Indistintamente de si se es creyente o no, no deja de ser una buena experiencia conocer de cerca los lugares más icónicos de lo que fue el trasegar de Jesús, el llamado “nazareno”, el Hijo de Dios.
Posar los pies en tierras donde, según la Biblia, se desarrolló la vida pública del personaje por excelencia de todos los tiempos (Jesús), no solo se constituye en una prueba de fe y alimento espiritual, sino en el descubrimiento personal de que sí existieron hechos, truculentos como los que más, que la humanidad sigue conociendo e imaginándose a través de las Sagradas Escrituras.
Llegar a algunos lugares de lo que se conoce como Tierra Santa, (territorio geográfico que comprende lugares donde se desarrollan escenas narradas por la Biblia), no deja de ser apasionante, seguramente más para los cristianos que para aquellos que hoy ven en esos lugares meras oportunidades de negocio con el turismo religioso. Pero la historia siempre será la historia.
Nazaret, en su parte antigua, es hoy un lugar de peregrinación de los cristianos de todo el mundo. De entrada se parece a los pueblitos esos que suelen armarse en los pesebres en época de Navidad, aun en aquellos hogares tan lejanos como los de este país, pero que la tradición ha mantenido en el imaginario de los pueblos cristianos. Observar sus alrededores es descubrir, a lo lejos, casas sobre casas construidas en altas y disímiles colinas.
Nazaret es la ciudad con mayor población árabe del estado de Israel, aunque eso no es obstáculo para que su principal avenida lleve el nombre del papa Pablo VI. Su población está calculada en más de 76 mil habitantes. De esos, dicen los guías turísticos y los datos oficiales, que un 60% son musulmanes. El resto son judíos y cristianos. Estos últimos se dividen en ortodoxos, católicos griegos, maronitas, bautistas y católicos romanos, entre otros. Estos últimos son minoría en casi todo el territorio que recuerda la vida de Jesús.
Es una ciudad que en algunos sectores, a primera vista, no se ve ordenada. Tampoco se ve limpia como se esperaría de un lugar con tanta afluencia de turismo. “Lo que pasa es que los árabes de esta parte del mundo son buenos para observar normas estrictas de limpieza de puertas hacia adentro, pero no son muy amigables con el entorno”, dice María, una hispana que labora como guía turística.
Es considerada una de las ciudades más importantes de Israel, aunque no la más desarrollada.
Allí, en Nazaret, se dio el hecho histórico que dividió a la humanidad en dos: La Anunciación. Con ese hecho comenzó el antes y después de Cristo. Fue allí donde creció Jesús. Es considerada la cuna de la cristiandad.
Es en la que hoy es la Basílica de la Anunciación donde se recrea el anuncio del ángel Gabriel a la Virgen María de que sería la madre del Hijo de Dios. (Lucas 3: 26-37). Allí también fue construida la iglesia de san José, erigida sobre las ruinas donde estaba el taller de carpintería del padre putativo de Jesús y donde este aprendió a ser carpintero. Imaginarse a Jesús caminando por ese lugar, aprendiendo a leer de la mano de su madre, la Virgen María, es una sensación espiritual que sobrepasa cualquier imaginación.
La basílica y sus alrededores fueron construidos, en 1914, sobre las ruinas de lo que fue parte del pueblo de Nazaret. La iglesia fue terminada en 1969.
Es considerada el santuario cristiano más grande en el Medio Oriente y consagrada en 1964 por el papa Paulo VI durante su histórica visita a Tierra Santa y santificada el 23 de marzo de 1969.
Ese templo está lejos de tener los lujos y boato que caracterizan a muchas iglesias de gran parte de los países de Europa, hoy convertidos en museos por falta de fieles, aunque no deja de ser majestuosa en su diseño. Es obra del arquitecto Giovanni Muzio.
Su sobriedad es exaltada por una gruta donde, según los científicos e historiadores, se encuentran las ruinas de la casa donde vivía María, y a donde llegó el ángel, con su singular anuncio. Es un lugar que irradia paz. También llena de emoción.
Imaginarse la escena de La Anunciación, apoyada por la historia que se narra a través de los vitrales de ese templo, hoy bajo la protección de la orden Franciscana, impacta el espíritu. Allí muchas personas descargan, a través de lágrimas, la emoción de estar en un lugar santo. A muchos sacerdotes se les quiebra la voz cuando recrean los pasajes bíblicos que recuerdan el hecho durante las homilías allí celebradas.
En ese mismo entorno se conservan, también, las ruinas de la casa de la Sagrada Familia, incluidos objetos arqueológicos, hoy conservados en un museo.
De la casa de la Sagrada Familia se cree que salió Jesús a los 30 años a predicar y a cumplir la misión que el Padre le había encomendado: predicar el Evangelio y hacer milagros, misión que terminaría, tres años después, con su muerte en la cruz y su posterior resurrección para que se cumpliera lo que dice la “Escritura”.
A pocos pasos de la Basílica de la Anunciación está también la famosa Sinagoga de Nazaret, la cual, según la tradición cristiana, está construida sobre las ruinas de la antigua sinagoga, esa donde Jesús aprendió a leer. Ese lugar, como todo lo de esa población israelí, tiene sus peculiaridades.
Para entrar hay que pasar por un mercado donde abundan y se ofrecen productos silvestres de esas tierras, como las aceitunas, el aceite de oliva, dátiles, pero también objetos religiosos ofrecidos a los turistas cristianos por mercaderes árabes que han encontrado en ese segmento una forma de ganarse la vida.
Es una capilla de la época de los cruzados y símbolo de la fe, que hoy está bajo la custodia de la Iglesia melquita católica griega. Para acceder a ella hay que bajar unos dos metros. Es un lugar sobrio, pero custodiado con mucho celo por religiosos de la iglesia que la tiene bajo su protección. Solo tiene un altar y la tradición cristiana dice que está construida sobre las ruinas del lugar donde Jesús estudió y oró en su juventud.
A la Sinagoga de Nazaret regresó Jesús cuando ya había comenzado su vida pública. Fue allí, donde, según el Evangelio de Lucas, se descubrió como el Mesías después de leer aquel pasaje del libro de Isaías y que el evangelista narra de la siguiente manera: “El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor.” (Lucas 4:18-19)
Tras ese incidente, y después que algunos despreciaron sus enseñanzas y le echaban en cara su origen humilde, dijo para la historia una frase que, palabras más, palabras menos, quedó plasmada para siempre y que más de uno ha pronunciado alguna vez en la vida: nadie es profeta en su tierra. Y Jesús sí que no lo fue.