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MasterChef: un sueño en la cocina más famosa de Colombia

Esta es la crónica de un viaje lleno de muchas emociones, aventuras y sueños cumplidos.

Era la mañana del 21 de febrero, me desperté muy temprano, debía estar en el aeropuerto a las 6:30 a. m. y soy de esas que vive, como dicen popularmente, “por donde el agua llega con sed”, pero la verdad es que yo no cabía de la emoción que me generaba el viaje que estaba a punto de emprender. Lea aquí: El “gastrosueño” de Edd Cabarcas

Iría a Bogotá a visitar una cocina, pero no cualquiera: conocería la más famosa del país, la de de MasterChef Celebrity, gracias a mi labor como periodista. Quizá a alguien le parecerá cualquier cosa, pero para mí, que he seguido el reality temporada a temporada, era un sueño que se convertiría en una deliciosa realidad y la sola cercanía me revolvía las mariposas en el estómago.

Por fin llegué a Bogotá, a los estudios de grabación de RCN televisión, ¡a la cocina!

Calma, calma, Kisay, que no se te note tanto la emoción, pensaba, pero no, no lo conseguí, parecía una niña pequeña contemplando el escenario donde se graba el reality que creó Franc Roddam en Reino Unido, por allá en 1990.

11 a. m. ¡Comenzó la experiencia y yo estaba en la fría Bogotá, pero tanta emoción me daba el calorcito más sabroso del mundo! Estaba ahí, ¡y todavía no lo podía creer! La cocina es más grande de lo que se ve en la pantalla, es bellísima... las filas con los imponentes mesones, las estufas y el horno.

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La anfitriona de siempre, Claudia Bahamón, nos pidió sonriente que nos ubicáramos en una de las mesas en grupos de 4 personas. Allí encontraríamos las famosas ‘cajas misteriosas’ de la competencia, yo fui directamente a la primera mesa, la de adelante, esa donde nadie más que yo quería estar. Al verme sola, tres colegas se acercaron y conformamos nuestro equipo: ‘El equipo multicultural’, pues una era caleña, la otra bumanguesa, otra mexicana y yo, cartagenera.

Claudia le dio la entrada a los chefs, los jurados del programa, y cada uno, muy elegante, llegó a la posición de siempre: Nicolás de Zubiría, a la izquierda; Jorge Rausch, a la derecha, y Christopher Carpentier, en el centro. En aquel momento icónico, solo pasó un pensamiento por mi cabeza: “Rausch es más bajito de lo que pensaba”, y escuché más atenta que nunca las instrucciones. Todos estábamos a la expectativa de qué había debajo de esas cajas misteriosas, hasta que llegó el momento de levantarlas...

Eran ingredientes para hacer un desayuno: pan tajado, queso, huevos, leche, cereal, sal, tomate, cebolla, harina de trigo, café, tocineta, mantequilla, fruta y azúcar. Pensaba en qué íbamos a presentar, teníamos solo treinta minutos, inmediatamente mi compañera mexicana dijo que ella sabía hacer unas tostadas francesas, así que podría encargarse; las otras dos mencionaron que poco sabían cocinar, así que se encargaron de hacer las bebidas y de dejar perfectamente crocante la tocineta. Me dediqué a lo más importante del plato: la proteína, como solo había huevos, decidí hacer una tortilla de huevo tipo omelette y ponerle rodajas de tomate, cebolla finamente picada y queso por encima; todas estábamos concentradas en nuestra labor mientras fueron pasando cada uno de los chefs a nuestra estación a ver qué haríamos y cómo íbamos con todo, en ese momento yo me metí en el rol de una participante y se me olvidó por completo que era una invitada. Deseaba que a los chefs les gustara lo que estábamos preparando, independientemente de los demás. Llegó el momento de correr, ya Caudita, como la llaman todos, estaba haciendo la cuenta regresiva para que todos termináramos el plato: “5, 4, 3, 2, 1, ¡manos arriba!”, gritó, mientras se escuchaban aplausos por parte de la producción. Le puede interesar: Mael.Books: un sueño detrás de los libros

Las ansias que tenía por presentar el plato eran más grandes que yo, estaba a punto de ponerme en frente del atril que había visto por años en las noches de nuestra tele y que me ponían tan nerviosa cuando los participantes iban a hacer su entrega. Llegó nuestro turno, caminamos y nos organizamos una al lado de la otra, las apreciaciones fueron buenas, un plato completo con tostadas, omelette, fruta y tocineta, acompañado de un espresso de café y un smutty de fresa con naranja en leche. Nicolás dijo que la sazón de mi omelette estaba fenomenal, ¡Dios mío santo!, ¡nunca pensé que una sonrisa podría durarme tanto en el rostro!

Mi sueño se había cumplido.

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