La casa duerme bajo las lluvias del tiempo en la Calle del Tablón, y las letras sobre el mármol recuerdan que allí vivió el poeta Luis Carlos López (Cartagena 1879-1950), pero las sílabas se han borrado. La casa no tiene entresuelos, ni altillo, ni mirador, dice Carlos E. Colón que recorrió todos sus rincones.
“La puerta de entrada es un gran portón que da acceso a un zaguán relativamente estrecho a uno de cuyos lados, se abre una habitación de proporciones. Al término del zaguán arranca una escalera de caracol, y al concluirla, el visitante se encuentra con un pequeño recibidor. Las paredes son altas y gruesas”.
En el primer verso de su soneto a a su casa, Luis Carlos López, evoca que esta casa es una “pobre casa de mis antepasados”. Y en el segundo verso suspira su deseo irrealizado: “Si pudiera comprarte, si pudiera restaurar tus balcones y tejados”.
Y en el cuarto verso, asciende a la memoria de la casa, por el caracol de su escalera, y percibe en la austera soledad de la casa, la vibración de un pasado olvidado en la que hubo un loro en el zaguán y una portera. Y en el primer verso de su penúltimo terceto, desciende a la patética realidad del presente: el esqueleto de la casa, “refugio de vampiros y lagartos”, donde el sol entra no como luz sino como fulgor quemante. Y en el último terceto del poema, el autor le pregunta a la casa qué sabe ella de sus amores secretos, de ese biznieto aburrido y sin dos cuartos que es él. Ese biznieto que “no puede comprarte, pobre casa”.
Su padre Bernardo López Besada había visto cruzar frente a su tienda de abarrotes, el espíritu de la época: intrigas políticas, murmullos de esquina, deslealtades y usuras. Bernardo militó en el liberalismo cuando ya el partido se había destrozado en dos mitades irreconciliables. Su espíritu se unió a los disidentes.
El poeta, bizco, delgado y ensimismado atendió en su juventud, la tienda de sus padres, vendiendo aceitunas, encurtidos, alcaparras, potes de la Casa Morton, Oporto, whisky, pero mientras atendía a los clientes que entraban y salían, leía a Nietzsche, Schopenhauer, Unamuno, y escribía sus poemas.
Fue uno de los jóvenes que se matriculó en la naciente Escuela de Bellas Artes de Cartagena en 1889 para estudiar pintura con el Maestro Epifanio Garay. Es curioso, pero sus poemas son crónicas en versos de la ciudad y sus habitantes, retratos mordaces de la moralidad ciudadana, acuarelas y aguafuertes de los paisajes callejeros y marinos. El poeta fue junto a sus hermanos José Guillermo y Domingo López Escauriaza, pioneros del periodismo cartagenero, al crear el periódico bilingüe “La Unión Comercial”, de fugaz existencia. De esa aventura solo queda “El Universal”, fundado por su hermano Domingo López Escauriaza en 1948.
En 1908, el poeta publicó en la Imprenta de Archivos, su libro “De mi villorrio”. En 1909: “Posturas difíciles”, Madrid, Librería de Pueyo. En 1920, “Por el atajo”, publicado por J.V. Mogollón y “Versos” en 1946. El poeta intentó sumarse al ejército revolucionario de Rafael Uribe y fue encarcelado por sospechoso por los conservadores.
La casa imposible
El destino de la casa contrarió la ilusión del poeta de adquirirla, y no ha habido revancha desde aquel octubre 30 de 1950, en que el poeta se fue apagando como un pajarito. Y 67 años después los que han deseado comprarla para convertirla en museo del poeta, tampoco han podido. No pudo el poeta en vida comprarla evocando el crujido de sus escaleras de madera y los amores bajo sus tejados.
El poeta se enamoró de la casa imposible y le escribió un poema, y a la calle donde nació y a su vecino de enfrente. La casa no se ha dejado comprar porque su destino ha sido una miscelánea de baratijas: fue la tienda de la familia López Escauriaza, en donde el poeta escribía detrás del mostrador sus poemas. A lo largo de estos 67 años ha sido ferretería, joyería, almacén de telas y bar, pero los nuevos soñadores quieren para la casa el destino que imaginó el poeta: ser una casa de poesía.
Una casa que sea algo más que un museo donde reposen objetos, fotografías, manuscritos del poeta Luis Carlos López; un lugar que replique experiencias exitosas como la Casa de Poesía Silva, la Casa Museo Julio Flórez, para citar dos de ellas. Un centro vivo que además de divulgar la obra poética y los estudios críticos de su aporte literario, sea un lugar de encuentro de los cartageneros y colombianos.
Desde hace años, se creó una Fundación Casa de Poesía Luis Carlos, cuyos artífices son Ricardo Vélez Pareja, Carmencita Delgado de Rizo, Hortensia Naizara Rodríguez, Haroldo Rodríguez, Pedro Blas Julio Romero, entre otros, y han emprendido cruzadas ante las autoridades culturales del Distrito y la Nación, pero ha sido imposible darle cuerpo al sueño de la casa como museo viviente que perpetúe la memoria.
Germán Gónima, rector de la Institución Educativa Luis Carlos López, se ha integrado a esta cruzada proponiéndo la Cátedra Luis Carlos López, y sumándose a la iniciativa de la Fundación Casa Museo Luis Carlos López, de solicitarle al Ministerio de Cultura, el apoyo para recuperar y adquirir la casa del poeta, y declarar el Año Luis Carlos López en 2018.
En 2020 se cumplen los 70 años de la muerte del poeta. Ha habido cartas dirigidas al presidente Santos, recordándole que su abuelo presidente Eduardo Santos nombró al poeta Embajador en Baltimore. Pero las voces han sido deseos frustrados como los del poeta al soñar comprar su casa. El ambientalista y documentalista Haroldo Rodríguez hizo un extraordinario documental sobre el poeta, con testimonios de Héctor Rojas Herazo, las voces de Marina López, la hija del poeta, y la representación escénica del actor cartagenero Carlos Ramírez.
La escritora e investigadora Hortensia Naizara escribió una tesis laureada sobre la obra de López y realizó una antología de su obra. Áncora Editores publicó la obra completa de López, con un espléndido prólogo de Juan Gossaín. Pero la casa sigue allí como los sueños intactos del poeta, mientras crujen las escaleras del tiempo y se borran las sílabas de su nombre en un mármol bañado por la lluvia.
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