Facetas


Los recicladores de la noche en las calles de Cartagena

LEONEL QUINTANA MOUTHÓN

02 de noviembre de 2014 12:02 AM

Es martes y son las 11:30 de la noche. La esquina del centro comercial Colonial, en Bazurto, está desordenada, la basura llega hasta la Avenida Pedro de Heredia. El caos vehicular ha desaparecido, no hay personas cruzando la carretera como locos, ni empleados haciendo bulla con parlantes invitando a comprar a sus almacenes.

Del callejón contiguo al Colonial aparece como un fantasma Pedro Gómez Caraballo. Sostiene dos bolsas de las ‘menchas”, a las que ha ido metiendo cachivaches que luego reparará, venderá o cambiará con sus colegas, otros recicladores de las noches de Cartagena. Con una voz similar a la del desaparecido humorista Cuchilla Geles, explica que terminó en la calle por asesinar hace 20 años a un hombre en el barrio Getsemaní.

“Estaba tomando, ya casi amanecía, me pidieron que vendiera una pulidora, la vendí pero a la máquina le salió dueño. El tipo se puso a pelear conmigo y le tocó perder, por defenderme lo maté con un arma cortopunzante. Pasé 10 años en Ternera, eso fue horrible, muy duro, sobrevivir allá no es fácil”, confesó, sentado en un andén.

Cuando quedó libre su vida cambió para siempre. Prefirió alejarse de la familia, aunque advierte que los domingos visita en el barrio San Diego a sus dos hijos gemelos de 18 años. “Lo más duro de vivir en la calle es no estar con la familia. A los gemelos son a los únicos que veo, me he alejado del resto. Más que todo porque no quiero que sufran por verme así, no los busco, no quiero que pasen un momento de dolor por mi condición, ¿sí me entiendes?”.

Pedro se levanta del andén y empieza a buscar algo de interés entre la basura desordenada. Encuentra un pinta labios y se le iluminan los ojos que tiene rojos por el patraciao. “Esto se lo puedo vender a alguna muchacha. Con lo que me den, me puedo comprar allá arriba una sopa con arroz por mil pesos”, afirma.

No me convence que el pinta labios lo venda para comprar comida, entonces le pregunto si preferiría gastarlo en droga. “Soy drogadicto, no puedo negar que me gusta el patraciao, uno lo consigue por dos mil pesos, eso dura varios toques, uno fuma y quiere cada vez más”, advierte.

Pedro asegura que se las ingenió para armar un cambuche en las faldas de La Popa, donde duerme. Sale en las noches a reciclar aparatos que para nosotros son desperdicios. “Soy reciclador, encuentro artículos que reparo y luego vendo, un aparato sulfatado lo pongo andar. En la basura se encuentran muchas cosas que se pueden arreglar, me gusta la electricidad, la creatividad, de eso vivo en estas calles”, comenta a sus 40 años.

José, el aventurero

Después de haber recorrido la Avenida de El Bosque y la Pedro de Heredia con mi compañera Lorena Henríquez (reportera gráfica), y de haber sobrevivido a un ataque de piedras de un grupo de indigentes, llegamos al Centro de la ciudad.

En el sector de Puerto Duro y bajo la luz de un poste eléctrico encontramos durmiendo en el piso a José Ospina Valencia. Llegó de Florencia (Caquetá) a Cartagena en julio del año pasado. Dice que se vino de caminante, que ha visitado Bogotá, Bucaramanga, Tunja, Pereira, Armenia, Medellín y Venezuela.

“Muy pocos me han dado chance, esos muleros son muy chimbos para andar cargándolo a uno”, advierte todavía acostado sobre bolsas, cartones, recipientes de gaseosa, de aceites y otros productos de la canasta familiar que ata a su cuerpo con una cuerda, y que juntos se convierten en una cama ambulante. José tiene 52 años, nació en el 62, según los cálculos que hizo en su mente por varios segundos. Lleva más de tres décadas en la calle y tiene muy claro por qué.
“Estoy en la calle por el vicio ‘mano’, por el bazuco. Empecé a consumir desde muy pelao. Tenía como 17 años, estaba en el colegio, en las aulas en donde uno empieza a conocer la droga. La droga hizo que perdiera a mi familia. Entonces decidí ser un aventurero para conocer el mundo, he recorrido toda Colombia, aunque me falta conocer Villavicencio, Pasto, Valledupar y Montería”.

Considera que Cartagena ha sido la ciudad más dura para sobrevivir, aclara que no es por su gente, sino por el clima. “Uy, acá hay mucho sol, mucho calor, yo tengo un cambuche después del antiguo puente Heredia pero no me gusta estar allá, hay mucho animalito que lo pica a uno, mucho calor, prefiero acostarme en el Centro, que me pegue la brisa y mirar las luces de los postes. Los tombos a veces se me acercan y me piden que vuelva al cambuche, que ese es mi lugar”, manifiesta delante de decenas de curiosos que se acercan, entre ellos comerciantes de empanadas y jugos.

De repente se acerca un hombre y empieza a molestar a José, se mete a la conversación y se pone detrás de él para salir en la foto que le están tomando en el momento. José se defiende y alza la voz diciéndole: “Todo esto que usted ve aquí no es porquería, esto es para trabajar la calle, vea, el reciclaje es cuestión de cabeza. Cualquiera no recicla. Para hacerlo hay que tener materia gris, para discernir las cosas. Este man es un ignorante ombe, yo no como de ignorantes”.

Entonces los curiosos defienden a José y tildan de sapo al que se metió en la conversación y en la foto. El tipo se aleja, se da cuenta de que la estrella de la noche es José y no él. “Reciclo y vendo las cosas en Bazurto o en Getsemaní, si recojo 10 kilos de archivo y los vendo a 700 pesos me gano 7.000”, sigue comentando.
Según él, dejó de consumir droga por que “la droga de aquí no es buena, el patra es malo, y le cuento que eso es peligroso, porque vender patra malo da silla eléctrica, por eso en este momento estoy sano, ni perico, ni marihuana, ni pegante, ni nada de esa vaina estoy metiendo”.

Sobre sus hijos dice que tiene varios. Creo que perdió la cuenta. “Tengo hijos, varios, uff (se ríe), no le digo la cantidad, pero varios. Me abrí del terruño mío pero necesito volver con algo, no con lo mismo, pelao, esa vuelta no me gusta”.

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