Facetas


Raúl Gómez Jattin: el ángel clandestino

Como yerba fui y no me fumaron.

Conocí a Raúl Gómez Jattin en un recital poético en el Hotel Sinú, de Montería, en el segundo semestre de 1977. Veinte años antes de su muerte trágica en Cartagena de Indias. La estampa del Raúl de aquel año era la de un  gigantesco vikingo en tierra. Cabellera de rizos dorados, pantalones demasiado ajustados, sandalias, risa estruendosa, voz de barco que acaba de atracar en el puerto, y una finura de ademanes que generaba suspicacia entre la sociedad prejuiciada del Sinú de aquellos años. El último  y el más joven de los invitados en leer poesía en aquella noche, era yo,  un muchacho estudiante de bachillerato en el Liceo Montería. Y el poeta se me acercó para decirme de memoria, un solo verso de todo el poema que había leído, el único verso  salvable del poema, según su confesión, días más tarde, cuando lo encontré en la Avenida 20 de Julio de Montería, y me invitó a conversar sobre poesía en una heladería. Y como su risa invadía todos los espacios, y la gente estaba incómoda, me propuso que nos subiéramos en uno de los árboles que están sembrados a la orilla del río Sinú. Nos subimos en lo alto para iniciar una conversación que aún no cesa, más allá de su muerte, mirando aquel río que arrastraba la memoria de los ancestros zenúes, dos o tres colores que se disipaban con la brisa e iluminaban de oro los oscuros senderos del atardecer. La conversación de Raúl viajaba por los poetas del mundo: Pessoa, Whitman, Cavafis, los trágicos griegos, el dramaturgo Henrik Ibsen, mientras las iguanas nos miraban y los colibríes dejaban su sombra en las flores del verano.

Raúl era una memoria prodigiosa. Cuando era profesor en el colegio Marceliano Polo de Cereté, deslumbraba a sus alumnos de historia, con fechas exactas de episodios heroicos del último milenio.Una criatura de una sofisticada sensibilidad, una atormentada y lúcida conciencia, y un ser que no dejó de vaticinar la belleza, con la auténtica pureza de un ángel caído. Nunca perdió  su lucidez poética, ni siquiera en los momentos más difíciles como enfermo mental. Raúl fue desde niño, un ser frágil en su salud. Asmático y edípico, tuvo una relación enfermiza con su madre. En sus peores momentos de locura creía ser Lola Jattin, su madre. Más allá de su enfermedad, legó los mejores poemas de su tiempo y se erigió en uno de los mayores poetas de Colombia. Poco después del primer encuentro con Raúl, ocurrió la crisis mental, agravada con su adicción a las drogas. Empezó con marihuana y más tarde con cocaína. El Raúl que yo conocí en 1977 aún joven en su casa de Cereté, y un anciano, una década después. Había perdido los dientes, el cabello,  y había quedado con unos tics en las manos y en el rostro.

Sus primeros versos reunidos en el libro Poemas (1980), fueron editados con apoyo de su psiquiatra en una edición pequeña que estremeció la poesía nacional. El tono descarnado y sincero de su poesía impactó a los lectores: “Gracias señor/por hacerme débil/ loco/ infantil/ gracias por estas cárceles/ que me liberan/ por el dolor que conmigo empezó/ y no cesa/gracias por toda mi fragilidad tan flexible/ como tu arco/señor amor”. En ese libro están las claves de toda su poesía evocadora de paisajes, retratos humanos, historia regional y universal, nutrida de su infancia en el Sinú.  Allí le cantó a su vecina de infancia: Isabel, con sus ojos de pavo real, jugando a la rayuela bajo la sombra del mamoncillo. Desde el primer poema hasta el último de su primer libro, había una influencia elevada de Cavafis y de Fernando Pessoa, y una manera muy personal de nombrar la inocencia.

Entre Cartagena y el Sinú
Raúl nació en Cartagena el 31 de mayo de 1945 en un hospital local, en Cartagena, y murió el 22 de mayo de 1997 atropellado por un bus de Zaragocilla a las 6 de la mañana. Vino a nacer y morir en Cartagena, pero toda su vida transcurrió en el Sinú, en Cereté, y en sus años de estudio de Derecho en Bogotá, en donde se destacó como actor. Su madre Lola Jattin viajó de Cereté a Cartagena, buscando las mejores condiciones para su parto. Lola se  separó de su marido Gabriel Jattin y se unió al abogado Joaquín Gómez Reynero. Hubo malestar entre sus familiares árabes y en la sociedad sinuana que juzgaba a Lola, por su decisión. Aquella reacción social debió afectar al niño Raúl, especialmente cuando Lola iba a misa.  En mi visita a Raúl en su casa de Mozambique, en Cereté, su madre estaba reacia a que yo lo viera en su estado emocional tirado en una hamaca, pero yo le insistí. Y Raúl me pidió que me quedara en su casa a almorzar. Solo ordenó que echaran dos vasos de agua en la olla de la sopa, para que yo pudiera almorzar con ellos. Raúl pasaba de la esquisitez y esplendidez verbal y metafórica, a la furia ante lo que no le gustaba. Era tierno y bárbaro a la vez.  Tenía un poder de convencimiento sobre sus propios médicos. Una vez le pidió al director del hospital San Pablo, donde estaba recluido, que le permitieran pasarse un fin de semana con sus buenos amigos Eparkio Veva y su esposa Carmen Santos. A Eparkio, lo llamaba Arcángel. por su infinita paciencia. Los dos fueron a sacar a Raúl del hospital. A la madrugada sintieron los golpes en la puerta de su cuarto. ¿Qué te pasa, Raúl?-le preguntó Eparkio. “Arcángel necesito que me ore”. Era un gigante que se volvía un niño desamparado. Pedía a la madrugada que le rezaran sobándole la frente y la cabeza como a un ángel abandonado. Y cuando se acercó el día de regresar al hospital, le temblaba el pecho llorando por saberse atrapado en un hospital mental. Allí en el manicomio pintaba pájaros y universos a mano alzada.

Epílogo
Volví a ver a Raúl una noche antes de su muerte, descalzo y sucio, merodeando las ventas de jugo. Un policía del cuartelillo de Chambacú que se había hecho amigo del poeta, le guardaba algo de la droga que incautaban en Cartagena. Rumbo al amanecer camino al cuartelillo, indeciso en medio del tráfico de la ciudad, cruzó y la buseta lo atropelló. Iba a cumplir en nueve días sus 52 años. Le sobrevive una bellísima obra poética que hoy deslumbra al mundo.

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