficción, un melodrama de ciento treinta páginas, lleno de ocurrencias entre el humor y la tragedia, la ilusión y el desencanto, el despilfarro y la decepción.

Karina Medina Pino forjó, con los mismos recursos de la ficción, una historia patética y verídica, con un final dramático, con un lenguaje picaresco y con una alta dosis de humor y habla popular cartagenera y del Caribe.

Margoth, la mujer que cuenta la historia, es una mujer deslenguada, cuya vivacidad y desparpajo nos atrapa de principio a fin. Es ella la que va desentrañando la otra realidad que convive con la encantadora de serpientes que es Luzbella.

Así es su voz: “¿Puede alguien imaginarse que la plata le caiga a uno del cielo? ¡Mucha sabrosura, vea! Más bacano que sentarse con la fresca cuando ya se ha ido el sol, en la terraza de su casa a darse mecedor y chismosiá a todo el que pase por enfrente de la calle. ¿Yaaa? ¡Bacanísimo! Mejor dicho, nos sentíamos en una nube voladora, al estilo del cantante Sayayín con su champeta”.

El drama familiar y cotidiano llega a límites insostenibles para aquellos que no tienen cómo conseguir el millón de pesos, salen a prestar el dinero, y hacen lo imposible para que la promesa de Luzbella se cumpla. Ya cuando Luzbella reúne el dinero de todos, la ilusión empieza a mostrar sus fisuras y sus inconsistencias. Ninguno pudo prever que la palabra de Luzbella vulnerara un espacio sagrado y afectara al numeroso grupo de creyentes evangélicos de todo el país, al ser estafados en una suma millonaria. Pero no solamente fueron víctimas las mujeres cercanas a Luzbella, sino más de cincuenta iglesias evangélicas que habrían caído en la red bajo su propio encanto. Todo fue diseñado con una relojería maquiavélica, y las familias estuvieron convencidas todo el tiempo de que esta mujer cumpliría su palabra, como si fuera un designio divino. Allí los personajes dejan entrever su flaqueza, su fragilidad, tentados por el espejismo del dinero y la sed de codicia, una realidad cotidiana de la que no escapan muchos colombianos.

Lo que sorprende en esta historia es la metamorfosis que empiezan a vivir anticipadamente algunos miembros de la comunidad al creer ingenuamente que se convertirían en ricos de la noche a la mañana. Empiezan a celebrar antes de cantar victoria, a crear una fundación con el nombre de la supuesta benefactora, a invertir en embellecer la edificación donde se congregan, a soñar en invertir el dinero que ganarían en sueños postergados, en espejismos y en delirios de riqueza, sin presentir que estarían más cerca del oro del demonio que de los mandamientos de Dios.

Karina Medina Pino, que es una creyente cristiana, no hace juicios morales ni mucho menos religiosos ante los acontecimientos que va contando. Solo deja que sean sus propios personajes los que expresen sus emociones o sus impresiones, y que la voz de Margoth cuente lo que empezó siendo una breve noticia insólita de periódico, de las tantas noticias cuyas realidades compiten o rebasan a la ficción misma. (También le puede interesar en Facetas: Más allá de la sordera: Madres que crían hijos exitosos)

Una escuela prodigiosa

Conocí a Karina Medina Pino cuando trabajaba en El Universal, entre 1992 y 2010, diario del que han salido innumerables narradores, cronistas y novelistas. El viejo lector de novelas que era el primer jefe de redacción de El Universal, Clemente Manuel Zabala, lector de Ulises de Joyce, no intuyó que su semilla forjaría un bosque. Zabala era un sabio políglota de San Jacinto, discreto y erudito de las artes, las letras y la música, fue maestro de periodismo de Gabriel García Márquez y acogió en la pequeña sala de redacción a los que serían grandes escritores del país y modernizadores del periodismo y la literatura: además de García Márquez, Héctor Rojas Herazo, Manuel Zapata Olivella, Gustavo Ibarra Merlano, para citar solo cuatro. Y allí se gestó una escuela de cronistas que empezó con Antonio J. Olier, Santiago Colorado, Eustorgio Martínez, Alfredo Pernet, Germán Mendoza Diago, Jorge García Usta, Alberto Salcedo, Gustavo Arango, David Lara, Rubén Darío Álvarez, entre otros, y columnistas de opinión como Ramiro de la Espriella, y novelistas laureados y consagrados que colaboraron con este diario como Roberto Burgos Cantor, John Jairo Junieles, Margarita García Robayo, Orlando Echeverri, entre otros.

Todo lo anterior para decir que en esa escuela de periodismo también se formó Karina Medina Pino, quien además de periodista especializada en Comunicación Organizacional, es magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Escribe reseñas y comentarios de libros en varias revistas culturales y diarios nacionales. En Hay Festival Cartagena ha entrevistado a muchos escritores que han pasado por la ciudad, como al suizo Jöel Dicker, el cubano Leonardo Padura, al español Javier Cercas, a la argentina Leila Guerriero, y a los colombianos Héctor Abad Faciolince, Laura Restrepo, Juan Gossain, Mario Restrepo Botero, Arturo Guerrero, Juan Ángel Palacio, entre otros.

Su novela la escribió en una maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional, en 2014, pero la siguió trabajando, corrigiendo y depurando, pese a que sus maestros le habían calificado bien su primera novela. Testigo de esa devoción por dejarse llevar por la magia de las palabras, ha sido Daniel Fernando Caycedo, su esposo, quien ha sido cómplice fervoroso de esta aventura literaria. (Lea también en Facetas: La historia de un milagro para una madre colombiana en Holanda)

Una visión crítica

El escritor y editor Alfonso Carvajal, al leer el primer texto de la novela, destacó cómo la autora fue “descubriendo la voz del narrador en primera persona, y esto le permitió, además, un lenguaje costumbrista que ameritaba la novela y enfatizó el carácter cómico y melodramático de la historia. Y así el texto fluyó con bríos hasta el final. Hay que destacar cómo la autora construye personajes, partiendo de una anécdota real y elabora una novela alimentada de la ficción”.

Epílogo

Karina que tiene claros los límites entre realidad y ficción, advierte que “es muy probable que alguien que lea esta historia se identifique con algunos de sus personajes. Yo misma me sentí uno de ellos. Por fortuna, todo es ficción”. La realidad que a veces supera a la ficción, o la ficción que muchas veces corrige, complementa y enriquece a la realidad, parecen beber de la misma fuente.

Lee muchas novelas y cuentos, desentraña las tramas y los argumentos y se sumerge con los pies en la tierra en esa otra realidad que crean las ficciones. Su talento imaginativo y literario, Karina transmutó un episodio periodístico en su primera novela, con la que irrumpe con paso firme y decidido en el ámbito literario del Caribe y Colombia. La fe movió la silenciosas e invisible montaña.

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