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¿Qué significa nacer niña en Cartagena, Tumaco y Cauca?

HILENIS SALINAS GAMARRA

05 de febrero de 2017 12:00 AM

Ser niña en Cartagena no es igual que serlo en Tumaco, y mucho menos en un municipio del Cauca. Algo tienen en común las tres experiencias, y es que están llenas de límites y peligros. Hay que vivirlas. Y superarlas.

En Hay Festival Comunitario, conocimos las experiencias de tres jóvenes líderes en sus comunidades y que vinieron a contarnos cuáles son los retos por nacer mujeres en cada uno de sus territorios.

“Tres realidades”
La menor de las tres expositoras se llama Yadis y tiene 15 años. No lo parece, pues es alta y habla con propiedad. Vino desde la zona rural de un municipio llamado Buenos Aires, en Cauca, y desde que tuvo consciencia las mujeres de su comunidad sobreviven a tres cosas: el temor, la discriminación y la falta de oportunidades.

“Temor porque el conflicto armado nos ha afectado. Hace poco perdimos a una niña por un artefacto explosivo, entonces nos da miedo explorar, caminar nuestro territorio”, dice.

La segunda realidad y la primera están más ligadas. En Buenos Aires la base de la economía es la minería, por lo que deben crecer en un ambiente que las aísla “por no tener la misma fuerza que los hombres”, y así las posibilidades se reducen -dice Yadis- a estudiar el bachillerato, intentar trabajar, casarse y tener hijos.

“La parte menos forzada de la minería sería ser ingeniera o secretaria, pero no hay muchas opciones de estudio, entonces eres discriminada en la única forma de supervivencia económica de la zona”.

Yadis es líder de su comunidad desde los 9 años. Empezó con un programa de la Fundación Plan (presente en toda Colombia) y fue empoderándose en derechos humanos y liderazgo.

“Como niñas, también vivimos otros problemas, los embarazos en adolescentes, causados a mi entender porque no se da un buen aprovechamiento de tiempo libre, porque no tenemos espacios de recreación ni un fortalecimiento de valores y autoestima”.

Una vida dura en medio del paraíso
“Tumaco es un lugar muy bonito, pero ha habido mucha violencia. Es una zona turística a donde van muchas personas y por ello ha tenido presencia de grupos armados y otros actores, lo que ha causado que se sufra mucho”, inicia Adeila, de 18 años.

Su carrera -contaduría pública- es una de las cosas que ha hecho por franca rebeldía frente a lo que significa en su pueblo ser niña y mujer.

“Yo estaba dudando si estudiar sociología o contaduría, pero las personas a las que le contaba mis dudas me daban argumentos muy simples, decían que mejor contaduría no, porque eso era para hombres. Entonces decidí demostrar lo contrario”, recuerda.

Este semestre empieza a estudiar en la Universidad de Nariño, ingresó por su puntaje en el Icfes y debe trasladarse a otra ciudad para terminar la carrera. Le afecta ver que otras niñas no tengan oportunidades para acceder a la educación superior, pero cree que con las acciones de ella y otras nuevas líderes, esta historia puede cambiar.

“Oportunidades limitadas”
Liliana es la anfitriona. Tiene 18 años, un afro natural que apenas está creciendo y el sueño de ser comunicadora social. Está en segundo semestre y vive en El Pozón, donde se realizó el conversatorio en el que participaron las tres. “Ser niña en mi comunidad significa saber que hay cosas que puedes hacer hasta cierto punto. No puedes jugar en una cancha porque hay pocas y son para los niños... ¿las mujeres juegan fútbol?”, dice para indicar algunas de las limitaciones con las que creció y crecen otras niñas.

Desde que hace parte de los proyectos de PLAN se dedica a enfrentar cada uno de los limitantes con la palabra, la misma que le hizo cambiar de carrera: “quería estudiar criminalística pero el camino me terminó mostrando la comunicación social, voy por el segundo semestre”.

Para Liliana el reto más grande en Cartagena es llevar el conocimiento y el amor por él a las niñas de toda la ciudad.
“Si las niñas y mujeres tenemos acceso a la educación, veremos con el tiempo cómo bajan tantos indicadores negativos y mejora nuestra comunidad”, concluyó.

¿De qué sirven estos espacios?
Gabriela Bucher, presidente ejecutiva de la fundación PLAN, quien también participó en el conversatorio, asegura que con este tipo de eventos se pretende contar lo invisible y mostrar que las situaciones de las niñas son distintas a las de sus pares masculinos, así estén viviendo en el mismo territorio. “Una niña dedica 19 horas a la semana al trabajo doméstico mientras que un niño lo hace 8. Esa sola diferencia del uso del tiempo implica que cada uno tiene diferentes actividades en el transcurso del día. Estos espacios sirven para ser conscientes de esos otros espacios e intentar equilibrarlos, sobre todo en los menores que están menos esquematizados que nosotros y que pueden repensarse mejor”.

Adeila, Liliana y Yadis piensan que quienes pueden estar en esos espacios pueden salir y contagiar a más niñas para que se empoderen y cambien sus roles en la sociedad.

Epílogo
El problema no es haber nacido mujeres, no. Adeila, Liliana y Yadis lo saben muy bien, el problema está en ese machismo visceral que carcome a nuestro país. ¿La solución? Seguir siendo mujeres, empoderarse y no bajar los brazos hasta transformar el entorno. Así las cosas, estas historias continuarán...

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