Facetas


Los secretos de la Plaza

EL UNIVERSAL

13 de agosto de 2017 09:40 AM

Por Katherine Loaiza Martínez

Primera escena: los de afuera

Unos turistas miran asombrados la pila de agua, voltean a la derecha y ven la iglesia pequeña, donde se hace una sola misa a la semana. Fotografían las casas del fondo, y giran con obediencia militar la cabeza para donde su guía, en un inglés bogotano, les dice que pasó alguna cosa importante. La más importante de todas: les jura que en este lugar se fundó Bogotá. Falso.

Están en el Chorro de Quevedo, una plaza chiquita, irregular, en el fondo de una loma empinada del centro de Bogotá. Tiene dos o tres restaurantes, unos 5 cafés y un puñado de bares donde además de chicha y cerveza venden té de coca y aguapanela burbujeante con queso.

“El marco pintado de un color salmón…”, le comenta una madre a su hijo curioso, “está ahí para recordarnos que Bogotá se fundó con una iglesia y 12 chozas. Cada cuadro es como si fuera una de las chozas”. Falso.

El Chorro, que parece construido hace varios siglos, y la popularidad del barrio que lo aloja, La Candelaria, lo convierten en un Getsemaní bogotano, paso obligado de turistas y descansadero de universitarios.

Segunda escena: las señoras

Genoveva Carrasco de Samper ha sido nombrada directora de la Corporación La Candelaria. Corre la década de los ochenta, poca gente o nadie visita el Chorro de Quevedo, un rincón que no significa mucho para los de afuera, menos para los de aquí.

Ella, después de discutir con la señora Rosita, dueña de una tienda, decide construir una arcada que enmarque la fuente del Chorro de Quevedo. El diseño debe cumplir un único propósito: el de tapar la casa de la señora Rosita, que fue construida siglos después de las demás, y no tiene un ADN colonial.

La señora Rosita no quiso modificar su casa construida con esfuerzo, así que para Genoveva la decisión más eficiente es taparla, que no se vea.
Pero hay un problema: la arcada va a quedar torcida y no va a parecer que enmarca la fuente, así que mueven la fuente unos metros a la izquierda hasta que caza perfecto. El arco está “embarazado” de 12 figuras geométricas, algunos cuadrados y otros rectangulares, para que la gente pase y no lo vaya a tumbar el viento. El número de cuadros no importa, al final pudo haber tenido 12 cuadros o 16 o 200, con tal de que tapara la indeseada vivienda.

Un par de décadas antes, en los años 60, se construyó una iglesia pequeña, idéntica a la Ermita del Humilladero, primera iglesia de Bogotá, que fue construida en 1544 y derrumbada por el olvido en 1878, por allá por el parque Santander, cuadras más abajo. Esta iglesia del Chorro es idéntica y años después ayudaría a ratificar el mito de fundación que habla de 12 chozas y una iglesia. Una mentira más para el Chorro.

Tercera escena: casa de joyeros

En los mapas que mostraban a Bogotá en el siglo XIX, la plaza del Chorro de Quevedo no aparecía como gran cosa. Es como si durante los primeros 400 años de fundación de Bogotá este lugar no hubiera significado nada, “del Chorro para arriba era casi como si la ciudad fuese un arrabal”, dice Alfredo Barón, historiador del Instituto Distrital de Patrimonio de Bogotá.
Calle de joyeros, zapateros, y cocineras. No había lugares públicos ni la gente pasaba por aquí a lucir sus zapatos de domingo. Tampoco había iglesia y su nombre no tenía nada de poético: el padre Quevedo compró un solar por 50 pesos en 1832. Instaló un chorro para que las familias pobres de la zona tuvieran agua. Entonces, si uno necesitaba agua y vivía por ahí cerca, iba por ella al Chorro de Quevedo. Y así se quedó hasta casi 200 años después. Una verdad humilde.

Cuarta escena: Quesada

Gonzalo Jiménez de Quesada llegó hasta el cerro donde está ahora el Chorro de Quevedo y decidió fundar a Bogotá el 6 de agosto de 1538 con 12 chozas y una iglesia. Falso.

Gonzalo Jiménez de Quesada llegó hasta el cerro donde está ahora el Chorro de Quevedo y militarizó la zona el 6 de agosto de 1538. Una verdad blindada.

La historia es imprecisa pero los historiadores quisieran ponerse de acuerdo en que Quesada llegó hasta este lugar, rincón de descanso y mirador del Zipa, y se tomó militarmente el territorio para dejar claro que tenía la intención de apoderarse de toda la Sabana.
Así estuvo unos buenos meses, dicen, hasta que decidió irse a España a pedirle a la Corona permiso para fundar una nueva ciudad. No contaba él con que Nicolás de Federman y Sebastián de Belalcázar venían desde el sur fundando otras ciudades y querían hacer lo mismo en este valle de clima difícil.
Así que Quesada aplazó sus planes y después de algunas peleas y desencuentros se pusieron de acuerdo los tres en fundar a Bogotá, 8 meses después del episodio en el Chorro, el 27 de abril de 1539. La fundación partió desde la actual Plaza de Bolívar, con un trazado urbano cuadriculado, repartiendo solares para los conquistadores, la Iglesia, y el Cabildo.

Quinta escena: el Zipa

La historia de Bogotá antes de la colonización es vaga. Imaginemos -con los pocos datos registrados- grandes poblados indígenas en toda la zona y que el Zipa, el más noble de los muiscas, elegía esta montaña donde está el Chorro, una zona llamada Teusaquillo, para pasar los días de lluvia y descanso cuando se inundaba toda la sabana.

Sexta escena: del Zipa al turista

Al final, no importa la razón que tenga la gente para visitar el Chorro. Todos esos chismes y mentiras infladas le han dado una vida que no tuvo en los primeros 430 años de existencia de Bogotá. Es mejor creer que es importante en la historia de la capital a que sea un rincón más de los cientos de rincones olvidados, rayados con aerosol y no visitados del centro.

El filósofo Claude Adrien Helvétius decía que la historia es la novela de los hechos, y la novela es la historia de los sentimientos. Esta novela cuenta que los muiscas estimaban la pureza de la sangre, y despreciaban los pueblos de tierras más cálidas, a quienes consideraban como bárbaros e inferiores. Esta novela también cuenta que hoy personas de todos los pisos térmicos, llegan a este Teusaquillo, que traduce ‘tierra de descanso’ en lengua chibcha, a contemplar lo mismo que el descendiente de la diosa Chie.

Tomen chicha, hablen con desconocidos, pidan deseos en la fuente con monedas de 50 pesos y cambien cuentos por aplausos.

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