Facetas


La guardiana de un cementerio huérfano

JULIE PARRA BENÍTEZ

22 de octubre de 2017 12:00 AM

Dice que sabe leer desde que nació, que es psicóloga y sexóloga sin haber pasado siquiera por la primaria, es peluquera, cocinera... Es una mujer locuaz, tanto, que es capaz de relatar en menos de una hora toda su vida y los problemas del pueblo sin dar paso a preguntas. No se calla ni los cuentos del más allá de los que asegura ser testigo, aunque la traten de “loca” o de “bruja”.

Nubia Vásquez Páez es la cuidadora del cementerio de Malagana, corregimiento de Mahates (Bolívar). Su casa queda en una calle contigua al camposanto, justo al frente de una entrada secundaria que ella misma hizo para entrar a limpiar con mayor facilidad. “Tengo una obsesión con cuidar el cementerio detrás de nada, porque a mí no me pagan por eso”, afirma.

El cementerio de Malagana, al parecer, fue abandonado a su suerte, y no solo por la administración municipal, sino también por los dolientes de los difuntos que reposan en tumbas carcomidas por el tiempo y rodeadas de maleza. De no ser por las flores silvestres que crecen entre los nichos, el panorama sería más lúgubre, porque allí todo está descolorido, incluso los ramos artificiales que acompañan las lápidas. Es como si nadie regresara a “rezar” por sus muertos.

Nubia es la doliente de ‘Jardines de paz’, lo hace por voluntad y por los amigos que allí descansan, aunque dice que se ha alejado por hechos paranormales que han impactado su vida. “El 26 de diciembre del año pasado, entré a limpiar porque había un sepelio. Cuando estaba en eso, me agaché y sentí que alguien tosió, mi cuerpo se erizó pero vi a dos muchachos que estaban esperando el entierro y eso me dio seguridad, me volví a agachar y otra vez sentí lo mismo, cuando levanté la cabeza vi a un muchacho que habían matado en el mes de julio. Lo vi como en una especie de pantalla en una de las tumbas, y salía un humo azul. Eso es algo que yo vi y la única manera que yo crea que eso no existe es que el Señor me diga que el muerto no sale. Yo desde niña veo esas cosas, al principio me afectaban pero ya después no”, narra.

Sentada sobre una mecedora de zuncho trenzado y hierro, bajo un frondoso árbol de almendros que despliega sombra al frente de su casa, señala que perdió la cuenta de todas sus experiencias extrañas en el cementerio, en los cerca de 20 años que lleva como vecina de ese lugar, en el que le toca espantar hasta a los jóvenes con problemas de drogas que lo invaden todos los días.

La mujer de 56 años continúa sus relatos fantasmagóricos: “Una vez me pasó algo extraño con una patilla. Resulta que aquí mucha gente tiene la mala costumbre de echar la basura al cementerio, y como que echaron unas de patilla. Un día, estaba barriendo y vi la mata que crecía llenita de patillitas. A los pocos días las encontré todas muertas. Yo he dicho estas palabras: ‘te voy a dar ocho días para que me des un nieto, si no, te mocho’. Pero me di cuenta de que la raíz venía de la bóveda de un difunto amigo mío y dije: ‘Lucho, tú si estás jodido. Un campesino tan prodigioso y vas  a hacer que se mueran las patillas’... A los cuatro días llegué con la pala y conseguí una patilla grandísima, ¿tú sabes lo que es eso?”.

Cuenta que el cementerio estaba en peores condiciones. “Tenía monte hasta arriba, las paredes en el suelo... Yo he sido un poquito revolucionaria pero para el bien común, soy pobre pero no de espíritu y cuando la presidenta de la Junta de Acción Comunal me propuso que me encargara de él empecé a buscar los recursos para comprar el cemento y levantar las paredes. Y como vivo aquí mismo, me la pasaba allí metida barriendo y limpiando. La gente se sorprendía al ver que el cementerio estaba limpio y siempre preguntaban quién era el encargado, pero resulta que no era un hombre sino una mujer. Ya no lo hago como antes por lo que te he contado y también porque estoy enferma. Tengo esclerosis. Eso me pasó porque, cada ocho días y hasta bajo aguaceros, hacía 500, 800 o mil pasteles para venderlos en el Batallón de la Infantería, por eso me gané esa enfermedad, pero tú sabes que mientras uno tenga ganas sigue trabajando y yo siempre he sido trabajadora, por eso tengo mi ranchito y mis cosas. Muchas personas me felicitan porque la verdad yo le he puesto el alma a eso (a cuidar el cementerio)”.

Poeta de su cotidianidad
Detrás de la “lengua larga” de Nubia y sus historias sobrenaturales se esconde una poeta que pide paz y reclama los derechos de la mujer, que habla sobre la vida y recita la problemática que vive su comunidad y el país.

“Una vez aquí hicieron una teletón para recolectar fondos para la iglesia. Yo mandé una colaboración y un mensaje que me salió con rima. Un día cualquiera, hice un poema para presentarlo en el Festival del Mango que se hacía antes aquí en Malagana, pero pasaron varios años y nunca me atrevía. Un día me tomé como 50 cervezas y no me emborrachaba. Un hermano me dio ron y me por fin me subí a la tarima. Cuando me bajé estaba borrachita. Ya de ahí se me quitó la pena.

“¡Oh, campesino!, que con tu sangre y sudor / has mojado la tierra, para que la semilla germine/Hoy que esta guerra termine, tendrás la libertad/ de poder sembrar alegría, esperanza y bienestar con la semilla de la paz”, dice uno de sus poemas.

                                           ***
Dentro del cementerio, Nubia insiste en que le ayudemos a contactar a Rafa Taibo, de ‘Ellos están aquí’, un programa sobre hechos paranormales que se trasmite los domingo por RCN. “En ese programa no muestran ni la cuarta parte de lo que pasa aquí. Ellos aquí vendrían encantados, porque aquí sí pasan cosas”, dice.

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