Facetas


María Lourdes Ramos, la historia tras una tejedora octogenaria

Lleva setenta años tejiendo sillas de madera con paja y ha aplicado la misma paciencia de su oficio para sobrellevar el dolor de dos hijos muertos.

LAURA ANAYA GARRIDO

08 de septiembre de 2019 12:00 AM

María Lourdes Ramos de García sonríe con todo el cuerpo: con sus ojos negrísimos y grandes. Con sus cabellos blancos, ensortijados y trenzados. Con sus brazos generosos. Con los ochenta años que lleva a cuestas. Con los dientes que ya no tiene.

Sabe sonreír así porque supo llorar todas las lágrimas que pudo, lo importante es que ya los recuerdos no le quiebran la voz y que poco a poco se ha ido remendando el corazón con esa, la misma paciencia con la que teje la paja en esa silla de madera. Se necesita paciencia hasta para sufrir, dice ella.

Son las tres de la tarde. María está sentada en el piso, en la sala de su casa del barrio El Líbano: ha acomodado la silla entre sus piernas y ha puesto a remojar la paja (que es natural, no sintética) en una ponchera azul, a su izquierda. La moja para ‘ablandarla’ y antes de tejer restriega cada hebra con un pedacito de vela, eso también sirve para ablandar.

-Yo tenía seis hijos -dice.

-¿Tenía? -pregunto.

-Sí, tenía.

Primero, fue Germán. Lo mataron hace veintidós años y si le preguntan a María por las circunstancias, ella dirá: “Lo que yo le diga es mentira, doña”, pero sí recuerda que estaba en la casa y preguntó “qué es lo que pasa en esa esquina. Me dicen: no, están peleando, el grupito ese, ¿los Topacios?, unos pelaítos pequeños que estaban peleando a punta de machete y dije yo, anda, qué problema, de ahí me fui para donde la vecina. Estando allá, otro hijo mío llegó y me dijo: ‘Corre, que a Germán le metieron un tiro’. Cuando yo me movilicé, ya me traían a mi hijo casi muerto. Hasta ahí sé, no más”. O quizá no quiere recordar más, y está bien.

El dolor no se detendría allí. Doce años después, la muerte regresaría para arrebatarle otro pedazo de alma: Carlos, otro de sus hijos, murió a los 48 años por culpa de un ataque al corazón. “Yo estaba trabajando esto, estaba tejiendo en la Avenida Mompox... ¡Ay, me están tomando buena foto!”, dice mirando al fotógrafo y vuelve a reír con todo el cuerpo. Y me cuenta que teje hace setenta años.

-¿O sea que comenzó a tejer a los diez?

-Sí, mi mamá me enseñó, a mí y a todos sus hijos y nietos.

De niña, María o ‘Ita’ o ‘Payita’, como le dicen los suyos, jugaba a la bolita de caucho, a la tapita, a las bolitas de cristal y siempre volvía a la vieja casa de la calle del Curato, en San Diego, donde nació para tejer. Le gustaba quizá más que los mismos juegos.

“A mí me gustaba, por bobada, para aprender, y eso me ha quedado de experiencia, con eso vivo y con eso tendré que cerrar los ojos.

“El enseñamiento de ella -de la mamá- era que nos decía: ‘Yo voy a tejer, pon atención a lo que yo estoy haciendo’, entonces nosotros nos poníamos ahí, hasta que aprendimos. Aprendimos con los fondos (las estructuras de madera que se unen para construir las sillas) que nos mandaba la mueblería Heredia, que quedaba diagonal a la cárcel de San Diego, ya no existe esa mueblería. Fue la primera mueblería que hubo aquí, en Cartagena, sus dueños ya se murieron.

“Imagínese que cuando allá, en muebles Heredia, mandaban los fondos, iban a avisar: ‘Señora Andrea, mande a su hija a buscar los fondos’. Yo iba corriendito porque me gustaba y de ahí comencé a aprender con mis hermanos”.

Puede que los años con sus achaques, especialmente los en los ojos, hayan mermado la rapidez de las manos de María, pero su sensatez sigue intacta. Le pregunto qué es lo más difícil de su oficio y me dice que a estas alturas no hay nada difícil para ella, y me va explicando qué es la primera, la segunda, la tercera, la cuarta, quinta y sexta, y creo entender que son las direcciones que se le da a la paja para que se entrelace: vertical, horizontal, perpendicular y así... Asegura que cada paja debe quedar bien estiradita y que los hoyos deben ser uniformes, del mismo tamaño.

María Lourdes dice que ella va a donde la llamen. Que la buscan de Manga, del Centro, de Bocagrande y de muchos otros lugares para arreglar las sillas, que son como sus pacientes y que le han enseñado el arte de vivir paso a paso. Los hijos suyos que todavía viven saben cómo tejer, aprendieron del arte y la ayudan siempre que está atiborrada de trabajo o cuando, simplemente, sus canas le pesan tanto que terminan por dejarla exhausta.

***

-¿Cómo hizo usted para superar eso?

-¿La muerte de mis hijos?

-Ajá.

-Bueno, seño, porque no voy a decirle doctora, porque a usted no le gusta que yo le diga doctora -vuelve a reír-, yo lo he ido superando poco a poco, porque con ponerme triste y llorar no los voy a resucitar. Entonces, hay que coger las cosas como manda la ley de Dios, que ya yo recibo mi buena recompensa de Él más adelante. Si yo me entrego a la muerte de ellos, la que se muere soy yo, la que se perjudica soy yo, entonces ya entro en el show, la (de)presión, me voy poniendo como no debo y esas cosas.

Ahora María Lourdes se secó las lágrimas y prefiere sonreír con todo el cuerpo.

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