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“Se fregó la vida un joven lleno de vida y de sueños”

Un accidente le enseñó a Luis Tapia a valorar la vida, la solidaridad de la familia y el amor de los amigos.

Eran las doce de aquella noche cuando Luis Emiro Tapia Hernández conducía su moto por la vía La Cordialidad, entre Bayunca y Cartagena. La brisa acariciaba su cuerpo, él manejaba tranquilo sin sospechar que su vida estaba a punto de cambiar para siempre: un toro se le atravesó, así que Luis perdió el equilibrio y cayó. El fuerte golpe lo dejó inconsciente y gravemente herido sobre la carretera.

Un mototaxista que pasaba por el sitio lo vio tendido en el asfalto, pero no quiso parar porque pensó que Luis estaba muerto y que lo podían comprometer a él, así que se dirigió a la estación de la Policía de Bayunca y regresó al lugar donde estaba Luis con varios uniformados. Entre todos lo auxiliaron y lo subieron a una moto para llevarlo al hospital. Los padres de Luis dormían mientras la tragedia se escurría en sus vidas. Alguien tocó la puerta en aquella madrugada para decirles que su hijo se había accidentado y ellos salieron rápido a auxiliarlo. Luis había sido trasladado a la clínica La Carolina, pero no lo recibieron, así que lo llevaron a la clínica Madre Bernarda, allá tampoco lo iban a recibir. Marleida Hernández, madre del muchacho, cuenta que, “gracias a Dios”, una monja intercedió por ellos para que lo atendieran y finalmente lo recibieron.

Luis ingresó directamente a cuidados intermedios y estuvo inconsciente durante varias semanas. Cuando por fin logró despertar, no recordaba nada de aquella terrible noche ni de las circunstancias que lo mantenían postrado en aquella camilla: los médicos le explicaron. El joven no podía dejar de sentirse intranquilo por su salud. Tenía muchas preguntas, pero más miedos y angustias acerca de su futuro.

La angustia también carcomía a sus padres, y con justa razón: los días pasaban y ellos no recibían reportes médicos alentadores. Quince días después del accidente, “sin anestesia y sin tacto”, les dieron una noticia que los dejó “fríos”, tristes y que aún hoy les duele.

“Nos dijeron que Luis no podría volver a caminar. En ese instante nos enfrentamos al momento más triste de nuestras vidas”

dice doña Marleida.

“Nos dijeron que Luis no podría volver a caminar. En ese instante nos enfrentamos al momento más triste de nuestras vidas”, dice doña Marleida. Y, tristemente, en ese momento apenas empezaban los verdaderos tragos amargos.“El doctor nos preguntó: ‘¿Ustedes son los padres de Luis? ¿Y no les han dicho nada? ¿No les han dicho la verdad? -recuerda Marleida-. Lo que pasa es que su hijo no va a volver a caminar, el accidente le comprometió la columna, se fracturó varias vértebras. Además, su médula espinal está bastante inflamada’”. En ese momento, los padres apenas podían mirarse sorprendidos y comenzaron a llorar y a experimentar un gran desespero.

Para Marleida fue increíblemente difícil encontrar una manera de decirle a su hijo, de 34 años, que no volvería a caminar. Ella quería buscar las palabras menos dolorosas, porque no quería verlo llorar, pero aquello era imposible. Lo que hizo aquella madre fue armarse de valentía y encarar la situación hablándole de forma clara a Luis. Al escucharla, el muchacho sintió que la vida se le iba, se le salía de las manos. A Luis no le fue nada fácil asimilar su nueva realidad, pero decidió aferrarse a algo más grande que su propia tragedia: a su fe en Dios, al apoyo de su familia, amigos y, especialmente, al consuelo de su madre, que le dio la fortaleza para enfrentar lo que se avecinaba. Poco después, se sometió a una cirugía y realizó terapias. Aunque los pronósticos indicaban lo peor, pudo recuperar algo de su movilidad.

Desafortunadamente, la familia Tapia Hernández no tiene los recursos económicos para responder por las intervenciones constantes que necesita Luis. Al principio, él recibía terapias domiciliarias, pero después le tocaba desplazarse desde Bayunca hasta Cartagena, y esto era todo un reto. “No contamos con un medio de transporte para personas con discapacidades y tampoco con el dinero para pagar un transporte privado, y entonces es cuando me pregunto: ¿y cómo hacen las personas con discapacidades que no tienen recursos económicos?”, sostuvo la madre de Luis.

La vida tiene sabores dulces y amargos

El accidente de Luis fue el 15 de junio de 2008 y desde entonces la situación que ha vivido con su madre y familia ha sido triste. Pese a que han pasado tantos años, la incertidumbre y el vacío están siempre allí al pensar que la juventud de Luis se quedó en aquel accidente. Marleida dice que las personas que poseen animales tienen que ser responsables y estar pendientes de estos, para que no ocurran accidentes como el de Luis. Reconoce, además, que Luis la desobedeció, pues ella siempre le pidió que no saliera tan tarde en la moto. “Se fregó la vida un joven lleno de vida y de sueños”, menciona con una voz cargada de tristeza.

Por otra parte, aunque el proceso ha sido duro para todos, los Tapia aseguran que Dios le dio una segunda oportunidad al muchacho.

“Antes del accidente era un chico que soñaba con estudiar, salir con mis amigos y poder algún día dedicarme a la pintura de cuadros. Me gusta dibujar, y a pesar de nunca haber recibido talleres, lo hago muy bien, es mi talento”, afirmó Luis. Pero, lastimosamente, cada vez le cuesta más dibujar por la pérdida de sensibilidad en las manos, consecuencia del accidente. “Aún necesito rehabilitación”, menciona.

Al principio, Luis no podía valerse por sí mismo, no se sentaba solo, no podía cepillarse los dientes, no sentía cuando orinaba y nunca aceptó una silla de ruedas. Este joven amante del dibujo ha mostrado todo su esfuerzo por volver a recuperar su movilidad. Las terapias son el punto clave para aportar a ese sueño, pero hoy la familia no cuenta con los medios para ello.

“Las terapias fueron una bendición, pero actualmente la única que trabaja soy yo y lo que gano es para la comida y los gastos de la casa”, dice Marleida. Mamá es mamá, y ella lo ha hecho todo por su hijo. Luis dice que su bastón ha sido ella, pues no lo ha dejado de apoyar ni un segundo.

Cuando los recuerdos retumban en la mente de Luis, sus ojos se llenan de lagrimas, lo invaden sentimientos de agresividad, dolor y vacío. Su madre cuenta que le puso un Biblia en su cuarto, pero la partió. Sin embargo, ella insistió y colocó otra en su habitación, hasta que un día cualquiera este le dijo unas palabras que la estremecieron: “No sé en qué momento leí ese libro, pero me ha dado fuerzas para seguir viviendo”.

Luis comprende ahora que la vida es un milagro, y por eso la valora mucho más. Quiere seguir adelante, con su madre y su familia, y alcanzar el sueño de poder volver a caminar por sí mismo algún día.

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