Le dicen Mamá Lore.
Es la mamá grande del barrio San Francisco. Lorencita Pérez Barrios, la única persona que el Papa Francisco visitó cuando vino a Cartagena en 2017, es en verdad, la madre comunitaria de 110 niños a los que da de comer en su propia casa en la tercera etapa y manzana 35 de este barrio pobre de Cartagena. Lorencita cumplirá 80 años este 23 de abril.
Desde hace más de veinte días en el inicio de la cuarentena, los niños no comen en la casa de Lorencita, siguiendo los controles sanitarios, pero los mercados siguen repartiéndose a sus madres. El comedor comunitario se reabrirá apenas pase la pandemia, pero en verdad la casa de ella nunca está cerrada. Tiene las ventanas abiertas a la solidaridad vecinal. Ella tampoco puede salir porque es una mujer de la tercera edad, y está confinada en su propia casa, allí donde curó al papa Francisco de una herida, y donde conserva la toalla con la sangre del pontífice. Junto a ella le colaboran su hija Dominga Pérez Pérez, su nieta Deiris Tatiana De La Rosa Pérez y su sobrina Arnelsy Díaz.
Las reservas alimentarias se han ido agotando para estos días santos, en plena amenaza viral. El arroz, el aceite, la lenteja, los frijoles, van llegando milagrosamente de seres solidarios. Hace poco la familia Isaac Trespalacios envío cien mercados para enfrentar la encrucijada, y así como llegaron se entregaron de inmediato a cien familias del barrio. El Banco de Alimentos envía una provisión mensual que hay que buscar. “El banco da una pequeña complementación”, dice Deiris Tatiana, su nieta, “y mami tiene que ir a salir a buscar ese apoyo, y solo en transporte se gasta cuarenta mil pesos. Como ya no se estamos haciendo los almuerzos en la misma casa por lo de la cuarentena, algunos ya no lo hacen diariamente sino quincenalmente, lo que complica las cosas porque el Comedor Comunitario no es solo un espacio físico sino un servicio real y cotidiano”.
Lo poco o lo mucho que Lorencita recibe no es suficiente en este momento de desprotección de miles de familias en extrema pobreza. Hace poco un muchacho de un restaurante se presentó con más de medio centenar de almuerzos empacados y volaron en segundos en la comunidad. Otro señor de Magangué vino con un bulto de arroz después de un viaje en canoa. Uno podría decir que hay días en que Lorencita amanece sin casi nada “pero la misericordia de Dios nunca nos abandona”, dice ella. Todo lo que hace con devota pasión es el fruto de muchas manos, pero si una de esas manos se detiene, también se detienen los procesos comunitarios.
Lo increíble de todo es que su misión humanitaria se agiganta cada vez más, en estos días de cuarentena. Y no solo porque ella se desvela pensando en el centenar de niños, sino también en las incontables familias desesperadas de esa comunidad que llegan hasta su casa, cercadas por la pobreza, y encuentran en ella a una bendición encarnada y a una reserva humana solidaria en tiempos de amenaza viral.
“Desde que el papa Francisco estuvo en mi casa, hace ya como tres años, nos bendijo con su presencia, y nos regaló su palabra espiritual no solo a sacerdotes de la ciudad y del mundo, sino a todos los ciudadanos en general. Dijo que debíamos salir al encuentro con nuestra comunidad. Las iglesias no pueden quedarse encerradas más allá de lo físico. Ahora y siempre nuestra misión es la misericordia entre nuestros hermanos y hermanos. Y en esta situación que vive el mundo, hay que acrecentar esa misión”.
Lorencita dice que es una tarea descomunal. Lo mejor que ocurrió con la llegada del papa Francisco a su casa y al barrio fue que su comedor comunitario fue reconocido a nivel mundial, y muchas ayudas se activaron pensando en los niños del barrio. Algunas dejaban sus mercados desde el amanecer y se iban. Otros no volvieron más. Pero hay, entre todos, los que desde siempre estuvieron allí pendientes de que eso no colapsara, como la familia Isaac Trespalacios, que en todo momento y de manera ejemplar e incondicional ha estado al pie de esa batalla diaria.
Junto a la vigilia de familias, instituciones y personas que apoyan a Lorencita, hay gente prudente e invisible, tal vez tan pobre o menos pobre que el resto de la comunidad, que da lo que no tiene y nunca ha querido dar su nombre con la convicción cristiana de que la mano derecha no entere lo que hace tu mano izquierda. Está el Banco de Alimentos, la Fundación Dora Santoro, Fundación de Helados, la familia Rivera Urnes, la silenciosa, significativa discreta colaboración de algunos colmeneros del Mercado de Bazurto solidarios con el comedor comunitario, entre otros. Lorencita junta milagros para que alcance para todos. Y siempre hay familias que llegan buscando que les tiendan la mano, para resolver el día a día. Ahora en este abril mucho más.
Lorencita dice que en estos tres años se ha avanzado en algunos frentes cívicos y se ha reducido el nivel de conflictos entre los grupos de jóvenes pandilleros. Recientemente seis jóvenes del barrio se graduaron en el Sena y Comfenalco, y algunos de ellos, antes de la pandemia, encontraron una oportunidad laboral y profesional. Hay mucho desempleo en el barrio y la situación se agrava con la crisis mundial. Sin embargo, una de las soluciones es la apertura de oportunidades en trabajo y educación, la inversión en el capital humano y en la potencialización de la solidaridad en tiempos de crisis. “No he vuelto a comunicarme con el papa Francisco desde que se fue de Cartagena”, dice Lorencita. “Lo sigo día a día y escucho sus intervenciones en estos días desde el Vaticano”.
La casa de Lorencita siempre tiene las ventanas abiertas porque siempre llega alguien preguntando si hay un poco de arroz para pasar el día. Ella no solo sueña con multiplicar el arroz para esta misericordia, sino que sigue trabajando en la restauración de cerca de un centenar de niñas de San Francisco y La María que participan del programa Talitha Qum.
¿Cómo estás de provisiones para mañana?, le preguntamos.
Ella no pierde la fe, aunque escaseen las provisiones.
No dejemos sola a mamá Lore. No dejemos sola la hazaña comunitaria de Lorencita Pérez. Está en juego la vida de centenares de niños y niñas del barrio San Francisco.
Todos los gestos de misericordia y solidaridad, por muy pequeños que sean, son gigantescos. Todos los apoyos gigantescos en esta pandemia serán insuficientes.
La sonrisa de Lorencita desarma la oscuridad de estos días inciertos. Ella misma es un milagro encarnado.
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