Facetas


Relatos del pasado, recuerdos del pueblo

En los pueblos de Bolívar la Semana Santa también es tiempo de historias. Cada relato está cargado de magia porque un simple baño lo podía dejar a uno convertido en un extraño animal.

En esta época, los campesinos no van al monte, como le llaman a sus parcelas agrícolas, pues está prohibido cazar o recoger los frutos de la siembra. Si alguien se atreve a cortar un palo de Santa cruz, puede ver cómo brota sangre del tronco.

Antes, más que ahora, acataban el consejo de que no se podía sacrificar, ni cortar madera así que las señoras de la casa preparaban todos los alimentos que comerían hasta el domingo. “Hacían bollos, dulces y cosas que duraran muchos días”, explica Hernán Pimienta. Hace muchos, muchos años, durante estos días no se cocinaba.
En San Jacinto, Bolívar y en el corregimiento, Las palmas, los microrelatos se multiplican en las esquinas. A continuación algunos:

Los penitentes
¿Qué haces aquí bañándote, niño?, preguntó una voz gélida.

Cubiertos de sangre, caminaban por los riachuelos del pueblo, personas con la mirada perdida y gesto lastimero. De si estaban vivos, o muertos, no se sabe.
Eran los penitentes, que en días santos andaban sin razón aparente y atemorizaban a los incrédulos que osaban bañarse después de las 12 deldía. Sus ropas, desgarradas y sucias, daban cuenta de un sufrimiento que no era de este mundo.
Cuentan los abuelos, que estos penitentes podrían ser custodios de grandes tesoros enterrados puesto que a los niños, también se les decía que si a las 12 de la noche arrancaban una rama de escobilla, que creciera en el arroyo, en sus raíces encontrarían oro.
“Estaba prohibido bañarse tarde en los días santos”, relata Pimienta. “Y menos bañarse en las lagunas, porque se podían ahogar”.

Carros fantasma
Cierto día, mientras el sol atravesaba los árboles de la vereda por la que Ángela iba al monte, escuchó que se acercaba un carro a toda velocidad. Iba acompañada de algunos de sus hijos y otros familiares, así que ante el sonido, todos decidieron hacerse a un lado del estrecho camino para que el transporte pasara. El chirrido de las llantas y el contoneo del metal cada vez se escuchaba con más claridad. Minutos después, aún no había carro que transitara por el sendero. La bulla se apagó y ellos, sorprendidos, continuaron su camino.
“Jeee, eso fue verdad”, afirma Ángela Montes con una voz aguda, “eso pasa para los días de Semana Santa, uno escucha sonidos de carros o de animales y no hay nada”.

Guacas a las 12
de la noche

Quien quiere una guaca, camina por el cementerio

Dicen algunos viejos, que las guacas se deben desenterrar en Jueves o Viernes Santo a las 12 de la noche. Ni un minuto antes, ni un minuto después. Quien quiera ir tras los tesoros, debe llevar un Cristo bendecido por un Obispo y una botella de ron para espantar el miedo porque a estos entierros los cuidan brujas o niñitos pequeños. Las entidades clavan su mirada en el lugar de la guaca, o eso dicen, así que el miedo puede dejar al excursionista petrificado.
Se dice, que quien quiera el tesoro escondido no debe tener ni ambición ni avaricia en su corazón, porque de ser así el tesoro se vuelve cenizas. 

La procesión
Dicen que a las 3 de la madrugada, los espíritus salen para pedir que rueguen por sus almas. Otros, para enloquecer a los vivos. A esa hora, también dicen, es cuando los enfermos terminales parten al otro mundo.
Esa fue la hora en que una niña se asomó por su ventana de barrotes de madera, presa de una extraña curiosidad, un Viernes Santo. Frente a su casa, una procesión de silenciosos entes cubiertos con lo que parecía una sábana, caminaban sujetando velas encendidas. “Qué bonito”, pensó la pequeña.
Uno de ellos se acercó, y la niña no vio ojos, ni sintió su respiración. Le puso en sus manos una de las velas y se alejó.
La procesión no se extendió, y un sueño profundo se apoderó de la niña. Antes de volver a la cama, dejó la vela afuera, en la ventana.
Un grito la despertó.
Su madre se levantó a barrer la terraza, y lo primero que vio fue un hueso, o mejor dicho, una fila de huesitos que formaban lo que alguna vez fue una mano humana,

El rabo de la zorra
Espantando el calor infernal de mediodía, Alesio  Sierra agita un abanico improvisado. De su frente, tal como aparecen las gotas de sudor, nace un cuento. Vivió en Las Palmas y según él, hay un suceso que empieza desde el Miércoles de Ceniza.
- A partir del Miércoles Santo, las zorras meten el rabo en el agua y nadie se puede bañar después de 12 del día.
- Ajá y eso, ¿por qué?
- Porque se convierten en animales, dice riendo.
- Carlos, pero, ¿tú viste a alguien que se haya convertido después de bañarse?
- Ni que fuera bobo para quedarme a mirar. 

(...)

En pueblos de Nariño, en Viernes Santo se recuerda a los difuntos. Algunos componen oraciones para tal fin:
Adiós, ánima bendita,
que Dios te lleve con bien, saluditos a San Pedro, y a la Virgen de Belén, pues ellos eran padrinos, del alma bendita, Amén*
Tomado de Luis Francisco Suárez Pineda, Celebración de Semana Santa en algunas regiones de Colombia.

 

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