Facetas


¡Querida Mía, eres una promesa divina!

Después de casi 11 años de intentos fallidos entre inseminaciones artificiales y fertilizaciones ‘in vitro’, Mía llegó inesperada y naturalmente a la vida de Mercedes.

CINDY ORTIZ ESCOBAR

05 de julio de 2020 12:00 AM

El reloj biológico me despertó a las 7:30 de la mañana, tan puntual como siempre. Ese sábado, el sol brillaba particularmente y solo cuando pasaron varios minutos entendí por qué. Apenas pude, puse los pies en el suelo y antes de desayunar, caminé un par de pasos hasta el baño. Cuando cepillaba mis dientes noté que había sangre entre mis piernas, levanté la mirada y frente al espejo me dije: “Llegó la hora”.

- “Javier estoy sangrando”, le dije de la forma más tranquila a tu papá porque siempre oré para que tu llegada fuera serena.

Él, por el contrario, se volvió un torbellino de emociones. Como pudo, llamó al médico que me atendió durante todo el embarazo, que en menos de un minuto resolvió que era el momento de tu nacimiento. En la ducha, mis lágrimas reflejaron la nostalgia que sentía de no verme más con la enorme barriga. Me asombra la paz con la que viví estos minutos antes de conocerte, mientras que el futuro papá intentaba preparar todo: ropa, elementos de aseo y papeles, que al final no eran los que debíamos llevar a la clínica. Esta es una de las tantas anécdotas que te contaremos entre risas pero en aquel momento pusimos a correr hasta a tu abuela.

Tu papá y yo tuvimos tiempo para fotografiamos dentro de la ambulancia y así poder mostrarte, con tapabocas, que naciste en medio de una pandemia que ha cobrado muchísimas vidas pero tú, al igual que muchos bebés que han llegado a un mundo con el COVID-19 acechando, han sido esperanza y alegría para las familias. El sangrado fue el único síntoma que tenía, no sufrí de los dolorosos y comunes malestares de un parto.

Con la intensa luz del quirófano frente de mis ojos, los médicos y auxiliares ponían música e intentaban distraerme pero no, yo estaba concentrada en escucharte llorar y saber que habías llegado bien. En una que otra ocasión miraba hacia los lados porque sentía que tu abuelo nos acompañaba en este momento. Él ahora está en el cielo, de donde vienes tú, mi ángel.

Si me preguntas cómo te imaginaba antes de conocerte, podrías sorprenderte con la respuesta porque nunca tuve expectativas. No pensaba si tendrías los ojos de cierto color, si serías gordita o ‘larga’, solo quería que fueras ‘rosadita’ y procuré alimentarme bien para que así fuera. “¡Bienvenida, Mía!”, escuché en la voz del ginecólogo. El dolor de la cirugía, toda la sangre que veía en los uniformes de los médicos, pasaron a un segundo plano. Lloraste, aquí estabas. “Mi promesa de Dios”... y para mí no importaba nada más. Aún no logro describir qué significó para mí verte por primera vez. Creí que iba desmayarme, pero no, con la voz más fuerte que nunca, grité: “¡Gracias Dios!”. Allí pude tenerte por unos instantes pero me bastaron para sentirte ‘Mía’,, como decidí llamarte porque así lo siento, eres un pedazo de mí.

“A las mamitas que están como estuve alguna vez, les digo que no pierdan la fe pero no solo deben quedarse con eso sino que a diario no desistan de este sueño que hoy es mi realidad y que con esperanza puede concretarse en la vida de muchas”.

Así fue el proceso de tenerte

Como a todas las parejas recién casadas, nuestros allegados no dudaron en preguntarnos: “Ajá, ¿y el bebé para cuándo?”. Siempre quise ser mamá y mamá de una niña. Con tu papá decidimos “tomarnos ese tiempo para disfrutar nuestro matrimonio” y, de hecho, no planificamos con métodos anticonceptivos pensando que podía quedar embarazada en cualquier momento pero nunca sucedió. Aún me pregunto por qué nunca me alerté, pero fue en el 2013 cuando decidí visitar a mi ginecólogo: quería saber si estaba teniendo algún problema o si quizá solo era el ritmo de vida que llevaba. En esa consulta el médico me dijo que tenía unos miomas, una especie de tumor benigno en el útero, pero que no interferían en un embarazo. Con paciencia esperé, pero nada.

Me preocupé más, regresé donde el ginecólogo y notamos que los miomas habían crecido exponencialmente y quizá por eso no quedaba embarazada. Fue ahí cuando decidí someterme a una cirugía para retirármelos y nada resultaba. El reloj y el calendario seguían su curso y yo no me embarazaba. Volví al médico y, para mi asombro, los miomas habían aparecido nuevamente y mucho más grandes, ¿te puedes imaginar? En el 2015 quise consultar otro médico porque me entraron las dudas después de tres cirugías. Allí conocí a Antonio Fernández y esa vez el mioma tenía que sacarse como una cesárea por su tamaño, ¡Tuve una cesárea sin bebé! Nuevamente las cosas no se daban y creo que fue el límite para empezar a considerar otras opciones.

Llegó el 2016, dije: “No más. Voy al siguiente paso”, y te confieso que no estaba muy convencida de hacerlo por mis creencias religiosas porque siempre he pensado que la vida solo la otorga Dios. Fui hasta Barranquilla, le comenté todo al médico, que desde el 2008 estaba intentando naturalmente ser mamá, y me arriesgué a una mi primera inseminación artificial. Me explicaron que el proceso era sencillo pero me citaron como si fuera una cirugía y, a diferencia de cuando tú llegaste, esta vez estaba muy pero muy asustada pero más que todo confundida con el tema de Dios. Sentí que los médicos estaban haciendo el papel de Dios cuando Él es el único capaz de dar vida, pero también quería agotar todos los recursos para ser mamá.

Me dijeron que máximo entre 24 y 48 horas debía quedar embarazada. Pasaron dos semanas y con cero síntomas me hice la prueba. Tu papá tenía antojos incontrolables de comer pollo y empezamos a ilusionarnos. Buscamos el resultado y ¡sorpresa! Estábamos embarazados. Se nos había cumplido la promesa. Le notificamos por correo electrónico al médico y cuando nos hicimos la ecografía, nos dimos cuenta de que habían dos sacos gestacionales, eran dos personitas las que venían en camino. ¡La emoción fue mayor! Pero todo se desvaneció cuando a los días tuve un sangrado, volvimos a Barranquilla y cuando me hicieron una prueba de la Gonadotropina, una hormona que se eleva sustancialmente durante el embarazo, en mis resultados estaba por el suelo. Ese día tu abuela y yo salimos en absoluto silencio, con una profunda frustración. Entre las indicaciones de los médicos, me dijeron que por el tamaño de los sacos, no sería necesario el legrado. Pensé que con los días las cosas mejorarían pero por el contrario, la carga emocional se hizo más fuerte cuando tu abuelo falleció. Algo que sin duda ninguna esperaba y que se sumaba a varios problemas que tenía. A pesar de esos duros episodios, las ganas de ser mamá se mantenían intactas, por eso me embarqué nuevamente en la aventura de ser mamá e hice una segunda inseminación. A mediados de septiembre lo intentamos esperando que, como ya había existido un positivo, esta vez se daría nuevamente pero no, la prueba salió negativa. Imaginarás que ese 2016 fue un año muy difícil para mí.

¡Querida Mía, eres una promesa divina!

El 2017 lo inicié queriendo ser mamá de igual manera y volví a la misma clínica en Barranquilla. Esta vez un médico diferente nos atendió y me sugirió intentar una fertilización In vitro, que consiste en unir los espermatozoides con los óvulos en un laboratorio y esa fecundación la implantan en el útero. Te confieso que en aquella ocasión quedé de una pieza cuando conocí en detalle el procedimiento y hasta cuando me propusieron que si quería escoger el sexo del bebé e incluso hasta de qué color quería en sus ojos y su cabello. Lo único que hice fue guardar silencio porque no estaba de acuerdo con esos detalles. Estaba dispuesta a lo que viniera, como me pasó contigo, Mía. Te repito, nunca tuve expectativas con tu apariencia física porque ya te amaba solo con existir.

¡Lo hicimos! Nos tocó esperar como en aquella vez con la inseminación, 15 días pasaron y la fertilización in vitro tampoco funcionó. Con cada negativo sentía que una parte de mí quería desistir pero ese otro lado me motivó a intentarlo por segunda vez con un embrión que había quedado congelado pero se sumó otro negativo al historial médico. La inversión económica no alcanza a superar el gasto emocional que implicaron estos procedimientos que me hicieron decir: “No más” no más en tratamientos médicos, pero no abandoné en el deseo de ser mamá y, como dicen popularmente, lo dejé en manos de Dios. No fui más a médicos, en aquel momento mi fe se quebrantó. Me preguntaba a mí misma y a Dios qué me pasaba. Los médicos no encontraban errores en mí, todo mi aparato reproductor y las hormonas estaban bien, lo que me hacía sentir mucho más impotente.

Gran sorpresa la que tuve aquel 2018 cuando quedé embarazada naturalmente y ahí quedé preguntándome: ¿los tratamientos no y el embarazo natural sí? Mi problema era que el embarazo se extendiera y este natural tampoco llegó a término. Allí pensé: “No voy a poder ser mamá”, pero después fui consciente de que tantas cosas me agotaban emocionalmente porque el deseo de ser mamá se mantuvo. En el mismo camino decidí acudir al ICBF, quise adoptar y hasta alcancé a descargar por internet los requerimientos pero, antes de completarlos, en noviembre de 2019, me diste una nueva ilusión que hoy veo materializada en tus ojos. Estaba embarazada naturalmente y esperándote.

Gracias, Mía, porque hiciste que la espera valiera la pena, porque como muchos me dicen con tu llegada: “El tiempo de Dios es perfecto”, pero también entendí que Él nos bendice cuando estamos capacitados para saber esperar. Los humanos no lo hacemos y es algo que te enseñaré siempre. Me senté a esperarte y ahora sí llegaste tú, “Mi promesa de Dios”.

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